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«Me da pena porque me gusta mucho el golf, pero no me reprocho nada. Lo di todo y simplemente no salió. Ser un campeón es muy difícil. Yo no tenía el talento de mi padre, pero es que nadie tiene el talento de mi padre», reconoce el hijo de Severiano Ballesteros, Javier Ballesteros, que el año pasado dejó el golf profesional después de nueve temporadas intentándolo sin éxito: su mejor puesto en el ranking mundial fue el 1.505.
«Competí hasta los 21 años, siempre en categoría amateur. El ciclismo profesional no era para mí, no tenía piernas. Hay algunos que están tocados por una varita, son muy buenos y por eso están ahí. No era mi caso. Eso no se hereda», admite el hijo de Miguel Indurain, Miguel Indurain junior, tras una trayectoria corta: fue campeón de Navarra junior, corrió en el equipo Caja Rural sub23 y luego lo dejó.
«Me defendía, pero sólo para ser un buen juvenil. Realmente nunca tuve opciones de vivir del atletismo. Muy pronto vi que no iba a llegar a ser un supercrack como mi padre, que ése no era mi camino», acepta el hijo de Martín Fiz, Alex Fiz, que como mediofondista corrió en pruebas de toda Castilla y León de los 14 a los 18 años, pero no conoció los estadios.
Los tres, Javier Ballesteros, Miguel Indurain junior y Alex Fiz, siguieron la estela de sus padres, observaron el cielo en el golf, el ciclismo y el atletismo y se quedaron en tierra antes del despegue. En el deporte español hay ejemplos de lo contrario, como Manolo Sanchís o los hermanos Hernangómez, pero ellos tres confirman que el talento no siempre está en los genes y coinciden en algo aún más importante: que no pasa nada porque sea así. Pese a ser hijos de quienes fueron y quedarse lejos de los logros de sus padres, los tres siguen practicando el golf, el ciclismo y el atletismo por gusto con la infancia como un recuerdo feliz, constructivo, libre.
«Soy un friki de sus vídeos»
«Mi padre nunca me impuso que jugara al golf. Cuando Jannik Sinner ganó el último Open de Australia agradeció a sus padres por haberle dejado escoger deporte y yo tuve la misma suerte. De hecho jugué un año al fútbol. Pero en Pedreña me pasaba todas las tardes y todos los fines de semana en el campo y me enamoré del golf. Mi padre siempre me dijo que llegar a profesional sería complicado. Yo traté de hacer mi camino, trabajé muy duro, pero al final no salió como me esperaba», recuerda Javier Ballesteros, que estudió Derecho en la Universidad Complutense de Madrid y ahora trabaja en una empresa de representación de deportistas, All in Sports.
A los 33 años mantiene muy viva la memoria de su padre desde la Severiano Ballesteros Foundation pese a su fallecimiento hace ya 12 años. «Mi pena no es haberle visto jugar su mejor golf. Por supuesto he visto sus vídeos, soy un friki de sus vídeos, y era mágico, único, irrepetible, pero no le pude ver brillar en un campo. Igualmente tengo su ejemplo muy presente. Sobre el 2000, cuando yo tenía nueve o diez años, mi padre ya llevaba un tiempo jugando mal, pero se levantaba cada día a las seis de la mañana para entrenar en el gimnasio. Para mí era divertidísimo, antes de ir al colegio me bajaba con él y le entretenía, pero ahora lo pienso y digo: ‘¿Qué necesidad tenía?’ Ya había sido número uno, ya había ganado cinco majors, ya no encontraba su juego e igualmente madrugada cada día», relata Ballesteros hijo que, eso sí, en 2006, se pudo dar el gusto de hacer de caddie de su padre en su último British Open.
Años después, en 2014, se hizo profesional, jugó algunas rondas con Tiger Woods o José María Olazábal y Miguel Ángel Jiménez y hubo quien creyó ver en su swing al gran Seve. Pero eso, asegura, no le afectó. «Todos los niños quieren ser como su padre, pero siempre supe separar mi sueño de la realidad. Sé que físicamente me parezco y tengo algunos gestos similares, pero nunca noté la presión de ser hijo suyo. De hecho, si soy sincero, fue una ventaja para mi carrera porque gracias a mi apellido me invitaron a torneos a los que nunca habría podido acceder por nivel», finaliza Javier Ballesteros en una confesión que repiten los otros dos entrevistados: si hubo comparaciones no tuvieron la culpa de que no alcanzaran la cumbre.
«No sufrí presión, disfrutaba de la bici»
«Yo tampoco viví nunca nada raro, ni presión ni nada. También eran otros tiempos, no había redes sociales, no conocíamos tanto la opinión de los demás. Yo iba a las carreras, hacía lo mío y me volvía a casa. Nada más. No atendía a otras cosas. Simplemente disfrutaba de ir en bici», anota Miguel Indurain hijo que, como Javier Ballesteros, al final ha conseguido unir trabajo y pasión.
Graduado en Administración y Dirección de Empresas, desde hace seis años está al frente de la tienda Giant de Palma de Mallorca, donde la mayoría de clientes ya le conocen y es Miguel, sin más, no el hijo de la leyenda. A sus 28 años, ya hace varios que no persigue el sueño de dedicarse a la bicicleta, pero sigue pedaleando domingo sí y domingo también. «Cuando dejé la competición intenté dejar de lado la bici, probar otras cosas, pero duré seis meses. Mi padre nunca me insistió con la bicicleta, jugué al fútbol hasta los 12 años, pero me cansó y me enganché a dar pedales», explica quien, aunque no lo hace, podría alardear de haber salido en Marca o L’Equipe antes siquiera de pisar la guardería.
En el Tour de Francia de 1996 el pelotón pasó por Pamplona como homenaje a su padre y él fue protagonista, un bebé monísimo de ocho meses, protegido con su gorra blanca del Banesto. Por desgracia, como Ballesteros, tampoco pudo ver las mejores actuaciones de su padre. «Pero algo he visto en Youtube, está claro. El vídeo de la subida a la Plagne en 1995, cuando le recortó a Zulle, lo he visto varias veces», desvela.
Hace tres años, los dos, padre e hijo, disputaron juntos la Titan Desert, una prueba por el desierto en bicicleta de montaña, y la experiencia fue sorprendente: «Yo lo veía, con casi 60 años, y pensaba: ‘¿Cómo puede ser que ande tanto?’ Verle pedalear es increíble. Cuando voy a casa salimos a entrenar juntos y siempre tenemos pique porque andamos parecido. Ahora los dos nos hacemos mayores y empeoramos al mismo tiempo».
Padre e hijo, aprendiendo el uno del otro, entrenando juntos.
«No viajábamos, no quería disgustos»
Esa vivencia se repite en todos los casos, incluido el de Alex Fiz, pese a que su padre sigue ganando maratones y medio maratones por todo el mundo a sus 60 años. Para seguirle hay que estar muy en forma, pero ahora ya todo es disfrute. «Ahora he podido viajar con él y es bonito. Cuando competía en Mundiales y Europeos era otra cosa. Casi nunca le acompañamos porque quería aislar a la familia, no quería disgustarnos si salía mal, hacernos pasar a todos por ese momento», recuerda Alex Fiz, de 31 años, que estudió ADE y dirección financiera y trabaja de contable en la empresa Kliner.
Como Javier Ballesteros y Miguel Indurain junior, empezó en el fútbol y acabó tarde en el deporte de su padre por elección propia, incluso en contra del deseo familiar. «Creo que mi padre pensaba que en el atletismo me podían presionar más, ponerme esa etiqueta, y por eso prefería el fútbol. En alguna carrera sí intuí miradas, quizá me condicionó un poco, pero nunca sentí presión de verdad. No tenía nivel para eso», analiza Fiz, que, de hecho, más allá: «Visto con perspectiva, a veces pienso que mi padre me podría haber apretado más. Yo podría haber empezado antes en el atletismo podría haber echado más horas. Pero también lo entiendo. Temía que me pesara el apellido y me afectara a nivel personal. Fue una decisión desde ese amor de padre».