En España, cuando se va la luz, el Gobierno enciende comités. No uno. Dos. Uno para estudiar si fue un fallo técnico. Otro, por si fue un ciberataque. O quizá ambos. O ninguno. Lo cierto es que ha montado dos comités para investigar por qué se fue la luz…, y no precisamente la del enchufe de los amiguetes. Porque, por una vez, el cortocircuito no llevaba el apellido del hermanísimo del presidente ni se gestionaba desde el coworking de Begoña.
Sara Aagesen, ministra y jefa de los sanedrines eléctricos, presidió una reunión del primero o del segundo —honestamente, ya da igual cuál— durante cuatro horas, lo cual, en el ecosistema de productividad del sanchismo, ya roza la heroicidad. Cuatro horas hablando sin llegar a ninguna conclusión… salvo que seguirán investigando. Como si el apagón fuera un agujero negro y no una chapuza con nómina.
Tenemos comité. Tenemos cajas negras. Tenemos millones de datos y, sobre todo, tenemos humo. Mucho humo. Una vez más, la Moncloa ha encendido el incienso de la propaganda y ha lanzado al aire su poción mágica: parecer que hace sin hacer. El apagón, así, se convierte en la versión ibérica del gato de Schrödinger: puede haber existido por un fallo técnico y al mismo tiempo por un ciberataque. Puede haber responsables o puede que no. Todo depende del observador. Y el observador, como no podía ser de otro modo, es Red Eléctrica…, pero solo al principio, porque luego suelta el pendrive y se va. Para no interferir en la ceremonia del humo.
¿Te suena? Claro. Porque sobreviviste a la pandemia y a los monólogos de Pedro. Recordarás aquel otro «comité de expertos» que nunca existió. El comité fantasma. El de la desescalada diseñada por nadie, defendida por todos y firmada por uno: el ministro de Sanidad. Todo esto bajo la bendición de Fernando Simón, que escondía los nombres de los expertos como si fueran los reels de Ábalos y Jésica en el cumpleaños del Tito Berni.
La partitura siempre es la misma y el director de orquesta —Pedro Sánchez— agita la batuta sin saber qué suena, pero con gesto solemne. Comités, grupos y mesas desafinan al unísono mientras él finge que hay música. Como en la pandemia, cuando vendía decisiones «basadas en expertos» que en realidad eran ocurrencias vestidas de Power Point. Se gobernaba con ciencia… inventada. El comité de desescalada fue como los Reyes Magos: todos hablaban de él, pero nunca nadie lo vio.
En el mundo de Pedro no hay soluciones, pero hay comisiones. No hay responsables, pero sí titulares. Y como no podía quedarse sin relato internacional, ha creado incluso un tercer grupo con Portugal. Para que la responsabilidad se disuelva como azucarillo en café ajeno. Porque eso hace este Gobierno: cuela al país vecino en su teatrillo y convierte un cortocircuito nacional en asunto geopolítico.
«Un país sin luz durante horas es grave. Pero un país sin verdad durante años es insostenible. Y si eso no cuela, no pasa nada: Sánchez volverá a hacer lo que mejor se le da. Correr. Como buen galgo de Paiporta»
Y si faltaba algo, llegó esta semana el otro apagón: el ferroviario. Trenes detenidos durante diez horas, pasajeros sin agua, sin poder evacuar, sin megafonía… España, potencia ferroviaria, convertida en una tartana sin caballos. Solo faltaba el tipo de sombreros apilados en su cabeza, repartiendo agua de grifo, cacahuetes y ventiladores a pilas, como en la playa de Levante de Benidorm en pleno agosto.
¿Recuerdas cuando los trenes en España eran símbolo de modernidad? Cuando se presumía de puntualidad como presumes de hijos ante tu cuñada en Nochebuena. Hoy, llegar a tiempo es casi provocador. Todo se para: trenes, redes, luz. Todo menos Sánchez, que sigue corriendo. Como galgo, sí. Pero no hacia la meta, sino huyendo de los problemas.
Un país atrapado entre comités y titulares
España ya es un país habituado a los simulacros de gobierno. Como si viviéramos dentro de un capítulo de Black Mirror, pero escrito por el guionista de La que se avecina. Nada es lo que parece. Nada funciona, pero se disimula. No se arregla nada, pero se inaugura todo. Comités, expertos, comparecencias… y la vida sigue igual, sólo que con menos luz y peores trenes.
Y mientras se entretienen con hipótesis, el ciudadano sigue sin saber por qué se quedó sin luz y por qué no pudo wasapear, mandar un «te quiero» o lamentarse con un «aborrezco los lunes». El Gobierno improvisa una trama donde lo mismo da que sea un ciberataque ruso, la inteligencia marroquí o un enchufe quemado en Burgos. Lo importante no es saber. Es parecer. Ruido, no verdad. Titulares, no certezas.
Y así vamos. Sin luz. Sin trenes. Sin respuestas. Con Sánchez corriendo entre flashes, evitando preguntas como quien sortea baches en una pista de atletismo. Su estilo de gobierno cabe en el titular de un teletipo: ágil para la fuga, rápido para el postureo, inalcanzable para la rendición de cuentas.
Porque el verdadero apagón no fue el eléctrico. Fue informativo, institucional y moral. Un apagón de responsabilidad. De transparencia. De vergüenza.
Un país sin luz durante horas es grave. Pero un país sin verdad durante años es insostenible.
Y si eso no cuela, no pasa nada: Sánchez volverá a lo suyo. A correr entre las sombras.
Como buen galgo de Paiporta. Pedro 404. Presidente no encontrado.