Los agentes de la policía autonómica llegaron a Can Vatel en bicicleta. La política de reducción de emisiones de CO2 los obligaba a utilizarlas. Por eso llegaban tarde a todas las escenas del crimen. La mañana no les dio tregua. Apenas daban abasto con los saqueos del escaparate de cristal de Baccarat vandalizado por una bandada de vencejos, debían controlar un brote de nudismo en las plazas públicas producto de un reto viral y desalojar las acampadas asamblearias de una asociación de padres dispuestos a boicotear el sistema educativo Montesori. ¡Y todo eso en bicicleta!Discutían los agentes sobre ajustes salariales y custodias compartidas cuando recibieron una llamada de los vecinos de Can Vatel, el local más reputado del Mediterráneo. Los dueños del chalet contiguo dijeron haber escuchado ruidos y discusiones esa mañana y, desde entonces, ni rastro del cocinero, tampoco de su equipo. Y como ninguno de ellos se atrevía a entrar, decidieron llamar a las autoridades. No hizo falta escarbar mucho. Los agentes encontraron al chef tirado en el suelo, con la cabeza abollada. Tres miembros de su equipo esperaban a su lado, como si guardaran su cadáver. —¿Cómo es posible? —el inspector se llevó las manos a la cabeza— Vatel, ¿muerto? El hombre mostraba sincera y absoluta consternación.—¿Muerto? —insistió— ¡Si ya había pasado del octavo al quinto puesto en la lista de espera para comer aquí! ¡No puede ser! —Inspector, por favor —Pep, el policía en prácticas, señaló al occiso— ¿Qué impresión le produce la herida de la víctima?—¡Mi marido gastrónomo me va a matar! ¿No lo entiendes? ¡Es una tragedia!Transcurrieron así unos veinte minutos de enajenación y estupor, hasta que el inspector volvió en síMientras el policía en prácticas tomaba notas y el inspector dictaba mensajes de voz de manera compulsiva, los tres aprendices de Vatel miraban al suelo, en silencio. Transcurrieron así unos veinte minutos de enajenación y estupor, hasta que el inspector volvió en sí.—Apunta, Pep—dijo, con voz de mando— . Causa de la muerte: mazazo —Si me permite, habría que esperar al forense —se aventuró el aprendiz de policía…—¡Pues no! ¡No te lo permito! Soy yo quien …—¡Fuimos nosotros! —los tres aprendices dieron un paso al frente.—¿Cómo que los tres? —el inspector miró el cadáver—¿Al mismo tiempo?— Da igual quién o cómo, los tres lo hicimos . —¿Habláis todos a la vez siempre?—¡Sí, chef! —contestaron, a voz en grito.PromesaEl aspirante a policía examinó el rostro de los ayudantes, uno por uno.—Tú, ¿por qué tienes la mejilla hinchada? ¿hubo forcejeos con la víctima?Negaron al mismo tiempo con la cabeza. Pero sólo contestó de viva voz el aludido.—Fue una bofetada del maestro—¿Actuasteis en venganza? —se apresuró el inspector— ¿Por eso lo matasteis?Negaron con la cabeza, otra vez.—Acompáñennos —ordeno el inspector—. Pep avisa a los forenses. —¡Nadie puede tocar al maestro! —gritaron al unísono los aprendices de cocinero—. ¡Nadie!—Quiero un análisis de sangre y orina de estos pájaros —siguió el inspector—Han bebido o están drogados. ¡Hablan como una secta !—¡Que nadie lo toque! ¡Nadie! ¡Hicimos una promesa al maestro y la cumpliremos!Atendiendo a los designios del gran Vatel, sus tres pupilos le dieron muerte por su propia mano con la única condición de que su carne fuese servida a los comensales como el plato único de la nueva carta —Encárgate de estos lunáticos, Pep.No había terminado el inspector de dictar las órdenes, cuando un costillar de carne de res salido de la nada lo derribó a él y al aspirante a policía—¿Qué ha sido eso? ¿Estáis locos? ¡Suéltenos!Siguiendo las viejas maniobras de canibalismo , los tres ayudantes amarraron a los agentes de pies y manos. Luego cubrieron su boca con cinta eléctrica y retiraron las baterías de sus móviles para que nadie pudiese rastrearlos y los encerraron en la vieja cámara frigorífica que permanecía sin usar.—¡Lo haremos por el maestro ¡Recuerden sus designios!—«Os he reunido porque quiero que me matéis. ¡Aquí y ahora!», eso fue lo que nos ordenó hacer y es lo que haremos.—¡Pero siguiendo su método! —Tal y como él nos ensañó: «A la manera de un Dios caprichoso y creativo…».Esas fueron sus palabras.Una nueva pausa teatral hizo parecer excesiva la convicción de los conjurados. — ¿Quién se atreve a hacerle un primer corte al maestro? —¿Cómo vamos a trocearlo?Los tres discípulos se quitaban la palabra unos a otros.—¿Lo dividimos como al lomo de la carne de vacuno? ¿Lo abrimos como a un pescado?—¡El maestro es grande y bello como el atún! ¡Un manjar!—¡Sometamos a votación la forma más correcta de cocinar al maestro!— Votación, ¿dices? ¡Vatel espera de nosotros una reflexión! ¡Un aprendizaje! ¡No una asamblea! ¡Que nos lo hemos cargado!El maestro pidió sangre fresca para inyectar en su restaurante. ¡Esa es la nuestra! ¡Tenemos que crear algo a partir de sus enseñanzas!Los aprendices se miraron, sin dar crédito.—¿Qué ha sido ese ruido?Un golpe seco, luego otro y otro más. Los ruidos venían de la caja frigorífica. Corrieron a la cámara, para cerciorarse de que los policías seguían allí. Cuando volvieron a la cocina, el cuerpo de Vatel ya había desparecido.(Continuará)
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Sangre fresca (II)
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