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La geopolítica actual ha dejado claro algo que durante años Europa se ha resistido a reconocer: la seguridad y, sobre todo, la libertad del continente está en grave peligro. La invasión de Ucrania por parte de Rusia no solo ha quebrado la paz europea, sino que ha despertado el viejo monstruo del autoritarismo expansionista. La amenaza de un conflicto armado a gran escala en suelo europeo ya no es una hipótesis. Es una posibilidad real y cada vez más cercana.
Europa se encuentra en una encrucijada existencial, en la que la pasividad, el buenismo diplomático o la falta de una estrategia de defensa contundente podrían desembocar en consecuencias trágicas. La pregunta no es si Europa debe defenderse de Rusia. Esto ya se debe dar por hecho. La pregunta es cómo tiene que defenderse. En este contexto, la necesidad de reforzar nuestras capacidades defensivas no es solo evidente, sino urgente y vital. Como ha señalado con lucidez Josep Borrell: «Europa no puede ser una potencia económica sin ser también una potencia militar».
Más agresiva, más despiadada
Desde la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, Europa había vivido anestesiada ante la sensación de seguridad que parecían garantizar la OTAN y Estados Unidos. Pero esa ilusión se ha evaporado. La irrupción violenta de Rusia en Ucrania ha dinamitado la falsa estabilidad. El Kremlin ha desvelado sus verdaderas intenciones: una ambición imperialista que desprecia las normas internacionales, pisotea la soberanía ajena y amenaza directamente la libertad de millones de europeos.
La política exterior del presidente ruso, Vladímir Putin, se ha convertido en un engranaje peligrosamente eficaz de dominación territorial y sometimiento ideológico. El orden internacional basado en reglas ha sido sustituido por la ley del más fuerte. Y Europa ha sido arrastrada, nos guste o no, a una nueva era de confrontación abierta.
Como advirtió recientemente Pedro Sánchez, «si Europa quiere evitar la guerra, debe prepararse para ella» (lo que recuerda al adagio latino «si vis pacem, para bellum«). Ursula von der Leyen ha reafirmado esta posición sin ambigüedades. Porque no basta con indignarse ante las atrocidades: hay que actuar. Y actuar con decisión. La invasión rusa de Ucrania es solo el primer asalto de un proyecto expansionista mucho más amplio.
La respuesta europea
Pese a algunos avances, la respuesta europea sigue siendo decepcionante y tímida. Incapaz de igualar el músculo militar ruso, el continente apenas roza un 2% de gasto en defensa, frente al abrumador 9% del PIB que dedica Moscú. Las cifras hablan por sí solas. La descompensación es tan profunda que pone en duda nuestra capacidad real de disuasión.
Los países europeos deben priorizar sin titubeos la inversión en tecnología militar, ciberseguridad, defensa antiaérea, sistemas de misiles, drones y todos los instrumentos que hoy definen el poderío bélico. Además, deben hacerlo con una visión estratégica y autónoma. La dependencia de la OTAN y, sobre todo, de un gobierno de Estados Unidos inestable y cada vez más aislacionista, ya no es garantía de nada. La independencia estratégica no es un eslogan, es una necesidad imperiosa.
Un ejército europeo
Europa necesita, con urgencia, un ejército común. Un ejército que no solo sea eficiente y operativo, sino que simbolice la unión del continente frente a quienes quieren arrodillarlo. Hoy, las fuerzas armadas europeas están fragmentadas y descoordinadas. Son ineficaces como conjunto, y eso debilita nuestra capacidad de respuesta. Es como intentar apagar un incendio con cubos de agua dispersos.
La creación de un ejército europeo, con inversión conjunta, estrategia común e interoperabilidad real, sería un salto cualitativo hacia una Europa fuerte, unida y libre.
Si Europa fue capaz de construir Airbus como símbolo de liderazgo industrial, ¿por qué no puede construir su propia fuerza de defensa conjunta? La defensa común es el siguiente paso lógico en la construcción de un proyecto europeo verdaderamente soberano.
Quizás ha llegado la hora de recuperar la non nata Comunidad Europea de Defensa. Como recordó el político eslovaco Peter Pellegrini: «La paz no se garantiza con palabras, se garantiza con acciones firmes y una defensa sólida».
Los líderes políticos deben ser valientes. Deben explicar con claridad que defender Europa significa defender nuestras escuelas, nuestros hospitales, nuestras calles y nuestras libertades. Y que eso, inevitablemente, requiere inversión, compromiso y sacrificio.
Rusia no se detendrá
El régimen de Putin ha demostrado estar dispuesto a violar todas las normas, a utilizar la fuerza sin límites y a expandir su influencia a cualquier precio. Ucrania ha sido la primera víctima de esta ofensiva sistemática contra el orden europeo.
Pero no será la última. Los países bálticos, Polonia, Moldavia e incluso los Balcanes están en el punto de mira de Putin. Si Europa no se anticipa, si no actúa ahora con firmeza, será arrastrada hacia un escenario cada vez más oscuro. Las advertencias están ahí. La historia nos lo ha enseñado: la libertad nunca se pierde de golpe, sino lentamente, por omisión.
Putin ha aprovechado el caos de la desglobalización para impulsar su proyecto imperial. Su ambición no tiene freno. Solo una Europa decidida, armada y unida podrá contenerla.
Defender la libertad
Europa debe despertar. Debe armarse no solo con tanques y misiles, sino con convicción. Debe defender con uñas y dientes lo que tantos siglos costó conseguir: la libertad individual, el pluralismo, la democracia y el Estado de derecho.
No se trata de militarismo. Se trata de supervivencia. Se trata de no ceder ni un milímetro a los que solo entienden el lenguaje de la fuerza. Y como dijo Churchill: «Los países que no están preparados para defender su libertad no merecen tenerla».
Ha llegado el momento de elegir: o defendemos nuestra libertad, o la perderemos para siempre.