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Santi Gigliotti: Insultar a la mentira

by Marko Florentino
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Los peores insultos son los que no incluyen insultos concretos, los que se tratan de camuflar entre las palabras para insertarlos en la supuesta ignorancia del receptor, acariciando ese hemisferio sectario que algunos confunden con una especie de inteligencia oculta solo accesible para los estúpidos que se entregan a los ritos tribales del fanatismo. No hay burla más hiriente que la que se traviste de confidencia, la que no viene con la lengua fuera porque piensan que te chupas el dedo.

Los canallas más despreciables son los que te tratan todos los días como si hubieras nacido ayer, como si tu estulticia estuviera ligada a su capacidad de hacer el mal, a ese alto concepto que los gualtrapas tienen de sí mismos. La altanería y la prepotencia son dos hermanas que maman de los pechos tóxicos de la desvergüenza. Pero ahí, en la soberbia, es donde está el final de los caraduras.

Todos los imbéciles tienen en común que van de listos, y esa es la manera más ridícula de que te trinquen: con las manos en la masa deforme del ego, con las falsedades más flagrantes canibalizando el cadáver de esa ilusoria impunidad que los llevó a obrar haciendo del cinismo una manera de vivir. La mentira es un chicle que se estira, por eso todo el que te la quiere meter doblada intenta ir de recto. La mentira es una droga que crea en el que la ejecuta una fuerte adicción al engaño. Los mentirosos siempre inventan falacias en la boca ajena. Los mentirosos se enamoran de la mentira porque el timo les otorga un placebo de superioridad con el que se sienten genios. Se enganchan a la estafa, se vuelven yonkis de la patraña, y se hacen tan dependientes de ella que la convierten en dogma y la abrazan como una verdad de autor.

En ese preciso instante es cuando la mentira hace honor a esa fama de desalmada que carga a cuestas, pues es tan malvada y mentirosa que trolea a ese siervo que la adoró y lo condena al derrumbamiento del imperio de humo que le ayudó a construir. La mentira es celosa e implacable, no se encapricha con nadie, por eso cuando se aburre de alguno de sus feligreses le tiende una trampa y le despoja de la careta que le diseñó. Ningún mitómano es eterno, por mucho que haya sobrevivido a la caza de más de un cojo. 

En nuestro país tenemos a uno de sus alumnos más aventajados, pero tanto él como su séquito de fuleros han entrado ya en esa fase terminal en la que la diosa de los hechos alternativos les ha puesto la cruz. Cada vez los bulos son más inverosímiles y la propaganda menos sofisticada. El relato ha sido cambiado por el balbuceo y el embuste por majaderías que hacen que se incomoden hasta los más talibanes, palanganeros que están teniendo que traficar con trolas sin salpimentar. No hay mayor indicativo de que el sanchismo agoniza que ver que ya no se toman en serio ni la mentira. No solo insultan a la dignidad de la ciudadanía, también deshonran al pilar que ha sustentado esta farsa hecha Ejecutivo. Pasa por pensar que la Policía (y la Guardia Civil) es tonta…



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