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Sánchez ventrílocuo, por José Luis González Quirós

by Marko Florentino
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Si se pregunta cuál es el mayor mérito de Sánchez, qué es lo que contribuye con mayor vigor a su desempeño del poder, creo que no hay nada que sea más destacable que su don de lenguas, su capacidad de decir lo que quiere, aunque todas las palabras que emplee digan lo contrario. No es de extrañar que, consciente de esa su enorme virtud, Sánchez asuma siempre, con la prudencia y el estudio debidos, la tarea de comunicar, el arte de convencernos de que las desgracias siempre son para bien y que, y no es por halagar, los españoles somos casi tan estupendos y resilientes como él mismo, máximo elogio en boca de quien se cree el summum.

Sus discursos están llenos de hallazgos, muestran un cultivo delicado de ciertas perlas y aunque muchos se empeñen en que no dice nada, cumplen admirablemente con su función esencial, ocupar el espacio que merecerían las verdaderas noticias. Son una admirable teoría de razonamientos muy aparentes que son capaces de fijar la atención en aquello que a él le interesa. No deja nada a la improvisación, consciente de aquella optimista sentencia, que él seguramente piensa que es bíblica, según la cual se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. Sánchez se las arregla para que no le desmientan ni las hemerotecas, tan llenas de bulos como todo el mundo sabe.

A propósito del breve apagón que hemos padecido con paciencia y optimismo ha intentado convencernos de que no se sabe la causa, pero él ya conoce al culpable. No nos ha dado respuestas, el es el presidente, no el responsable de ninguna empresa privada como Red eléctrica, pero nos ha dicho que tiene más preguntas que nadie. Tal ha sido su poder de convicción que esa grey de fieles que le aplaudiría aunque anunciase el fin del mundo ya se ha lanzado a inundar los medios y las RRSS con las obvias consecuencias de la verdad revelada. Sánchez tiene algo muy difícil de conseguir, todo un circo de familiares y amigos que aplauden a rabiar los peores chistes del payaso.

Los discursos de Sánchez, lo mismo que sus acciones y decisiones, son los propios de un mago, un ventrílocuo que hace hablar a personajes varios o un prestidigitador por cuyo arte desaparece lo que sea necesario, por ejemplo 16 gigavatios en apenas un segundo. Al oírle muchos españoles enseguida pensaron en quién se habría llevado los gigavatios, pero no dudaron de que Sánchez era la víctima nunca el responsable.

Estos golpes de efecto son una de sus especialidades. Así, por ejemplo, por recordar uno bien reciente, cuando anuló la compra de unas pocas balas a Israel, galleando por el valiente gesto, al tiempo que nada diese a entender que otros miles de millones con idéntico destino no estaban en cuestión, porque una cosa es el lucimiento y otra la exposición a riesgos innecesarios.

«Convertir las casi 24 horas de apagón en un prodigio de rapidez y eficacia al resolver los problemas está al alcance de muy pocos»

Recuerdo el caso de un profesor al que se le atribuían anacolutos bastante risibles como cuando informaba de que «era de noche y sin embargo llovía», pues nuestro Sánchez es maestro en esa clase de deslices, pero con la particularidad, nada trivial, de que más que promover la risa del auditorio tienden a producir una mezcla de estupor e inquietud por su capacidad para lograr que la atención del oyente se fije no en lo que ven sus ojos sino en lo que dicen las palabras presidenciales. Famosa es su afirmación, que sirvió muy mucho, ante los desastres de la gota fría valenciana «si necesitan ayuda que la pidan» una frase que sirvió para electrocutar al chisgarabís autonómico que estaba de parranda, nada menos.

Convertir las casi 24 horas de apagón en un prodigio de rapidez y eficacia al resolver los problemas está al alcance de muy pocos, pero Sánchez casi lo consigue y además se atrevió a asegurar que algo así no puede repetirse, no volverá a suceder, profecía a la que nadie le negará rigurosa coherencia porque coincide a la letra con lo que había repetido con anterioridad al hecho extraordinario.

Sánchez no vacila a la hora de hablar con autoridad porque se atrevió, sin que todavía pudiese señalar a los malos más que indirectamente, a tildar de mentirosos o ignorantes a quienes, y a esas alturas eran ya cientos, osasen relacionar el apagón con las improvisaciones ecologistas a base de energías algo erráticas y apuntasen la inconveniencia técnica de prescindir de la energía de origen nuclear, esa que hora es limpia en Europa para la señora Ribera, pero sigue siendo sucísima en España para su sucesora y para el universo progre y sentimental que da sustento a las inverosímiles hazañas políticas de Sánchez.

Tal vez no tardemos en descubrir que el comité de expertos en estos asuntos que asesora al Gobierno está tan vacío como el de los sabios de la pandemia, pero así se avanza con paso firme por el sendero del progreso, sin permitir que nadie que sepa de algo nos pueda llevar la contraria. Tampoco cabría olvidar, todo hay que decirlo, que, como el Gobierno ha insinuado en más de una ocasión, estas serían las políticas que el fallecido Francisco habría bendecido con ambas manos por innovadoras, valientes y en beneficio del planeta.

«Tampoco está mal la idea de que no se necesite saber nada de energía para sentarse a dirigir el Consejo de Seguridad Nuclear»

Como es normal, Sánchez ha creado escuela entre los suyos que no cesan de descubrirnos verdades ocultas y liberadoras en un román bastante paladino. Así la inefable Montero cuando explicó que era intolerable que «la presunción de inocencia esté por delante de mujeres jóvenes» o la afirmación de Pilar Alegría, calificando como una «pérdida de tiempo» presentar Presupuestos al Congreso sabiendo que no los va a aprobar.

Como en el caso de Sánchez estas declaraciones se sitúan más allá de cualquier verdad porque en realidad son órdenes que se emiten para su inmediato cumplimiento por una legión de incondicionales que esperamos sea decreciente. Tampoco está mal la idea de que no se necesite saber nada de energía para sentarse a dirigir el Consejo de Seguridad Nuclear porque lo único que es imprescindible es saber obedecer, que es la receta más segura para tener éxito en el sorprendente socialismo que implantaron entre José Luis Ábalos y Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno ha demostrado ser capaz de hacer o decir cualquier cosa y no seré yo quien niegue que esa habilidad tenga un valor político, pero lo que debiera estar en juego no es si Sánchez es más o menos capaz de hablar distintas lenguas oportunistas, sino si esa cháchara tiene algún valor para quienes no estamos condenados a aplaudir. Se verá cuando llegue la hora de votar que, si de Sánchez dependiera, se dejaría para el día del juicio, a poder ser por la tarde.





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