Hay dos grandes asuntos en los que Sevilla lleva años de retraso: la gestión del turismo y la configuración metropolitana. Ambos concomitan porque están condicionados por la transformación sociológica de la ciudad y por su necesidad económica. Pero aquí andamos metidos en la duración de la Feria. Y pasan los años sin que se ponga sobre la mesa un proyecto sobre lo que queremos que sea Sevilla dentro de dos décadas. El tiempo nos pasará por encima y seguiremos deleitándonos con nuestro ombligo, pero el desarrollo de la cuarta capital española es una obligación común, de todos, no sólo de los políticos, si queremos que nuestras siguientes generaciones tengan un porvenir aquí sin necesidad de emigrar, como ya ocurre ante la flagrante falta de oportunidades. El turismo es nuestro principal motor económico, nos guste o no. Los movimientos turismofóbicos son, por tanto, antisevillanos. Una industria que representa el 20 por ciento de nuestro Producto Interior Bruto necesita un plan regulatorio para garantizar la convivencia, el sostenimiento de los precios del alquiler y la viabilidad de los servicios públicos. Es una evidencia que el Centro se ha masificado de visitantes en los últimos años, de ahí la proliferación de establecimientos extrahoteleros, principalmente los pisos turísticos. Y como no se le pueden poner puertas al campo, vamos al menos a desbrozarlo. La tasa turística cumple en esto una función crucial porque supone la generación de ingresos que garantizarían los servicios sin coste para los sevillanos —limpieza, seguridad, conservación del patrimonio o incluso incremento de la oferta de ocio— y porque, al mismo tiempo, contrapesaría el exceso de visitantes. Es decir, se trata de una herramienta que, además de sufragar los gastos ocasionados, permite controlar los aforos. Obviamente, los hoteleros están en contra. Los sectores directamente implicados en cualquier tipo de medida siempre se oponen. Pero se gobierna para toda Sevilla, no para una parte. Por eso el Ayuntamiento la promueve, aunque por el momento con el reparo de la Junta, que no ve claro que el resto de andaluces paguen un extra por visitar su propia tierra. Y que subraya la diferencia técnica entre tasa e impuesto, al que no se opone. Se llame como se llame, el coste de los servicios públicos que genera esta actividad debe recaer sobre los consumidores y el sector, nunca sobre los vecinos.El otro gran atraso es el de la administración metropolitana, eso que ahora llaman ‘gran conurbación’. Toda la corona de la capital conforma un solo núcleo de un millón y medio de habitantes. Es necesario, por tanto, un proyecto de ciudad con transportes que abarquen todo su extrarradio, desde el Aljarafe a Dos Hermanas y Alcalá. Sin autobuses metropolitanos, una red de metro que integre a los municipios que componen este conglomerado y un sistema fiscal homogéneo para todos que sirva para coordinar la limpieza y la seguridad, Sevilla acabará muriendo de éxito. El que no lo vea está ciego. O tiene un ombligo más grande que Sevilla, área metropolitana incluida.
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Quién paga el turismo>
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