Pese a su innegable pluralidad (ideológica, religiosa, idiomática), la sociedad española es bastante uniforme en sus expectativas y en sus motivaciones profundas. Es su mejor arma contra el viento de cola que sufre la democracia liberal en el mundo. Una vasta clase media transversal la recorre de Finisterre a Rosas, de Hernani a Ayamonte. Una sociedad parecida en sus hábitos de consumo y ocio, en su diálogo público-privado, en su «horizonte de sucesos» que enfrenta, paradójicamente, un impulso polarizador desde su clase política y no solo desde los extremos.
Desde luego que los comunistas resignados (domesticados) en lo woke y los nacionalistas fatuos quieren tomar la parte por el todo. Y abrir viejas heridas. Pero también la vieja y noble socialdemocracia está convertida en una máquina de fango y fractura por el tándem Zapatero-Sánchez. De hecho, solo la vieja y noble democracia cristiana resiste los cantos de sirena de la sinécdoque, aunque también sufre, lastrada por la falta de liderazgo en la cumbre (borrascosa). La fractura impuesta desde el poder repite, sin la fuerza coercitiva, la lógica del franquismo cuando la dictadura, vertical y brutalmente, se arrogaba el derecho de señalar la forma única y correcta del ser español, condenando al disidente (sexual, moral, político, sindical, intelectual) al paredón, la cárcel, el exilio (también interior), el silencio (mayoritario y, por lo tanto, ominoso) o la lucha (minoritaria y, por lo tanto, impotente). Esto con grados, matices, excepciones. Y cambiante en el tiempo, desde luego, pero no en el discurso.
«Los comunistas resignados (domesticados) en lo woke y los nacionalistas fatuos quieren tomar la parte por el todo. Y abrir viejas heridas»
Lo mismo sucedía en México con el viejo PRI. Su actitud ante la pluralidad política era la misma que en la odiada dictadura de Franco: la receta del partido único y el gobierno como la legítima representación orgánica de la sociedad, conformada no por ciudadanos sino por estamentos. Un gobierno también producto de una guerra civil e impuesto por las armas. Con dos diferencias. En México, el liderazgo vertical e inapelable estaba acotado a los seis años, lo que protegía al sistema del «hecho biológico», lo hacía más flexible y ampliaba a los comensales en el reparto rotativo del botín. Por eso duró más. Y la segunda: se vivía en las leyes y el discurso en una democracia que en la práctica no existía. Por ello en México se pudo pasar de la dictadura del PRI a la democracia sin cambiar de Constitución y en España solo se pudo alcanzar la democracia cuando los españoles ratificaron en las urnas un nuevo pacto constitucional.
Ahora que España tiende estúpidamente a repetir los viejos errores de su pasado de intolerancia y México se empeña en caer una vez más en la pulsión autoritaria –«no hay más ruta que la nuestra», en palabras del pintor Siqueiros–, conviene regresar a la visión profética de Octavio Paz, quien en 1971 captó en una sola palabra el programa político e intelectual que necesitaba el orbe hispano. Esa necesidad se ha vuelto urgente otra vez. De regreso de su exilio voluntario por Europa y Estados Unidos, tras su renuncia a la Embajada de México en India por la matanza de estudiantes en Tlatelolco en 1968, Paz recibe la invitación de Julio Scherer para fundar una revista en las páginas del periódico Excélsior que entonces dirigía. Y Paz acepta con una doble condicional: la revista no puede ser semanal; necesita una pausa mayor entre los hechos y su reflexión intelectual. Y esta debe llamarse Plural.
Plural nace en el apogeo del régimen priista, cuando el Gobierno de Luis Echeverría no solo concentra el poder político, propio de un sistema presidencial, sino también el poder legislativo. La mascarada democrática del PRI dejaba espacios a la oposición en algunos escaños simbólicos, pero se reservaba la mayoría absoluta para gobernar sin estorbos ni rendir cuentas. También nombraba a los jueces, al reservarse la potestad de proponer al Senado los miembros de la Suprema Corte. Y era, además, el jefe del Estado y, por lo tanto, comandante supremo de las fuerzas armadas.
La revista surgió en plena Guerra Fría, cuando la derecha apoyaba las soluciones autoritarias y la izquierda seguía los cantos de sirena del llamado guevarista a las armas. En Cuba, toda esperanza de crítica acaba de ser clausurada por Castro con la detención y autoimputación de Heberto Padilla, cuya confesión forzada actualizaba dramáticamente aquellas amenazantes palabras de Castro a los intelectuales: dentro de la revolución todo, fuera de la revolución, nada. Eran los años de Allende intentando imponer el socialismo a Chile con una frágil mayoría parlamentaria y sin haberlo propuesto así en su campaña electoral, derivando en la brutal traición de Pinochet que sumergió a Chile en la noche de los tiempos. Eran los años en que Franco preparaba a Carrero Blanco como jefe de gobierno para garantizar la continuidad de su régimen.
De ese ambiente de verdades absolutas y violencia surge la visión agigantada de Octavio Paz, su lucidez y valentía. Porque efectivamente, como pensaba Paz, la democracia es el gobierno de la mayoría, pero no solo eso. La democracia es también un sistema de diversidad política, un sistema con división de poderes, un sistema de respeto a la legalidad y las instituciones autónomas, y un régimen de libertades. Todo lo que empieza a ponerse en duda en este mundo atroz que se avecina a un lado y otro del espectro político. Solo nos resta resistir contra los que tienen todas las soluciones y que requieren una única condición: convertir a los ciudadanos, libres y plurales, en arcilla gris y moldeable.