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nuevo grupo terrorista, por Marcos Ondarra

by Marko Florentino
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Si uno consume medios generalistas, plataformas como Netflix o, Dios no lo quiera, contenido de influencers feministas, estará muy asustado con el movimiento incel, caricaturizado como un grupo terrorista de extrema derecha. Resulta, por si otro anda despistado, que hay hombres –como producto de la revolución sexual– que no tienen acceso carnal a las mujeres y, en consecuencia, estarían canalizando sus frustraciones a través del odio hacia estas. Son misóginos, se retroalimentan entre ellos en foros de internet o en X, ven a youtubers como Andrew Tate, Roma Gallado o Un Tío Blanco Hetero, y más pronto que tarde terminan matando o violando a una mujer. Ese es el relato.

Llego tarde para escribir sobre Adolescencia, la serie de moda en la cual un niñito blanco de tan sólo 13 años y de aspecto angelical asesina a una compañera de clase tras consumir contenido de la manosfera en internet. El creador de la serie dice haberse basado en hechos reales, pero no hay ningún caso ni remotamente parecido en la historia reciente de Reino Unido, siendo el más similar el asesinato de una niña de 15 años a manos de Hassan Sentamu, un adolescente cuyas características físicas (sus padres procedían de Uganda) y psicológicas distan mucho (un mundo) del protagonista de la serie. O sea, fíjense hasta qué punto los incels son un peligro que la serie ha tenido que inventarse un caso o manipular uno real hasta el paroxismo para poder sostener su premisa.

El caso es que la narrativa explota un mercado ideológico. Adolescencia ha arrasado, y todo el mundo quiere sumarse a ese éxito. Stephen Graham se ha hecho millonario con una idea, y ahí están las noticias, programas de televisión y tertulias que quieren lucrarse en torno a esta. Y si el relato va contra la realidad, tanto peor para la realidad.

Eso ha pasado estos días con el caso de un violador en serie en Valencia: Iván Colom, conocido como «el violador del portal» por su modus operandi. Uno de esos pocos violadores de los que, por blanco y español, se han elaborado perfiles minuciosos. Los titulares que se pueden leer sobre el caso son los siguientes: «Iván Colom, el violador del portal detenido por agredir a 17 mujeres en Valencia: ‘Era un hippie republicano que se volvió un incel tras la pandemia’»; «¿Han llegado los incels violentos a España? Analizamos el caso del violador en serie de Valencia».

En todos estos perfiles se subraya que este tipejo enfermo consumía en redes «discursos antifeministas y de extrema derecha», en referencia a personajes como Sergio Candanedo (Un Tío Blanco Hetero), lo cual habría supuesto su perdición. El pensamiento magufo funciona así: jugar a videojuegos violentos te convierte en un asesino, consumir pornografía en un violador en potencia (aún más de lo que un hombre ya es per se), y los vídeos de UTBH en la versión misógina de Jack el Destripador.

«Hay un empeño obsceno y ridículo en crear un arquetipo falaz del violador: el niño occidental incel que decide agredir sexualmente a mujeres tras seguir a youtubers antifeministas»

Hay un empeño obsceno y ridículo, evidente por la proliferación de noticias y series capciosas, en crear un arquetipo falaz del violador: el niño occidental incel que decide agredir sexualmente a mujeres tras seguir a youtubers antifeministas. A la voluntad evidente de lucro se suma el objetivo de blanquear (nunca mejor dicho) una realidad incómoda, que es la que se vive en la arcadia multicultural: el 91% de los condenados por violación en Cataluña son extranjeros, cuando son el 17% de la población.

Se ha creado un problema que no existe y la solución está en marcha. En Reino Unido, la Agencia Nacional contra el Crimen (NCA) dice estar muy preocupada por el auge de «contenidos misóginos y violentos» en un marco en el que los laboristas pretenden reactivar el Registro de Incidentes de Odio No Delictivos para cercenar la libertad de expresión.

El Gobierno de España también está encantado con este relato. No en vano, está trabajando ya en lo que ha consignado como la «despatriarcalización de las redes sociales»: esto es, «intervenir» estos espacios para «reducir la propagación de contenidos misóginos» y «fomentar espacios feministas». La censura justificada en torno a un problema ficticio. Y es que hay más intención de controlar las redes que de controlar la inseguridad en las calles. Es más: se pretende controlar las redes para que no se hable de la creciente inseguridad en las calles.

«Los incels son el claro ejemplo de la deshumanización que sufre el varón. Muchos de ellos, lejos de terminar violando, acabarán por suicidarse»

Las feministas –y los patéticos aliados– insultan a algunos hombres llamándolos incels en un empeño por humillarlos que, sin embargo, da la razón a una de las teorías fundamentales que componen eso que llaman la manosfera: que las mujeres miden el valor de los hombres en función de a cuántas pueden llegar a follarse. Esto es, que el bodycount suma puntos a un varón, y por tanto un incel merece el desprecio, la condena, la burla.

Recientemente, leía un estudio compartido por el psiquiatra Pablo Malo que decía que los chads (esto es, hombres muy exitosos con las mujeres) mostraban niveles de misoginia mucho más elevados de los que muestran los incels, que tienden a idealizar a las mujeres como un objeto de deseo inalcanzable para ellos, pues no olvidemos que en última instancia nadie es incel por elección. Ellos, los incels, son el claro ejemplo de la deshumanización que sufre el varón. Hablamos de chavales frustrados que son señalados y tratados como si formaran parte de un grupo terrorista cuando deberían merecer toda nuestra ayuda y empatía. Muchos de ellos, lejos de terminar violando, acabarán por suicidarse.





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