Algunos amigos se escandalizaron o burlaron de mi última tribuna en la que pedía a la oposición que fuera pensando en alguna estrategia para cuando Sánchez se niegue a aceptar los resultados de las próximas elecciones, como suelen hacer sus modelos tipo Maduro o Trump. Me parece que tras la última aparición pública del socialista ha quedado claro que este tipo no va a permitir que un partido distinto del suyo llegue a gobernar nunca en España.
Hace ya muchos meses que sabemos (y decimos) que Sánchez no pertenece al orden de las democracias europeas. Quizás de alguna oriental, pero en las de nuestro continente, no. Es decir, que se trata del típico caudillo latino que considera a la población de su país demasiado estúpida e ignorante como para dejarle elegir democráticamente a sus dirigentes. Hay que imponerles un dictador capaz de ordenar lo que deben hacer. Y lo agradecerán.
Este convencimiento en la necesidad de una dictadura española le viene de la larga tradición caudillista que ha dominado al país en los últimos tres siglos, por lo menos. Los historiadores más autorizados sitúan esa ruptura con el resto de Europa en el siglo XVIII, cuando la invasión francesa y la guerra civil desembocaron en el dictador Fernando VII y su camarilla de delincuentes y discapacitados.
Sin embargo, tanto la oposición como casi todos los medios de formación de masas (periódicos, radios, cadenas de TV, etc.) siguen hablando de Sánchez como si fuera una persona normal, un político un tanto sectario, sí, pero que no se sale del orden internacional. Es completamente falso. Sánchez no es un ciudadano normal, es un hombre afectado por una debilidad mental de manual y capaz de todas las barbaridades con tal de satisfacer su insaciable ego. Un hombre tan torturado por su egolatría como Mussolini, Lenin, Castro, o entre los actuales Trump y Maduro.
«Es casi imposible de averiguar lo que contiene ese cántaro agrietado que usa Sánchez como cabeza»
Como no veo probable que la oposición llegue a la convicción de que debe pagarle un psiquiatra, creo que, por lo menos, debería esforzarse en dos direcciones. Una, la identificación del millar de asesores que le están aconsejando y bailando el agua a cambio de unas cantidades oscuras que nunca se han confesado. Nombres, por favor. Los colaboracionistas (y son cerca de mil) deben ser identificados con el fin de borrarlos de un futuro gobierno democrático.
Y una segunda dirección iría en busca del «pensamiento-Sánchez». Es casi imposible de averiguar lo que contiene ese cántaro agrietado que usa Sánchez como cabeza. Pero se puede deducir, a partir de sus acciones y del comportamiento de sus empleados, un conjunto de datos capaces de definir el modelo de dictador que está preparando el socialista para cuando pierda el gobierno. ¿Será más parecido a Franco que a Maduro? ¿A Trump que a Putin? Es importante ir preparando el momento en el que muestre los colmillos.
En un estupendo ensayo sobre la inaccesible naturaleza del pensamiento, se preguntaba George Steiner: «¿Durante cuánto tiempo (y) para cuántos millones de personas fue plana la Tierra?» (Diez razones, ed. Siruela). La incomprensible y disparatada concepción que ahora nos parece un monumental error de la historia humana, sigue viva, sin embargo, en un conjunto de psicóticos perfectamente «normales» llamados «terraplanistas». Pero no son muy distintos a los millones de socialistas que siguen creyendo que Sánchez es un ciudadano español del siglo XXI. Será difícil hacerles saber que es un rancio caudillo del siglo XIX. Una trabajosa tarea para la oposición.
