Han pasado tantas cosas en Cataluña en los últimos, pongamos, 15 años que a veces sucede como ahora, leyendo el libro de Laura Fàbregas Diario de una traidora, que parece una ficción. Lo que le hizo la mitad de Cataluña a la otra media, por acción u omisión, fue realmente imperdonable. Y no hay más remedio que perdonar. O, al menos, no dar rienda suelta al rencor. Y Laura es, en el buen sentido de la palabra, buena.
En casa sólo vemos la tele cuando comemos o cenamos. Vamos, el telediario. Y hace años que evitamos deliberada y escrupulosamente los canales progres y los nacionalistas. El nacionalprogreísmo, en una palabra. Por higiene mental. Así que no tenía una idea cabal de lo que tuvo que pasar Laura significándose (nunca hubo un temor más generalizado en Cataluña) en los medios de comunicación. Convertirse en el objetivo de esa gente fanatizada que le deseaba una «muerte lenta y dolorosa», como relata. O temer que al salir de un debate en TV3 le esperara algún fanático.
Cuenta que Luca, su marido, al saber que los perros de su padre habían muerto, su primera reacción fue preguntarle si habían sido «los independentistas». Y es que en su pueblo todos sabían cómo pensaba el Sr. Fàbregas. Catalanes temiendo a catalanes. Que a esa gente la apoyaran desde el resto de España o, incluso, desde el extranjero personas movidas, no sólo por intereses políticos y oportunistas, que tienen su racionalidad, sino por una idea disparatada de los derechos de supuestas minorías debería ser materia obligatoria para los estudiosos de los delirios de masas.
A Laura le dijo en una ocasión el escritor Ferran Toutain que, a veces, «las sociedades enloquecen». Efectivamente. ¡Y cómo! Adolf Tobeña desmenuzó perfectamente la locura catalana en su La pasión secesionista. Aquellos años fueron, en palabras de Laura, «de borrachera colectiva, en los que (los políticos) contemplaban que con el 30% de la población catalana movilizada se podían forzar cambios históricos en contra de la mayoría».
«Políticos delincuentes que Sánchez ha resucitado por un puñado de votos»
Porque, por desgracia, las demandas victimistas de individuos y colectivos son satisfechas por políticos oportunistas que compiten entre ellos por sus favores. Políticos delincuentes que Sánchez ha resucitado por un puñado de votos. Recordemos que, en Cataluña, la puja por el electorado independentista llevó a ofertas cada vez más extremas que terminaron en un intento de golpe contra el Estado. Y sólo personas como Laura se atrevieron a decir la verdad y a quedar como eso que tanto les aterroriza a los cobardes de todo signo: unos «fachas».
El pueblo secesionista se lo pasó muy bien durante demasiado tiempo. A cierto catalán, ese europeo con seguridad social y jubilación garantizada, la vida le estaba resultando aburrida y deseaba marcha. Como dice Laura: «Las clases más libres y acomodadas se sintieron oprimidas y quisieron ir a la revolución». Por ello, quizá, el independentismo «afectó principalmente a personas que estaban a las puertas de la tercera edad». Les dio «un nuevo sentido a la vida».
Es cierto. Y lo que más les horrorizó a los padres de Laura de la jornada del 1 de Octubre fue la cantidad de jóvenes que iban «del brazo de sus abuelas a votar». Incluso su madre tuvo como cliente a una de ellas, que se presentó en el despacho para desheredar «a los traidores de sus hijos» a quienes el delirio independentista no les motivaba suficientemente. Como «traidora» fue su hija Laura. Mujer joven, catalanohablante y constitucionalista. Cuña de la misma madera.
Ojalá hubiéramos sido más. El nuestro es un país para traidoras de ese tipo: las necesita.