En su acelerada carrera para reproducir el franquismo, los socialistas han renacido aquella noción tan curiosa de los años sesenta, «el búnker». Así se llamó, en los años finales del dictador, al conjunto de fieles de la causa e instituciones del régimen que formaban una fortaleza en torno al cada día más deteriorado caudillo. La repetición de la figura da idea de cómo ven los progresistas a su jefe.
Ya sabíamos que lo de la «resistencia», tantas veces venteado por Sánchez como ley de su entrega pública, no era sino el ánimo de acabar la legislatura, aunque fuera envuelto en la bandera de la podre y con las armas propias de un caudillo bananero. Lo tenía ya todo planeado desde que comenzó a urdir un gobierno autocrático con sus más allegados, los hoy llamados fontaneros. Todo es suficientemente conocido y no hay por qué insistir en el hundimiento del partido socialista, una formación que aún era necesaria y que va a desaparecer como en el resto de Europa.
Hay un par de detalles que pueden ennegrecer aún más la caída del régimen. Uno, que el personaje, afectado por una grave pulsión neurótica, no quiera aceptar el resultado de las elecciones, como Trump. Se abriría entonces una batalla que incluye desde la manipulación de las urnas a la que es aficionado, al enfrentamiento físico, posibilidad que, naturalmente, ya acaricia entre sus proyectos y preparan algunos de los mil asesores de Moncloa. Contaría con los tardo terroristas vascos y catalanes, posiblemente con la rebelión de los separatistas catalanes y con las fuerzas de choque ya existentes entre los grupos de la izquierda fascista.
Ante esta posibilidad, lo que nos mueve a dudar sobre el resultado del choque, es la capacidad de Feijóo para hacerle frente. En el caso de que las fuerzas armadas no tomaran partido, lo que es muy probable, a Feijóo no le quedaría más remedio que la movilización armada de la sociedad civil. Y, francamente, no le veo en ese papel. Pero tampoco a Vox: quede lo que quede de esa formación, sólo tiene una capacidad de movilización muy exigua y en puntos determinados.
«Que nadie se haga ilusiones sobre Europa. A las naciones continentales les es particularmente antipática la política española»
Y todo lo anterior, como es lógico, ya lo sabe Sánchez, en cuyos cálculos entra la difícil, si no imposible, capacidad de lucha de la derecha, contra la cual estarían los muy comprometidos (y ricos) golpistas catalanes y vascos. Por otra parte, que nadie se haga ilusiones sobre Europa. A las naciones continentales les es particularmente antipática la política española y saben hasta qué punto es arriesgado intervenir. De hecho, no intervinieron cuando el juego era sumamente claro y no engañaba a nadie: comunistas contra fascistas. Pues, así y todo, no intervinieron.
Sí lo hicieron los bolcheviques y los fascistas, así que es de suponer una repetición de la lucha estratégica. Pero ya no hay naciones nazis o fascistas, en cambio, Putin tiene buenas relaciones con los nacionalistas vascos y catalanes, de modo que, si no se decidiera una intervención militar por parte de Rusia, sí podrían exportar un apoyo decisivo para la destrucción de Europa. España son muchos puertos a tres mares. Y todavía por esas fechas, es decir, para el 2027, es de suponer que seguirá Trump en el poder. Y Trump apoyará a Putin.
No se trata de jugar a las guerras, ni es mi intención imaginar una fantasía para videos de entretenimiento y realidades artificiales. Me parece que es urgente comenzar a pensar en lo que sucederá dentro de un año, cuando comiencen a alzarse los alfanjes y las cruces.