
El cerebro humano, como el del resto de los mamíferos, reptiles y aves, está dividido en dos hemisferios. Resulta algo desconcertante, pero se explica desde el punto de vista de la evolución darwiniana. Para cualquier animal es fundamental conseguir comida: alcanzar este fruto, cazar ese … conejo de allá. Eficaz y rápido. Pero al mismo tiempo, debe estar atento a lo que pasa alrededor: al depredador que asoma al acecho, a la oportunidad de una pareja, a las nubes negras que amenazan tormenta… Tiene que prestar atención al mundo de dos formas muy distintas, algo extraordinariamente complejo.
«De ahí los dos hemisferios cerebrales», explica el psiquiatra, filósofo y neurocientífico Iain McGilchrist (Reino Unido, 1953) desde la pantalla de Zoom a través de la cual hacemos la entrevista. «El lado izquierdo, más simple, busca un objetivo de forma rápida y directa, mientras que el derecho, mucho más complejo, capta la panorámica, el contexto», resume. Acaba de publicar en España ‘El maestro y su emisario. El cerebro dividido y la conformación del mundo occidental’ (Capitán Swing), un libro en el que muestra cómo estas dos formas de experimentar la realidad han influido a lo largo de la historia de Occidente, desde la antigüedad hasta nuestros días. Ahora nos toca el lado izquierdo, y no parece una buena noticia.
—Las creencias populares dicen que el hemisferio izquierdo es lógico y el derecho, creativo.
—Esa dicotomía es un error, pero tiene algo de verdad. Fijémonos en el lenguaje: El 97% de las personas utiliza el hemisferio izquierdo para hablar y escribir. Pero el derecho contribuye de forma muy importante. Por ejemplo, si estoy dando una lección en una cátedra y digo ‘hace calor aquí’, el lado izquierdo dirá: obvio, lo sé, por qué me dices esto. Pero el derecho entenderá que lo que en realidad estoy diciendo es ‘abre la ventana, por favor’. El derecho comprende el significado, mientras que el izquierdo es como ChatGPT, tiene mucha información pero no la entiende. La creatividad se hace con el hemisferio derecho, porque cuando creas algo, al principio es vago, impreciso. El izquierdo puede participar más tarde como ‘control de calidad’. Un ejemplo es el problema del cuadrado de nueve puntos (unir nueve puntos sin levantar el lápiz del papel). Hay un experimento interesante que se hizo en Australia: cuando se suprimía el lado derecho, nadie podía resolverlo. Pero si se suprimía el izquierdo, la mitad lo conseguía.
—¿Así es como se producen los momentos eureka?
—Sí. He estudiado a muchos científicos y matemáticos y casi nunca siguieron una cadena de razonamiento en sus grandes descubrimientos. Hicieron mucho trabajo duro, sí, pero cuando lo dejaban a un lado y se distraían con otra cosa llegaba la respuesta correcta. Por ejemplo, el químico alemán del siglo XIX Kekulé se durmió y soñó con un anillo (que le ayudó a resolver la estructura del benceno) o el matemático francés del siglo XX Poincaré, que obtuvo la respuesta a una ecuación mientras se subía a un autobús.
—¿Por eso llama maestro al lado derecho?
—El hemisferio derecho percibe el mundo con más precisión a través de los cinco sentidos, hace juicios más confiables, es más inteligente, sofisticado, emocional y tiene una comprensión más profunda de las cosas. En las personas con daño en el hemisferio derecho por un ictus, la inteligencia disminuye; si se produce en el izquierdo, afecta mucho menos. El derecho sabe que necesita la información que viene del izquierdo, pero el izquierdo no sabe qué necesita. Tiende a ser más egoísta, arrogante, sarcástico, resentido y envidioso. Suena ridículo y estoy antropomorfizando, pero es así.
—Sin embargo, el hemisferio izquierdo ha ganado la partida en la historia de Occidente varias veces, ¿por qué?
—Pasó tres veces: en Atenas (siglo VI a.C.), en el Imperio Romano y en la Ilustración (siglo XV). Son momentos de expansión. Grecia y luego mucho más Roma tenían que controlar lugares muy lejanos y había que imponer un conjunto de reglas en todo el imperio: misma arquitectura, mismas leyes… Tenía que ver con el control del poder, no con la belleza. La Ilustración parecía buena en sí misma, pero era muy arrogante. Pensaba que podía responder todas las preguntas con el pensamiento lógico, pero no se puede explicar el amor, la amistad, la fe religiosa, la belleza, el arte, la música, la mitología… Todo eso tiene el poder de ayudarnos a comprender el mundo. No hablo de explicaciones antirracionales, sino suprarracionales. Cuando yo escuché el quinteto G menor de Mozart me cambió la vida. Me abrió los ojos, me ayudó a crecer. Esto no se puede explicar de una forma científica o racional.
Meditación y humanidades
—¿Esa mentalidad del hemisferio izquierdo se ha reforzado aún más en los últimos años?
—Sí. Hay dos influencias globales en nuestro mundo que externalizan el lado izquierdo y su modo de pensar: la inteligencia artificial (IA) y el aumento de la burocracia… Durante mi vida he observado cómo han crecido los departamentos administrativos de los hospitales y la universidad.
—¿Cómo nos afecta la IA?
—La IA nos permite tener más poder, que es el objetivo del hemisferio izquierdo. Pero poder y dinero no dan la felicidad. Lo que hace feliz a las personas son la amabilidad y generosidad con los demás -el sentido de pertenencia-, la comunión con la naturaleza y el sentido espiritual. La IA no podrá ayudarnos nunca en estos tres objetivos. De hecho, disminuye nuestra capacidad creativa. La juventud ya no está formada para leer aritmética o lógica porque van a la tableta y tocan un botón y ya lo dice todo ChatGPT. Y si no utilizas una capacidad se atrofia. Una persona perfectamente sana en silla de ruedas, después de un tiempo, ya no puede caminar. Eso es lo que nos estamos haciendo intelectualmente a nosotros mismos.
—Preguntamos a ChatGPT cuestiones personales esperando respuestas rápidas y definitivas.
—Vivimos en un mundo en el que pensamos que el mapa es el territorio real. La IA es una representación que nos aleja de lo complejo, de lo real.
—Dice que hoy en día hay un tipo de liderazgo característico. Me he acordado de Elon Musk.
—(Risas) La manera en la que construimos el mundo moderno y se nos educa favorece a las personas que tienen una manera de pensar basada en el hemisferio izquierdo: individuos dentro del espectro autista o el síndrome de Asperger o con trastorno de la personalidad, lo que incluye a psicópatas -personas que sienten placer al controlar y ser crueles con los demás- o narcisistas, que solo se ven a sí mismos.
—¿Identifica a algún líder mundial actual?
—Creo que quiere que diga Donald Trump… (Risas). Bueno, simplificando, Putin podría ser el ejemplo de un psicópata. Es muy inteligente y sabe manipular a la gente. Pero tiene razón, hay muchas personas que están liderando la IA en Silicon Valley con tendencias autistas.
—En la era de la posverdad, ¿afecta al cerebro recibir mentiras como certezas?
—Sí, está afectando a nuestro cerebro, a la belleza natural del mundo, a las vidas de los pueblos originarios del planeta. Sabemos que tenemos que hacer un cambio de corazón. El lado izquierdo nos dará un listado de cosas que hacer como solución, pero eso es una estupidez. Necesitamos cambiar cómo pensamos y sentimos. Si no lo hacemos con la ayuda del hemisferio derecho, vamos a estar perdidos.
—¿Y qué podemos hacer?
—La buena noticia es que el lado derecho sigue aquí, nos sigue hablando. Simplemente no lo escuchamos. Es como tener una emisora de radio que no sintonizamos. Y podemos hacerlo de varias formas: mejorando el sistema educativo para hacer más hincapié en las humanidades, la poesía, la historia, la cultura, la filosofía… Reduciendo el ritmo y alejándonos de las pantallas. Implicándonos en cosas que alimenten el alma: buenos libros, poesía, música, amigos… Podemos meditar. El mindfulness disminuye la actividad del lado izquierdo. Solo escucha el silencio. Suena negativo, pero es porque en Occidente creemos que tenemos que producir todo el tiempo. A mis pacientes psiquiátricos les digo que dejen de hacer las cosas que suelen hacer. Eso no es negativo, es progreso.
—¿Hay señales de esperanza?
—Sí, en los últimos diez años veo a jóvenes que se rebelan contra la narrativa de mi generación de que la vida no tiene propósito, de que el universo es solo materia que chocó con otra materia. Intuyen que la vida tiene un sentido más allá de sentir placer y morir y están regresando a la fe y la espiritualidad. En el libro no hablo de Dios, pero me he dado cuenta de que hace quince años los científicos parecían avergonzados de hablar de Dios y ahora lo nombran con frecuencia. Cuando miramos a los Premios Nobel, el 32% de los ganadores en Literatura eran ateos. Pero solo el 9% de los biólogos, un 6% de los químicos y un 4% de los físicos. Tendría que haber un diálogo entre humanidades y ciencias que incluyera pensamientos sobre lo divino y lo sagrado. En definitiva, la gente joven está comprendiendo la importancia de agrandar su imaginación y desarrollar una vida más plena y pensar, como decimos, fuera de la caja. Creo que hay oportunidad de que esto suceda.
