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Ser ciudadanos

by Marko Florentino
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Algunos estamos de acuerdo con Felipe González en lo de no votar al PSOE, pero no en lo de votar en blanco. Yo quiero una alternativa, no una rabieta. Y por supuesto esa alternativa sólo puede ser de derechas, porque ya hemos visto lo que da de sí la izquierda en nuestro país. Con ellos, ni a cobrar una herencia. De modo que sigo con gran interés el congreso del PP, porque de ahí saldrá el futuro político de nuestro país. Las observaciones que siguen, algunas críticas, sólo pretenden ayudar a perfilar mejor esa alternativa necesaria y hoy más deseada que nunca. 

Aparte de la personalidad narcisista y casi psicópata del líder máximo, aceptada hasta ahora con fiel cretinismo por los suyos, lo peor del Gobierno actual son los apoyos parlamentarios que se ha buscado para sostenerse en el poder a pesar de perder las elecciones. La tarea de conseguir tales asideros parece haber sido la obra arquitectónica de Santos Cerdán, el fulano que olvidó las connotaciones de su nombre y prefirió las de su apellido. Lo que Cerdán haya podido sustraer con malas artes al erario público, que parece ser mucho, no es pecado comparable al de haber puesto a la patria común en manos de sus peores enemigos, los separatistas. También los comunistas más o menos explícitos están en el cambalache gubernamental, aunque personalmente los detesto menos que a los otros. Según el viejo lema, puesto en el apuro prefiero una España roja que rota.

Aunque lo que algunos, creo que muchos, buscamos, es una verdadera alternativa a la España roja o rota (pues siempre cuanto más roja, más rota, para que engañarnos). Una España que combine las ventajas del liberalismo con los necesarios toques de socialdemocracia, y que defienda su Estado único, aunque pueda ser todo lo plural que parezca necesario. Lo malo es que hoy la corrupción más escandalosa no es la que más escándalo despierta. Por eso podemos oír al postetarra Otegui que reconoce a Cerdán como mediador entre el PSOE y Bildu, pero se ufana de que en su partido nunca hubo ni un átomo de corrupción. Y habrá despistados que lo asuman: «Bueno, en eso tiene razón». ¿Hasta cuando habrá que repetir que el separatismo es la máxima corrupción dentro del estado democrático, porque roba a todos los españoles su ciudadanía y no algo de dinero a unos cuantos de entre ellos? Refiriéndose a los sucios socios de Sánchez (incluidos los cínicos del PNV), exclama Miguel Tellado «ellos sabrán si quieren ser cómplices de la corrupción». ¡Pero, hombre, claro que quieren! Aún más, ellos mismos son la corrupción del sanchismo, cuya podredumbre no consiste en haber nombrado en puestos de responsabilidad a sinvergüenzas y puteros, sino en haber ascendido a pilares de la gobernabilidad del país a los peores secuestradores de la ciudadanía de los españoles. Aunque esos bandoleros y quienes han comprado con amnistías y otros favores su apoyo no hubiesen sisado nunca ni un euro, son culpables del peor atraco político que ha sufrido nuestro país desde el final de la dictadura.

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A algunos nos preocupó que el PP pareciese de veras buscar aliados para desalojar a Sánchez entre los mismos cómplices corruptores que prestaban a éste su apoyo parlamentario. Afortunadamente, un documento interno concebido para apaciguar las exigencias de Alejandro Fernández, una de las mentes más lúcidas y menos sobornables del partido, ha señalado los requisitos que una formación separatista debería presentar para que los constitucionalistas españoles puedan pactar con ellos. Dicho en forma resumida, que dejen de ser separatistas. El separatismo consiste en pretender sustituir a los ciudadanos, que lo son igualmente de todas las partes del país, por lugareños unidos al terruño por lazos genealógicos y tradicionales. Lugareños cabreados, además, hostiles a sus vecinos y deseosos de destacar sobre ellos. El Estado no sería más que una caja dentro de la cual los diversos lugareños se disputarían los privilegios y en lo único que coincidirían todos es en negar la existencia de tal entelequia como España.

Para ello el instrumento principal es derogar todo lo posible el castellano y sustituirlo a todos los efectos por las lenguas regionales, cuanto más secundarias mejor. Atención, este es un punto muy relevante: debemos juzgar al PP por su determinación y eficacia en la reivindicación en todo el territorio nacional de la lengua común. Si no sirve para eso, no sirve para nada. Se nos dirá que si no cede ante los separatistas como ha hecho tan voluntariosamente Sánchez, el PP nunca tendrá mayoría para gobernar. Bueno, eso ya se verá. Ahora que parece que los socialistas empiezan a pagar la cuenta de sus desmanes, la espera de 2027 puede hacerse más entretenida. Que vayan pasando todos por la cárcel, como en la película de Berlanga. Y mientras nos dedicaremos a enseñarles razonadamente a nuestros compatriotas, la diferencia que hay entre ser ciudadano y ser lugareño, siervo de la gleba. Tenemos tarea por delante, pero es mejor sudar con el esfuerzo que rechinar los dientes de impotencia.



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