La nueva derrota socialista en las elecciones europeas no ha generado ni una sola reflexión ni autocrítica seria por parte de Pedro Sánchez o de alguno de sus ministros o portavoces. Cierto es que han aguantado en un treinta por ciento, minimizando el descenso por la abducción directa de un gran número de votantes de la extrema izquierda que se sienten ya completamente a gusto y representados por un PSOE que ha asumido todos los giros extremistas de Sumar, de Podemos e incluso de los independentistas. Pese a ello, la diferencia de votos con el PP ha crecido. Y mucho. Y conociendo el grado de autoexigencia del líder socialista que es nulo, era previsible y segura la necesidad de un nuevo invento tremendista y populista para, no ya obviar el resultado, sino para intentar desvirtuar todo lo que se le viene encima. Todo, incluso a costa de desvirtuar a las instituciones, a la independencia judicial y a la libertad de información.
Sánchez solo es valiente cuando se encuentra rodeado y emprende arriesgadas huidas hacia adelante. Lo hace para esconderse de las responsabilidades del presente. Sabe inventar enemigos exagerados que le permitan agrupar a los suyos en torno a victimismos insoportables y falsos. Nunca da la cara y cuando lo hace, inventa actos sorprendentes que ocultan su verdadera intención, su principal intención, su única intención, que no es otra que seguir en el poder, sea como sea y cueste lo que cueste. Le da lo mismo si tiene que retorcer los argumentos hasta dañar la justicia o la prensa. Ya lo ha hecho con la ley de amnistía, rompiendo la igualdad de los españoles ante la ley y por ende la fundamental independencia del poder judicial.
«Sánchez quiere a todos los periodistas a sus pies»
Pedro Sánchez cree en el fondo que la prensa tiene que rendir cuentas ante él. Este pensamiento más propio de Venezuela o de Cuba que de un país democrático es el que quiere hacernos pasar como si fuera una decisión de la UE y del nuevo Reglamento para medios de comunicación que se ha aprobado justamente para todo lo contrario. Era para frenar a Orban y puede que acabe siendo para frenar a Sánchez. Donde en Europa buscan luz y transparencia, nuestro presidente lo quiere interpretar como un arma que justifique su acoso a los medios de comunicación que sean críticos con él, un acoso a los anunciantes que inviertan en esos medios y un acoso, en general, contra los medios audiovisuales que tengan tertulianos de estos medios. Sánchez quiere a todos los periodistas a sus pies. Exactamente, lo mismo por lo que siempre suspiró Pablo Iglesias.
Lo mismo hace con la justicia. Un plan posibilista que buscaba una solución de salida para el CGPJ como el que hizo hace unas semanas su presidente, Vicente Guillarte, es retorcido y manipulado por Pedro Sánchez para proponer que el máximo órgano de gobierno de los jueces pierda la facultad de nombrar los jueces del Supremo y de otros altos tribunales de justicia. Es mentira que Guillarte haya propuesto esa aberración que dice Sánchez. De nuevo retuerce lo dicho para intentar justificar su verdadera intención. La misma que la de la prensa. Que todos los jueces estén a su servicio como si de un simple fiscal general del estado fueran.
A Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, presidente de facto del Congreso de los Diputados, Fiscal general del Estado de facto, presidente del CIS de facto, letrado mayor del Congreso de facto, presidente de RTVE de facto, y esposo de Begoña Gómez, no le hacen gracia las informaciones y actuaciones judiciales que afectan ya a varios altos cargos en sus gobiernos. Y no soporta que, a pesar de que España es todavía una sociedad libre y democrática, en nuestro país se pueda informar y actuar judicialmente contra personas cercanas a él. Sánchez ha emprendido una peligrosísima deriva populista que consiste en negar la esencia democrática de la prensa y de la justicia para intentar negar toda veracidad a lo publicado o investigado.
Cuando un gobernante, el máximo gobernante de un país, se niega sistemáticamente a dar ni una sola explicación sobre informaciones y documentos que ponen en evidencia, no ya la posibilidad de delitos de corrupción y de tráfico de influencias en las actividades de su esposa que tendrán que ser determinadas por la justicia, sino unas actuaciones sin ética, ni estética, en un dirigente democrático y respetuoso con la transparencia y las buenas formas de gobernanza, estamos ante la más peligrosa de las huidas que pueda hacer ese político.
Se cree Sánchez, que puede actuar confundiendo la soberanía nacional con las votaciones ajustadas del Congreso. Se cree que puede privilegiar financieramente solo Cataluña, como ya hace con el País Vasco y Navarra, porque los amigos que le dan los votos están allí. Se cree que puede decidir qué medios son amigos y pueden recibir publicidad institucional y cuáles no. Se cree más allá de la ley y por eso quiere controlar a los jueces. Se cree un César capaz de retorcer a un país por sus caprichos. A Sánchez nunca le dio miedo mentir, ahora lo hace con otro estilo para hacernos creer que es idea de otros. Sigue retorciendo la verdad.