La voz de Carlos Herrera lleva toda una vida siendo cronista de nuestros amaneceres y despertador de las buenas y malas noticias que marcan el día a día de esos oyentes que se cuentan por cientos de miles. Su partida de nacimiento asegura que vino al mundo en Almería, tierra de la que no reniega ni mucho menos y de la que se siente más que orgulloso, pero como otros tantos sevillanos nacieron donde les tocó para acabar desembarcando en la ciudad que le ha marcado para siempre. Una «historia de amor», como definió el propio periodista, en este idilio que se inició hace más de 45 años, en ese momento en el que «Sevilla y yo nos adoptamos mutuamente». Esa ciudad en la que nacieron sus hijos y en la que, como deseó, «aspiro a que no a mucho tardar también lo hagan mis nietos».
Fueron las primeras palabras de un emocionado Herrera que sólo unos minutos antes acababa de recibir el título de Hijo Adoptivo de la ciudad, el mismo que le había concedido por unanimidad el Ayuntamiento de Sevilla. El alcalde José Luis Sanz puso en su pecho esa medalla que reconocerá para siempre y de forma oficial algo que ya era más que evidente, que el periodista es más sevillano que ese estudio de COPE en la calle Rioja al que acude cada mañana respirando el aroma de la ciudad que le abrió los brazos. Por eso, este 30 de mayo en el que se conmemora el Día de San Fernando, patrón de la capital hispalense, no tuvo otra forma de darle las gracias que escribiéndole una carta de amor en la que describió a la perfección todas las piezas del puzzle que componen el alma de esa Sevilla que es «un compromiso con lo cotidiano y con lo excepcional».
Herrera habló en nombre de todos los galardonados con las Medallas de la Ciudad de 2025, más de una treintena, pero también puso su corazón en el atril al rememorar varios pasajes del pregón de la Semana Santa de Sevilla, aquel que pronunció en el teatro de la Maestranza el Domingo de Pasión de hace casi 25 años. Citó a la Macarena: «No digáis que me lo calle / porque merece la pena. / Yo tuve a la Macarena / sostenida por el talle. / Si me faltara un detalle / para sentirnos hermanos, / miradme aquí en estas manos / donde el amor dejó huella. / Después de tocarla a ella / ¿Soy de aquí o no, sevillanos?». Una obertura de un discurso de no más de diez minutos que remató con otro de los fragmentos de aquel texto literario que, como hace un cuarto de siglo, enmudeció y erizó la piel de todos los que abarrotaron el auditorio de Fibes. «Soy mi amor lo que queda de un abrazo, / el vaivén de tibias manos en la cuna. / Ese gozo que cabe en tu regazo / cuando un niño está rezándole a la luna. / Soy un hombre feliz porque te amo, / porque espero que tu entraña se entreabra / e ir sembrando quedamente tramo a tramo / tanto amor recriado en mi palabra. / No me mueve más la risa que el lamento / ni a la multitud. Una cuadrilla / Te sobra, te es bastante, te da aliento. / Soy la sombra, tu la luz, eres Sevilla».
Por el camino de este viaje, Herrera tuvo palabras para sus compañeros en estos galardones, muy especialmente para el empresario Ramón Ybarra, que recibía a título póstumo el reconocimiento como Hijo Predilecto de Sevilla y que «nos dejó una perenne lágrima de cera por su ausencia». También habló del que fuera alcalde hispalense, el socialista Alfredo Sánchez Monteseirín, reconocido con la Medalla de la Ciudad pero ausente en el acto por la enfermedad que le acecha. De él destacó «su dedicación infatigable a mejorar la vida de todos los sevillanos». Pero por encima de todo quiso cantarle a Sevilla, ciudad que está «en un atasco y en una feria, en la limpieza de sus calles o en las obras interminables, en los corazones de los hombres y mujeres que se van y en los que vienen, como vino este humilde exaltador, como quien viene a la tierra prometida y le dice: pasa, que al fondo hay sitio».
No quedó aquí este relato a las entrañas de esa Sevilla que desde hacía unos minutos era más suya que nunca. Le habló y le cantó a la ciudad, definiéndola como «un estado del espíritu y una ensoñación insable». Esa misma que «nunca sé si es del todo una realidad o, en cambio, resulta más la plastificación incompleta de nuestros deseos». La llamó «oración, manojo de poemas, laberinto de ausencias, inagotable caudal de recuerdos, verso barroco, parada en el tiempo, sabor salado de la vida, suspiro escondido entre metáforas, río de prosa lenta y azoteas con las que tropieza el sol de las amanecidas». Fueron las palabras con la que Herrera abrochó un discurso en el que la emoción le encogió el alma y le multiplicó la voz, atravesando las ondas de la memoria, y certificando que «Sevilla no es sólo lo que se ve, es lo que se celebra, poesía antes que geografía y sentimiento antes que mapa», lema de una partida de nacimiento en la que desde este 30 de mayo pone con letras carmesí y oro: «Carlos Herrera, nacido en Almería pero Hijo Predilecto de Sevilla».