Si el apocalipsis se hiciera presente entre nosotros, a Raúl Cimas (Albacete, 1976) podría pillarle de paseo por un pueblo de Guadalajara, desayunando un café con leche fría y un croissant o con un chiste en la boca. Pero tampoco se agobiaría. No es que el apocalipsis vaya a llegar, pero sí es la premisa de la que parte su último proyecto, la nueva comedia de Prime Video En fin.
- ¿Cómo sería tu noche previa al apocalipsis?
- Yo procuro vivir siempre al límite, tampoco hasta el apocalipsis, pero soy consciente de que la vida termina. Además, es bastante egoísta la idea del apocalipsis porque quienes escriben sobre ello lo hacen sobre su propia muerte y para sentirse mejor nos meten al resto. Parte del egoísmo, del si yo dejo este mundo, que no quede nadie. Es como el amigo que por la noche se queda si están sus amigos; si se van todos, él también.
- ¿Lo dices por experiencia propia?
- No, yo siempre me quedo y me echan en cara que les arrastro hasta las tantas. Ernesto [Sevilla] y yo éramos esas personas, pero ya no. Yo ya he salido todo lo que tenía que salir y me fui a vivir al campo.
- Y esa huida, ¿por qué?
- Aquí en Madrid pasa como con los del apocalipsis: irse de aquí no es huir, hay más vida fuera. A mí esta ciudad me parece increíble, me he ido y vuelto mil veces, pero me reafirmo en mi decisión. Para vivir Madrid en plenitud se necesita tiempo, energía y dinero, y en cuanto falla alguna de las tres ya no es fácil. A mí me gusta el puerta a puerta, alternar con amigos, que te cuenten sus desamores, sus problemas con el banco, con el tráfico… Eso te nutre para hacer humor.
- ¿Es fácil desconectarse de eso?
- Sí, claro, porque nosotros no tenemos un horario de gente normal, una rutina, y eso a mí no me gusta. Entiendo que puede parecer divertido, pero lo que he probado del showbusiness… Me parece que esa gente te aporta muy poco, para mí la risa parte de lo mundano, de lo cotidiano.
- ¿Cómo ha llegado Raúl Cimas hasta aquí?
- Dejándome llevar y siendo valiente porque cuando me lancé a hacer esto, igual que mis compañeros, era cuando el milagro económico de Rato, y mucha gente me decía que me buscara un trabajo de verdad. Ahora se ve claramente que aquello era un espejismo, pero nosotros llegamos de puta casualidad.
- En esas circunstancias, ¿por qué seguiste?
- Sinceramente porque trabajaba poco, ganaba más y encima me lo pasaba bien. Yo vivía en Cuenca, venía a Madrid, actuaba y era tan paleto que después de actuar me cogía un taxi y me iba a otro barrio para no encontrarme con la gente que me estaba viendo. Sé que sorprende, pero soy una persona tímida.
«Sinceramente soy cómico porque trabajaba poco, ganaba más y encima me lo pasaba bien»
- ¿Cómo has llevado entonces que la gente te conozca y te pare?
- Por el día la gente es amable, educada y te dice cosas muy bonitas. Si luego estás en un pub a las tres de la mañana y te dan la brasa porque te reconocen, pues te jodes. Hay que ponerlo en una balanza, hay personas que te dan la brasa, pero otras veces te cuelan en un restaurante. Seguramente he ligado mucho más por ser humorista de lo que hubiera ligado si me dedicara a otra cosa, y he tenido más amigos. A la hora de medir estas cosas también son fundamentales. ¿Que las fotos son una brasa? Sí, pero joder, hay que ser justos.
- Pero algo te tuvo que agarrar del humor siendo ya un chavalín para querer enfrentarte a eso.
- Cuando te sale la cosa bien, es muy normal que el humor te enganche, pero también da mucho miedo porque querer hacer reír y no conseguirlo es una pesadilla. Para mí también, aunque los días malos aprendes a afrontarlos, pero a mí el miedo al escenario me ha ido a más con los años. Quizás porque ahora soy más consciente. Si hasta al fucking Joaquín Sabina, con toda su carrera, le ha dado vértigo actuar en Madrid
- ¿Ese mayor miedo parte de que te reconozcan como uno de los grandes cómicos de este país?
- Sí, claro, tengo miedo a decepcionar y llevo ya un año sin actuar en directo. No quiere decir que me haya retirado, pero llevaba 25 años sin parar y eso te obliga a una vida de andar de aquí para allá, de hotel en hotel. Mucha gente dirá que es la hostia, pero uno necesita una rutina, un hogar. Yo ya sé que la rutina tiene muy mala prensa para el rock and roll y para los chistes, pero si no la tienes te desorientas. Esa vida parece divertida, pero yo no me acuerdo de las mitad de las personas que he conocido, ya solo quiero estar en mi sofá.
- Es la necesidad de que todo sea grandilocuente para que nos pueda hacer felices.
- Nosotros mismos nos hemos puesto un listón demasiado alto para la felicidad, elegimos las mejores poses en la mejor situación, el lugar idílico donde se vea el mar con una cerveza. Y, luego, estás preocupado por la foto de Instagram y te das cuenta de que no es tan especial. Eso se veía muy bien en Poquita fe, que son dos personajes muy lejos de ese listón, y ahora aquí en En fin. Parece que la felicidad ahora sea el rock and roll, el sexo, dormir poco y vivir como Keith Richards. Yo soy muy feliz viviendo en el campo, flipo con las berenjenas que salen en mi huerto, o andando por los caminos con mi perra y mi jeep Cherokee.
- ¿Y de fe cómo vas? ¿Poquita?
- Yo tengo una fe inquebrantable, pero habrá que ver luego punto por punto en qué. Lo que sí creo es que el ser humano tiene una tendencia natural a pensar que viene el apocalipsis ya desde la Edad Media y aquí seguimos. No digo que el mundo esté exento de problemas, pero el debate continuo de ahora… La política han tenido que convertirla en entretenimiento para que se entienda algo tan concienzudo y coñazo y se hable de ello en los bares.
- Pero es ciertamente agotador.
- A mucha gente le gusta la caña, el debate y la carnaza y la política ha ido colocándose en los lugares tradicionales del entretenimiento. Para mí es agotador, pero a lo mejor alguien no tiene bastante con los 18 debates al día que hay en televisión. Mucha gente se queja ahora del pan y circo, el pan y circo es cojonudo pero en su hueco.
- Si todo es entretenimiento, ¿no estamos degradando la vida común?
- Esto es fácil, la gente se clava más debates de política que nunca en la tele y a la vez se venden menos periódicos que nunca. Si a la gente le gustara de verdad la política, se compraría todos los periódicos de todas las tendencias para contrastar, se agotarían. Eso hace la gente a la que le gusta la política de verdad, pero a quien le gusta el entretenimiento se ve un debate en la tele y luego se va al bar a hablar de eso como se hace con el fútbol o las series y eso es un lugar peligroso.