No hay mejor manera de definir la política actual española que la burda definición que soltó en mitad del fervor mitinero el ministro tuitero, Óscar Puente, cuando se refirió al presidente del Gobierno como el «puto amo». Deliciosa y elaborada metáfora, sí señor… Pues en … estos últimos días, Pedro Sánchez ha ejercido como tal, sin ambages, por si cabía alguna duda. Le ha mostrado al respetable, sin maquillaje alguno, que es el amo y señor de su partido, sobre el que tiene un control absoluto tras años de limpieza sistemática de voces críticas. Sánchez, que sólo alcanza a pedir perdón sin asumir responsabilidades, se ha ido rodeando sólo de palmeros que le calientan el oído, despreciando a quien pudiera llevarle la contraria, advirtiéndole de los desmanes que se cocían en su casa. Por eso, cuando el presidente insiste una y otra vez en su defensa numantina de que no sabía lo que ocurría en su entorno profesional más próximo, el propio argumento se vuelve en su contra porque pudo ser su errático criterio de anteponer el servilismo a la valía, lo que ha llevado al Partido Socialista a la actual situación de bochorno histórico. No hay peor jefe o líder que quien sólo se escucha a si mismo. Y el presidente del Gobierno no deja de hacerlo en el momento más complicado de su mandato.
El puto amo se paseó por un comité federal con una única voz disidente, a la que echaron a las fauces de un perro de presa por si alguien más se atrevía a sumarse a los argumentos de García-Page. Aquella sesión de masaje y pedicura, convenientemente filtrada a la presa, fue sólo la antesala de lo vivido ayer en el Congreso en donde Sánchez no sólo fue aplaudido, jaleado y vitoreado por su bancada en un lamentable ejercicio de falta de decoro -y eso que están avergonzados, dicen-; es que sus socios de gobierno, con alguna excepción, se esforzaron más en arremeter contra el PP que en pedirle explicaciones al partido que ha puesto en serio peligro al autodenominado Gobierno progresista. Una posición que puedes costarles caro por pura complicidad si sigue escalando el escándalo.
Sin embargo, esos socios han optado por activar la cuenta atrás para ver hasta cuándo pueden exprimir a un Gobierno que no se atreve a enfrentarse a las urnas. Sólo queda huir hacia delante y ganar tiempo con la ayuda de fuego de artificio como el plan contra la corrupción presentado ayer. Un paquete de medidas que suena bien salvo por unos cuantos detalles: llega tarde, muy tarde, cuando la Justicia le pisa los talones a más de uno y Europa se ha cansado de decirnos que no somos un estado fiable en esta materia. El plan carece de credibilidad porque lo presenta alguien a quien se le ha agotado ese crédito. Decía ayer Sánchez que quiere situar a España en la vanguardia europea de la corrupción, pero ni media palabra de acabar con los aforamientos tal y como se comprometió cuando era candidato.
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