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Pedro Sánchez, invisible, por Román Cendoya

by Marko Florentino
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A diferencia del idioma inglés que, para definir a las personas en diferentes contextos y situaciones, utiliza el verbo «to be», la lengua española tiene la riqueza de destinar dos verbos para lo mismo. Lo que permite precisar muchísimo más la descripción de las circunstancias y los hechos. El verbo «ser» tiene un carácter proactivo respecto al individuo. El verbo “estar”, por el contrario, es pasivo. Pedro Sánchez Castejón no es el presidente. Pedro Sánchez está de presidente.

Sánchez no manda nada. No lidera nada. No pinta nada. A toda la secuencia de elecciones perdidas en los últimos 3 años, las generales, las autonómicas, las municipales y las europeas, se le suman todas las derrotas sufridas en el Congreso de los Diputados y en el Senado. La ausencia total de presupuestos —ni siquiera tiene el borrador— castra su capacidad para gobernar. Pedro Sánchez no es presidente porque hasta en su Consejo de Ministros los ministros votan no a sus propuestas y reiteran su oposición al gobierno —del que forman parte— en el Congreso de los Diputados. Pedro Sánchez no es presidente porque no puede salir a la calle y acudir a actos institucionales. Pedro Sánchez no es el presidente porque ha perdido los atributos y las capacidades propias de liderazgo que conlleva la condición de ser presidente.

Ser presidente otorga la autoritas para el liderazgo en la toma de decisión y en la ejecución. Lo ocurrido con el contrato de suministro de balas para la Guardia Civil es quizás la prueba más flagrante de su no ser presidente. El hecho es muy grave y de una gran repercusión política y, probablemente, también penal. Tal y como se han sucedido las decisiones —la de compra o la de anulación de compra— se ha cometido un grave delito de prevaricación agravado por la malversación de fondos públicos.

«Pedro Sánchez preside el Consejo de Ministros, pero que no es el presidente del Gobierno»

El procedimiento administrativo tiene como objetivo impedir la arbitrariedad por parte de la administración, preservando el mejor destino de los recursos públicos. El ministro del interior aprobó un contrato de suministro que, se supone, seguía todos los procesos necesarios que obligan a técnicos y autoridades a la justificación de que la oferta seleccionada es la mejor para el cumplimiento del objeto del contrato. Debe entenderse que el contrato otorgado por el Ministerio del Interior,  liderado por Marlaska,  se hizo según obliga la Ley de Contratos del Estado.  El hecho de que la ministra de Izquierda Unida, Sira Rego, con el respaldo tibio de Sumar, amenazara con abandonar el Consejo de Ministros por esa compra a una empresa de Israel y que esto haya provocado la revocación del contrato con todas las consecuencias —económicas, políticas y reputacionales como país— pone en evidencia que Pedro Sánchez preside el Consejo de Ministros pero que no es el presidente del Gobierno.

La revocación del contrato provocada por uno de los veintidós ministros, no nombrado por el presidente, supone desautorizar y convertir en pelele al ministro del ramo que sí designó Sánchez. Marlaska, que hace muchos años perdió su condición de “Grande”, tampoco es ministro. Está de ministro. Y por permanecer en la poltrona asume con indignidad la humillación y desacreditación de su persona. Si fuera ministro habría exigido, por competencia, el mantenimiento del contrato y en caso de que eso no sucediera debería haber presentado su dimisión al presidente. Nada. Mucha indignidad.

Pedro Sánchez no es presidente porque tiene ministros que él no nombró, lo que le supone no tener la autoridad necesaria para proceder al cese inmediato de la ministra díscola. Pedro Sanchez no es nada. ¿Marlaska incumplió con el proceso administrativo y firmó un contrato ilegal? ¿Por qué el presidente anula el contrato, con el coste económico que conlleva, si estaba bien hecho? Esa decisión es prevaricar. Es tomar una decisión injusta a sabiendas, con enorme coste para el contribuyente. ¿Otra causa penal más para la “Casa de Sánchez”? Menuda familia. Incumplir el contrato con la empresa de Israel es la prueba de que su debilidad es tan grande como miserable. Sánchez es un esperpento de monigote al que cualquier ministro —como la vacua Sira Rego— puede hacer de él lo que le dé la gana. Pedro Sánchez no tiene poder ni para comprar una miserable bala. Patético.

Sánchez no es presidente por su debilidad política y por su problema de meganarcisismo. No puede compartir escena pública junto al Rey de España. En su enfermedad de vanidad no soporta no ocupar el primer puesto en los actos. Lo reconcome. Y a eso hay que añadir que no soporta los abucheos, gritos y demás descalificaciones que recibe allí donde va. El Palacio de la Moncloa suele intentar justificar su incomparecencia junto a los Reyes diciendo que, como acude el jefe del Estado, el presidente no puede ir. Falso. No quiere. No lo soporta.

Me habría gustado ver sus mandíbulas apretadas viendo en la retransmisión de los funerales del Papa Francisco cómo estaban allí prácticamente todos los líderes del mundo y él no ser uno de ellos. Ver cómo se saludaban, los corrillos, los encuentros rápidos y las fotografías de los poderosos e influyentes sin él tiene que haberle destrozado el ego. Pedro Sánchez es invisible. Lo peor que le puede pasar al que se percibe, como él, un super macho alfa.

Pedro Sánchez está de presidente. Está en La Moncloa. Pero nada más. Como dijo cuando era líder de la oposición «gobernar no consiste en vivir en La Moncloa». Lo sabe. Pero no quiere renunciar a lo que conlleva estar de presidente. Lo cierto es que Pedro Sánchez, desde las últimas elecciones generales, las que perdió, cada día que está de presidente es menos presidente. Habiendo llegado al punto en el que ya solo está de presidente porque no lo es.

Si Pedro Sánchez tuviera un mínimo de dignidad ya habría disuelto las Cortes Generales y convocado elecciones. Es un juguete roto, lleno de ira, bloqueado, que no alcanza a ver la gravedad de las consecuencias que tiene para su futuro, y el de España, cada día de más que está en La Moncloa.





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