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Puigdemont arrastra a Sánchez, por Román Cendoya

by Marko Florentino
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La presencia pública y huida de Barcelona de Carles Puigdemont es la representación del fracaso de su estrategia política. El objetivo de Junts era impedir que Salvador Illa, el Pedro Sánchez aburrido de Cataluña, fuera investido presidente de la Generalitat. Carles Puigdemont, el cobarde escapista, asumía su entrada en prisión si conseguía evitar la investidura de Illa. Pero cuando él y su equipo fueron plenamente conscientes de que era imposible el bloqueo de la investidura para forzar la repetición de elecciones, decidieron su nueva fuga. Poniendo patas arriba a todos los que participaron en el desastre.

En la autocracia de Sánchez, como en el final del franquismo, tenían la investidura de Salvador Illa «atada y bien atada». El cambio de planes de Puigdemont puso en evidencia que había un pacto establecido con una secuencia de sucedidos previstos. Porque todo estaba pactado, no había plan ‘B’. Por eso, cuando Puigdemont cambió sus planes se produce el desparrame político generalizado. Saltan por los aires los Mossos d’escuadra, la Generalitat y el Gobierno de España, ése que se pone de perfil como si las cosas no fueran con él. Y tienen muchas más responsabilidades que Puigdemont. El fugitivo ha cumplido con su obligación. El Gobierno es el que ha fracasado con la suya. Y si no ha fracasado, ha cometido un grave delito de obstrucción a la justicia.

El cuerpo de Mossos es el menos responsable de todos. Sus números —de circo— son propios de una policía política. Como la de Pancho Villa pero con barretina. El comisario Eduard Sallent resultó patético cuando intentó dar explicaciones. En su inenarrable comparecencia ante los medios solo dijo una verdad: «No hemos hecho el ridículo». Es cierto. Ya les habría gustado haber hecho el ridículo. El ridículo no es nada comparado con lo que realmente hicieron. En la fantástica editorial Bruguera de Barcelona, ninguno de sus personajes —Mortadelo, Filemón, Anacleto…— llegó nunca en sus numerables historietas al nivel de absurdo protagonizado por la banda de Eduard Sallent. Para su vergüenza, además de ser patéticamente inútiles, se ha demostrado que están infiltrados de agentes mercenarios —o sea, una repugnante cloaca— al servicio del interés partidista de políticos que desobedecen y entorpecen el cumplimiento de las leyes y sentencias.

De este sucedido, silenciado por los pseudomedios monclovitas, que el Gobierno ansía que pase cuanto antes, lo importante son las consecuencias. El juez Llarena ya ha exigido a los ministros de Interior y Justicia un informe completo sobre el operativo aprobado y dispuesto para su detección en frontera y posterior detención.

El Gobierno de España, si fuera el gobierno de España y no tuviera responsabilidad política y operativa, debería haber aplicado inmediatamente el Artículo 155 de la Constitución respecto a las transferencias de seguridad y policía de la Generalitat de Cataluña. Guardia Civil y Policía Nacional deberían pasar a ejercer sus funciones para garantizar la seguridad ciudadana y las garantías legales que brillan por su ausencia a través de la gestión de la Generalitat. La dependencia de Sánchez hace inviable la gestión gubernamental. Puigdemont arrastra a Sánchez. Fernando Grande-Marlaska es el responsable político de que se produjera la anunciada entrada en España del prófugo de la justicia Carles Puigdemont.

«Cese o dimisión. Marlaska no tiene otra alternativa. Y si continúa puede pensarse que estaba pactado»

Grande-Marlaska ha demostrado con su ineficacia, inoperancia e incapacidad que las fronteras españolas son un agujero negro cuya permeabilidad para los delincuentes y migrantes ilegales es infinita. Todo un efecto llamada a mafias del narco, de tráfico de armas, de tráfico de personas, cuando no de terroristas. Ése es Grande-Marlaska, el mantenido infinito por el presidente Pedro Sánchez, que reconoce que «activó sus servicios de información de Policía y Guardia Civil, pero una vez que se fugó Puigdemont, porque el operativo dependía de los Mossos d’escuadra». Cese o dimisión. No tiene otra alternativa. Y si continúa puede pensarse que estaba pactado. Entonces tiene otra salida, más bien entrada, a la cárcel. Por cada día que Marlaska siga en su cargo, España y los españoles están asumiendo un grave peligro.

La ministra de Defensa debería haber tarifado el mismo día del discurso fuga de Carles Puigdemont. Su cargo de responsable máxima del Centro Nacional de Inteligencia debería haber motivado su dimisión como responsable política del apagón operativo respecto a Carles Puigdemont. Ante la falta de iniciativa de la ministra, apesebrada y atornillada al sillón, el cese fulminante sería la decisión normal de un presidente del gobierno normal. Pero España no tiene a un presidente del gobierno normal. Tiene a un megalómano narcisista psicopático totalmente ajeno a la realidad cuya bandera son la irresponsabilidad y la ineficacia.

No hay tipo que le dé más trabajo a Pedro Sánchez que Carles Puigdemont. Tiene que encargar a sus amanuenses que empiecen a redactar una nueva ley de amnistía. Esta vez, ya que la hacen y se desgastan, que sirva inconstitucionalmente a sus objetivos. Toda la banda de acompañantes del cobarde rehuido son miembros de una organización criminal de libro y claramente tipificada en el artículo 570 bis del Código Penal. Son una «agrupación formada por más de dos personas con carácter estable o por tiempo indefinido, que de manera concertada y coordinada se repartan diversas tareas o funciones con el fin de cometer delitos». A eso ha arrastrado Puigdemont a toda la peña de voluntarios que jugaron a los sombreritos de paja y al ‘no te dejamos ver’. Además, que vayan estudiando qué tipo delictivo se puede imputar a los mossos de la policía política de Puigdemont.

A Pedro Sánchez, para seguir en su huida hacia adelante, se le ha juntado todo. Puigdemont riéndose en su cara mientras hacía público que, a través de un concierto económico, entregará el dinero del resto de los españoles, mediante la recaudación de impuestos, a esta institución llamada Generalitat que es mucho menos sería, digna y sólida que el Bombero Torero.

Indultos, amnistía, incluso Salvador Illa, la sociedad los traga porque es bazofia política. Pero la pasta ni en broma. Qué poco conoce Sánchez a los españoles. Sigue cayendo y cada vez más rápido.





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