Nos han dejado a mí y a las mías sin poder ver a nuestros amigos. Solitas, incomunicadas, viudas de una diversión y una compañía que nos arreglan los días, que nos completan el crucigrama de las horas. Están todos en sus casas, esquivando este gris que se apodera de nuestra celda de oro, este palacio en mitad del paraíso en el que nos vemos recluidas, despojadas de nuestro derecho a visita . Cerraron las cancelas y nos quedamos dentro, detrás de los barrotes verdes, a la intemperie. Aquí hay un silencio que nos estrangula a las más jóvenes, que relaja a las que son veteranas. Fuera, se escucha el trasiego de coches y autobuses, de una vida apresurada, trastocada por el agua.El viento es un soplo helado y furioso, una música desafinada que afeita las paredes, que acentúa nuestro aburrimiento. Llueve con constancia , como si el invierno hubiera decidido resfriarse, como si las nubes, borrachas de despecho, estuvieran vengándose mientras sollozan de un sol pícaro y mujeriego que está durmiendo su resaca no se sabe muy bien dónde. Nos cobijamos juntas bajo los paraguas que encontramos por ahí, maldiciendo este clima que nos ha dejado sin trabajo. Los ratitos en los que escampa, aprovechamos la tregua para dar una vuelta. Es desagradable sentir el abandono, es como contemplar un desierto sin arena, un teatro sin butacas. En estas pausas vamos buscando las cositas que se han extraviado, que han sido movidas por el aire. Vestigios del desorden . Son nuestras monedillas en las rajas del sofá. Latas, envoltorios, guantes desparejados, chupetes. Nos ayuda a tranquilizarnos, a recordar que antes de lo que pensamos pasará la tormenta. Pero vuelve a llover, y esto ya es desesperante. Ayer encontré una página de un periódico destrozada en la que hablaba de esta tía pesada, que por lo visto se llama Jana . Hoy no habrá función tampoco, no haremos ni el pase de por la mañana ni el de la tarde. Eso significa que seguiremos sin risas, sin pan y sin gusanitos. Nos lo ha confirmado la viejecita, que se pone a contar historias que a ella le contaban para que nos entretengamos y no demos la murga. Nos habla de lo limpia que se va a quedar la fuente, también de niños que ahora tienen arrugas y traen a otros niños nuevos. Pero mi prima chica, Loli, llora y protesta, tiene hambre y miedo. Y le dice que si es verdad que nuestra estirpe tiene mano con los de ahí arriba, que somos amigas de la Virgen, que le diga que paren. Y la viejita le dice que eso no va así, y que es mejor que pase esto ahora, porque dentro de poco habrá un domingo, el más bonito de todos, en el que no cabrá un alma y todo esté lleno de antifaces tan blancos como nuestro plumaje. Con eso, nos quedamos todas las palomas en paz.
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Solas
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