No sé qué imagen poner primero: ¿los uniformes o una banda de rock? Es el caso que cuando yo de niño o apenas adolescente -sin la menor noción de lo que fuera una ideología- veía películas sobre la Segunda Guerra Mundial, mi simpatía en bloque, iba por los alemanes, contra ingleses y norteamericanos. Puedo hablar de 1965. ¿Un precoz muchachito nazi de 13 años? No. Cuando años más tarde me planteé el asunto, llegué a una conclusión que sigue siendo cierta: los uniformes alemanes (no digamos en los oficiales de alta graduación) me gustaban mucho más que los probablemente más prácticos uniformes anglosajones. Sí, esteticismo. Pero esa estética era un signo, un claro signo, de lo que se llamó Europa. Mucho después recuerdo un grupo asturiano -parece que vuelve o que no se ha ido- llamado Ilegales y de ellos una canción (años de la Movida, 1986) llamada Europa ha muerto, donde el trasfondo de decadencia y desilusión, brinda frases de este tipo: «No hay muro en Berlín -y aún lo había-/ no hay bases en Viena/ no hay bancos en Suiza/ no hay Papa en Roma/ Europa ha muerto». El que habla parece un soldado yanqui que, a la postre, se siente el último europeo…
Digamos que entre 1900 y 1914, lo que se conoce estrictamente como Belle époque (justo al filo de la Gran Guerra) Europa era un mundo y un estilo, con sus variantes, tremendamente propio. Verdad que Europa era aún colonialista y se sentía el ombligo del mundo -desde hoy lo podríamos criticar- pero era el centro de un modo de pensar, de sentir y vivir, diferente a todo lo demás y claramente envidiado. Europa era la alta cultura, la música y los salones de París.
Marcel Proust sólo pudo ser europeo. Rubén Darío era un nicaragüense que deseó (y en buena medida) logró ser europeo, como los ricos de aquel Buenos Aires opulento, que ya se sentían Europa. Al fin de la Primera Guerra Mundial -1917- los norteamericanos llegan a Europa y traen lo que se entendió por modernidad: el jazz, el charlestón, la falda corta en las mujeres y la informalidad como estilo. Nada de ello (como los bailes a su modo de Isadora Duncan) era Europa, pero podía ser y fue asimilado, porque aquellos yanquis -Hemingway, Scott Fitzgerald- no siendo nada europeos estaban enamorados de la vieja Europa (ahí se comenzó a decir «vieja») y porque los soldados del Tío Sam que ayudaron a derrotar al Káiser y a los Imperios Centrales, cumplida su misión, regresaron a los EEUU.
«Europa ha dejado un mundo peor, más vulgar y mucho más cruel, si ello era posible»
Eso no ocurrió después. Cuando los yanquis vuelven en 1942 a luchar contra Hitler -y sin duda fue una ayuda decisiva- logrado su objetivo, no regresan (ni han regresado aún) a América. La Guerra Fría, el peligro soviético, el horror del telón de acero, hace que Norteamérica se quede en Europa y lo que es muchísimo peor -y el proceso sigue- nos colonice por entero. Desde el chicle a la omnímoda e impuesta moda del inglés como lengua total (si no la sabes eres imbécil, pobre francés) hasta las gorras de beisbol, los pantalones vaqueros, el «Black Friday», las Navidades con renos y abedules, la idea -ya falsa- de un Nueva York como gran metrópoli capital de todas las modernidades, todo ello -y apenas he empezado la enumeración- forma parte de una Europa tan colonizada por Yanquilandia, que realmente podemos dudar que -salvo ciertos rincones- siga siendo Europa. Recuerdo (niño de nuevo) que cuando Franco vendió las bases navales a los EEUU, que lo protegían, y España se colmó de gringuitos, con y sin el gusto de la población hispánica, salió esa motito práctica y barata que fue la «Vespa». Algún avispado vio en el nombre, con harta razón, las siglas de algo cierto entonces y mucho más ahora mismo: ‘Vosotros Españoles Seréis Pronto Americanos’. ¿Quién lo duda?
Es cierto que Europa muere (o comienza a agonizar) en abril de 1945. No se me oculta lo que suena y parece terrible, aunque puede sólo ser casualidad: Europa muere con la derrota del III Reich. Pero Europa, si bien fue muy eurocéntrica, tampoco era la barbarie, y los modernos y simpáticos EEUU, que nos libraron de los nazis, no han cesado de perpetrar tropelías y continúan. Tampoco son ángeles ni mucho menos ingenuos. Podríamos asumir -sin inventiva- que vivimos un mundo horrible, y que la pobre Europa (economía aparte) sueña sólo, como desde Carlomagno, con rehacer de modos varios el Imperio Romano. De hecho, la Unión Europea no es sino el último de esos continuados avatares.
El mundo va mal y Europa no es Europa. Es cierto que el mundo europeo podría haber muerto por otro mundo mejor. Pero temo que no sea el caso. Europa ha dejado un mundo peor, más vulgar y mucho más cruel, si ello era posible. Echo de menos el estilo europeo. Pero no me parece haber remedio y -contra los papanatas populistas, Francisco incluido- nadie pedirá perdón por el Imperio de Roma. Y como decía mi tía: «Si viene Trump, por la escalera de servicio…».