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Pedro Bravo, autor de ‘¡Silencio!’: «Hemos asumido un estilo de vida dominado por el ruido y la prisa que nos hace enfermar»

by Marko Florentino
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Periodista, guionista y escritor, Pedro Bravo es una especie de versión 2.0 y laica de San Judas Tadeo, un defensor de las causas aparentemente ‘perdidas’ que lleva décadas abogando por la transformación de nuestras ciudades en lugares ‘vivibles’ en lugar de en clónicos y ruidosos parques temáticos de cemento.

Inasequible al desaliento, a Bravo acaba de publicar ‘¡Silencio!: Manifiesto contra el ruido, la inquietud y la prisa’, un ensayo filosófico en el que reivindica el valor del silencio como acto de resistencia frente al discurso de la máxima productividad, la prisa y el ‘bocachanclismo’ al que nos abocan el sistema económico, las redes sociales y nosotros mismos.

¿A quién se le ocurre escribir un libro sobre el silencio en la época en la que más ruido hay y más se premia al ‘charlatán’?
Precisamente, por eso. Si hay un montón de ruido físico sonoro, pero también mental y mucha velocidad, escribir un libro sobre el silencio, poniéndolo entre exclamaciones y, de alguna manera, gritando silencio, es mi forma personal de hacer un llamamiento a la resistencia contra ese ruido de todo tipo. En estos tiempos, plantear la búsqueda del silencio, a partir de reflexiones y datos -de otros y míos-, es lo más contracultural que se puede hacer. Contracultural, por supuesto, en el buen sentido.
Hoy en día parece que no está bien visto eso de ser callado, de tirar hacia la introspección…
O a la introversión. He de confesar que yo, que toda la vida he sido muy introvertido, sufría, porque tenía la sensación de que la gente me exigía hablar y llenar huecos de conversación, algo de lo que yo me sentía incapaz. Eso ha pasado siempre, pero creo que ahora está más exacerbado que nunca un poco por este rollo exhibicionista que impone no solo las redes sociales, sino un poco todo. Parece que el modelo del éxito pasa por ser alguien capaz de desenvolverse con mucha naturalidad en público y de mantener conversaciones de todo tipo, a veces, muy intrascendentes. A mí me gustaría que no hubiera un modelo único. Que cambiáramos el ‘trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti» por «trata a los demás como les gustaría ser tratados».
El silencio parece estar ‘perseguido’. Lo defines como un acto de resistencia…
Yo no creo que el silencio sea una revolución en sí mismo, pero sí que es el primer paso para encaminarnos a hacer algo distinto, tanto en lo personal como en lo colectivo. Y así lo considero en el sentido de que resistirse a las dinámicas que nos llevan a toda leche, no se sabe a dónde y de una forma estrepitosa, capturando todo el rato nuestra atención para mantenernos distraídos es, ahora mismo, no solo lo más inteligente, sino lo más humano y natural que se puede hacer porque, es volver a la atención.
Pues de atención, precisamente, andamos muy justitos…
Para mí la atención, y hablo de esto en el libro, es muy importante por lo que implica: poner el foco en algo o en alguien y cuidar de ese algo o de ese alguien. Y eso es el amor. Y no hablo del amor en el sentido romántico, sino del amor a la vida, el amor a las cosas, el amor a la naturaleza, el amor a la pareja, el amor a la madre, el amor a quien sea o lo que sea. Si estamos siempre distraídos es imposible que estemos queriendo bien y que estemos viviendo bien. Por eso, resistirse al ruido, a la velocidad, a la inquietud y a la prisa para estar más atentos nos ayudaría estar mejor, tanto en lo individual como en colectivo.
Lo mismo es que esto es como una especie de campaña orquestada para tenernos siempre entretenidos y, así, no pensar, no darnos cuenta.
No creo que haya una maquinaria detrás que nos mueva como si fuésemos marionetas. Lo que sí creo es que la evolución y el desarrollo de modelos económicos y sociales, sobre todo desde la revolución industrial a esta parte y, muy especialmente, en los últimas décadas con la revolución tecnológica, nos está llevando por un camino de cada vez más inquietud, cada vez más velocidad y cada vez más ruido. Creo que nosotros nos dejamos llevar por esa corriente, pensando que todos estos son procesos naturales y creyendo en las promesas de futuro y de felicidad que las envuelven como productos comerciales en los que se han convertido. No creo que sea algo premeditado. Llevados por una visión cortoplacista, nadie se está parando a pensar, tanto desde los poderes económicos como desde la ciudadanía, a dónde narices nos lleva todo esto. Esa rentabilidad a corto plazo en la que estamos focalizados es enemiga de la vida a largo plazo.
Parece que, si nos callamos en las reuniones o en las redes sociales, ‘desaparecemos del mapa’. ¿Nos estamos convirtiendo en unos ‘bocachanclas’?
Al final, las redes sociales han hecho que nos convirtamos en pequeñas ‘startups’. Somos pequeñas marcas personales de nosotros mismos que tenemos que estar emitiendo contenidos todo el rato y, por tanto, quitándole el mercado a la ‘startup’ de al lado que no es otro que tu amigo, tu vecino, tu compañero de trabajo, etc. Y lo hacemos, además, de una forma muy narcisista, hablando siempre de nosotros mismos en primera persona en el lenguaje propio de cada red en la que estemos, pensando, incluso, que lo vamos a monetizar. A todo esto habría que añadirle el hecho de que, en determinadas profesiones, parece que si no estás ahí, no sirves. Hablo, por ejemplo, del periodismo o de la política. Nos vemos obligados a ser pesadísimos, a hablar sobre nosotros sin escuchar a los demás y eso si lo trasladáramos a la vida real sería terrible. Pero es que este narcisismos exacerbado no solo se da en las redes sociales. Cada vez somos más narcisistas en general y nos miramos más al espejo, y el ombligo y las operaciones, porque estamos obsesionados con generar un producto de nosotros mismos que ni siquiera sabemos a dónde nos va a llevar a parar.
¿Y no crees que ese narcisismo, ese no parar y ese no callar, tienen mucho que ver con un intento de enmascarar nuestro ruido interior, con que no estamos bien y la mejor manera de ‘no enterarnos’ es vivir instalados en el ruido?
Sí, el ruido interior viene de serie con el ser humano. La neurociencia nos dice que la red neuronal de nuestro cerebro está fabricando constantemente pensamientos que ni siquiera los grandes meditadores son capaces de parar, aunque ellos si son capaces de ser conscientes de su existencia (y eso marca la diferencia).¿Qué ocurre? Que la sociedad va a un ritmo frenético, generando una cantidad brutal de impactos que requieren nuestra atención: llegar al trabajo, llevar a los niños a extraescolares, estar pendientes del tráfico… Todo eso se mete en esa red, provocándonos más inquietud. Y, efectivamente, ese no parar es una forma de no atender. Nos cuesta mucho estar solos, nos cuesta mucho estar callados y nos cuesta mucho estar en silencio y escuchando. Estar sentados en un parque sin hacer nada, sin mirar el móvil, limitándonos a mirar cómo hace deporte la gente o escuchando a los pajaritos para intentar reconocerlos nos parece aburrido. Una pérdida de tiempo.
Pero es que encontrarnos de cara con nuestro ruido interior impone…
Lo que pasa es que encontrarnos con nuestro ruido interior, con nuestros pensamientos, es encontrarnos con nosotros mismos. Ese ejercicio meditativo que nos ayuda a mirar nuestros pensamientos e intentar (sin éxito) resistirnos a ellos, nos lleva a reconocerlos y diferenciarlos de las emociones. Porque somos muy dados a confundir emociones, como el dolor, con pensamientos, como el sufrimiento, que son elucubraciones sobre lo que va a suceder. Efectivamente, el ruido interior es duro de aguantar, pero también lo es ir al gimnasio o estudiar y lo hacemos, ¿no? Conocerse a uno mismo es el principio de todo.
¿Y esa ‘manía’ nuestra de tener que estar haciendo siempre algo, de no permitirnos unas dosis de ‘vida contemplativa’, de disfrute del silencio y la naturaleza sin más (sin necesidad de correr un ultra maratón o escalar al pico más alto?
Bueno, es que estamos ‘hechos’ para esto. Hay investigaciones internacionales que corroboran que los sonidos naturales nos hacen bien, porque estamos diseñados para vivir en la naturaleza. Nuestro cuerpo es de cazador recolector, aunque ahora nos hayamos convertido en ‘homo oficinista’, o como lo queramos llamar, y reacciona bien ante estos estímulos, porque se siente tranquilo. Por el contrario, hay otros estudios, como el realizado por el Instituto de Salud Carlos III, que demuestran que los ruidos de los coches, por ejemplo, nos enferman. Nos ponen en alerta, segregando una serie de sustancias que acaban por atacar nuestro sistema inmune. Hemos asumido un estilo de vida dominado por el ruido y la prisa que nos hace enfermar.
Somos pura contradicción. Por un lado, ‘buscamos’ el ruido (vamos con la música todo volumen en el coche, en los cascos, gritamos, etc.) y luego nos vamos a retiros para ‘obligarnos’ a estar en silencio…
Efectivamente, hay un montón de retiros de silencio. Luego, está la locura de las aplicaciones de meditación. En una de esas perversidades del actual modelo económico, las mismas herramientas diseñadas para engancharnos que nos distraen, nos roban la atención y nos enganchan, nos venden la paz. Quiero creer, y no es porque haya escrito este libro, que hay bastante gente que, consciente o inconscientemente, empieza a estar cansada de todo esto y, en la medida de lo posible, actúa en consecuencia. Pero, como he dicho, en la medida de lo posible, porque, a veces, nos tenemos que desviar de ese camino que pensamos que nos hace bien, porque el trabajo nos obliga, porque necesitamos desfogarnos… No es fácil ser un monje budista con esta vida que llevamos, pero yo creo que esos ejercicios de resistencia son fantásticos, porque nos devuelven un poco a nuestro sitio natural.





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