En un día ha caído todo. Las razones, que ahora sabemos excusas, para mantener la idea de que todo era una gran conspiración se han desmoronado como un castillo de naipes. No eran unas personas aisladas, sino un grupo con visos de organización criminal. No eran unos abusos puntuales en unos momentos extraordinarios, como la compra de mascarillas en pandemia, sino todo apunta a un saqueo sistemático y sostenido en el tiempo de contrataciones de obra pública. No eran mordidas inocuas entre amigotes, sino que pudieron afectar a las relaciones con un régimen dictatorial como el de Venezuela. No eran unas corruptelas consecuencia de la borrachera de poder, sino que fue al revés: las corruptelas (en las primarias ya de 2014) precedieron a la toma de poder. Y no eran unos bulos de la “ultraderecha y la derecha” ni una operación de las cloacas del Estado, sino que la UCO, como siempre, ha hecho un trabajo serio y profesional —y que, por tanto, unas veces molesta a unos y otras a otros—.
Sánchez ha agotado su crédito. Primero, por lo que hizo, pues las tres manzanas supuestamente podridas (Ábalos, Cerdán y Koldo) no fueron elementos decorativos, sino tres pilares fundamentales en su ascenso a la secretaria general del PSOE. Y a dos de ellos les confió el puesto más poderoso, la secretaría de organización del partido. La hipótesis más clemente con Sánchez es que es un pésimo gestor de personas. Cualquier otra teoría implica un cierto grado de conocimiento o aquiescencia (no quiero ni pensar en complicidad o involucración directa) sobre lo que hacían sus más estrechos colaboradores.
Y, segundo, por lo que no puede hacer. La tarea más urgente a la que se enfrenta la democracia española es la lucha contra la corrupción, como atestigua el hecho de que el final de las últimas presidencias del gobierno, de Rajoy y Sánchez, va a estar marcado por esta lacra. Y quien se ha visto salpicado por una sucesión de escándalos en el corazón del partido y en el núcleo del gobierno no tiene ni la legitimidad ni la capacidad para abordar esta tarea titánica. Esto no se soluciona con una “auditoría” al partido, sino con un análisis profundo de las estructuras de toma de decisión en las adjudicaciones públicas.
Muchos progresistas pensarán que no puede presentar la dimisión porque la alternativa (la derecha) es peor. Pero esos mismos progresistas estarían pidiendo la renuncia no sólo de un presidente del PP con las mismas responsabilidades (bueno, con la mitad), sino también de cualquier primer ministro socialdemócrata (Starmer, Scholz) en la misma situación de Sánchez hoy. Y dirían que el futuro del laborismo o del SPD está por encima del líder del momento. Pues el PSOE también.