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Segundo premio: no son Los Planetas, somos nosotros, motivos de una obra maestra (*****)

by Marko Florentino
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¿De qué va? Cuántas veces nos hemos sorprendido (o quizá no tanto) con esta pregunta a la salida del cine. O antes de entrar por aquello de decidir si hacerlo o no. El modismo da una pista. No preguntamos hacia dónde va ni de dónde viene ni siquiera por qué se encamina a sitio alguno que, la verdad, sigue siendo la pregunta importante. No, la pregunta es por el qué, que no deja de ser una forma bastante absurda e imprecisa de no preguntar nada. ¿Acaso no va todo de lo mismo? Lo único que sí parece determinante es que la cosa va, del verbo ir. Porque el cine, eso es cierto, va, como la nave; viaja a través del tiempo y en su devenir rítmico y constante tan cerca de las cadenas de montaje de los coches acierta, cuando acierta, a retratar la propia naturaleza del tiempo. No es que recorra el tiempo, más bien es el tiempo el que lo recorre y se hace presente en él. Es decir, va y, esto es lo que cuenta, nosotros con él. El cine va y nosotros vamos en la soledad compartida que es el cine. Y hasta aquí la digresión, la digresión que va.

¿De qué va Segundo premio, la película tan cerca de la obra maestra de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez? Sobre el papel, se trata (es decir, va) de la biografía hecha película (o, dado el caso, ‘biopic‘) del grupo Los Planetas. Pero no de Los Planetas en general desde el Big bang a nuestros días sino de forma mucho más concreta de todo lo que le pasó al grupo de rock granadino del mismo nombre mientras confeccionaba su disco estrella (llamémoslo así) Una semana en el motor de un autobús. Mientras lo hacían, está documentado, se pelearon, se partieron en dos, y en tres, y en cuatro; la bajista se fue; el baterista se perdió; el guitarrista se perdió aún más, y el cantante no se encontró. No está claro, ni hay documentación al respecto, que el cantante de marras haya dado ya consigo mismo. Probablemente, no. Esta es la primera hipótesis.

Pero también puede ser que vaya de otra cosa. Al fin y al cabo, todas las historias, y más las que se ocupan de forma directa de una mitología tan asentada, ritualizada y a su modo estúpida como la que rodea al rock no van más que de sí mismas. Que si la heroína, que si el suicidio perfecto, que si los ángeles vestidos de negro cabalgando tormentas… Fue James George Frazer, autor de ‘La rama dorada’, el que intuyó que, al fin y a la postre, todos los mitos, cuya función no es otra que explicarnos lo inexplicable, acaban por parecerse demasiado entre sí hasta el punto de compartir no tanto una razón común como una estructura de proceder ella misma mitológica. Todos los mitos hablan de su propio mito, sería la conclusión lírica y reduccionista hasta el ridículo. Desde este punto de vista, ‘Segundo premio’ no iría de nada más que de sí misma, de la meticulosa construcción de una leyenda de ascenso, caída y redención. Puro cristianismo ‘yonqui‘. E ‘indie‘.

Sin embargo, algo se escapa. Las explicaciones se antojan demasiado apresuradas y quizá todo vaya de otra cosa. Tal vez, y a juzgar por su accidentada producción con múltiples cambios de dirección (hubo una tercera propuesta tras la de Jonás Trueba, director original, y antes de la de los directores que ahora firman), reescritura desde la raíz del guion y cabreos sucesivos (además de constantes) de J (o Jota), que es como se llama el señor que canta; tal vez, decíamos, la película no vaya de nada más que de su necesidad de sobrevivir, de su propia existencia como película y, apurando, del sentido mismo de la narración (toda ella) como ejercicio de salvación y, en efecto, supervivencia. La vida, en ocasiones, puede ser tremendamente oscura; insoportablemente oscura; oscura de pura oscuridad.

‘Segundo premio’ se mueve por la pantalla con el ritmo constante y misterioso que lo hace la luna alrededor de su planeta, nuestro planeta. Y por momentos, estalla en un grito de reconocimiento. Es grito generacional antiguo y descubrimiento nuevo. Todo a la vez. Y todo ello sin renunciar a la experiencia necesaria y compartida de lo común. Construida al revés que ‘La leyenda del tiempo‘ –la película vieja de Camarón firmada por Lacuesta–, la historia no acude al encuentro de la cámara como lo hace la misma vida en el instante fortuito del rodaje, sino que es esa vida, transmutada en simple verdad, la que es convocada en el aquelarre de la filmación. Suena tremendo y lo es. Como tremendos son los trabajos de los actores y músicos (y viceversa) Daniel Ibáñez, Cristalino, Mafo, Stéphanie Magnin y cía. Sí, hay algo mágico en la forma en que las canciones incorporadas ya a la memoria de muchos ahora cuarentones surgen de la superficie de la pantalla como si fuera la primera vez. Y es así, en la sensación constante de reconocimiento mutuo, de pérdida y de reencuentro, donde la película se hace fuerte. Indestructible, diría.

¿Y si ‘Segundo premio’ (título por cierto de una de las canciones más celebradas del disco ya clásico) no va de nada más que de nosotros? Y éste es ya el último intento. Lo cierto es que pocas películas tan claras, tan aventureras, tan transparentes en su fiebre, tan tarareables en cada una de sus letras, tan negras cuando quiere, tan suya, tan de todos. Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez nos han regalado un trozo de tiempo. Y eso no es un regalo menor. Personalmente, muy agradecido. No son Los Planetas, somos nosotros.

Empiezo a sospechar que ‘Segundo premio‘ simplemente va. Como la luna. Y como la nave, claro.





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