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Supervivientes, sanitarios, bomberos… Los rostros del ‘jueves negro’ tras el que nada volvi a ser como antes: «Mi nica obsesin era salir del vagn con mi hija, caminando por encima de los cadveres…»

by Marko Florentino
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Aquel jueves de marzo, el azar esparci su maldita suerte en los lomos de acero de cuatro trenes de Cercanas. Tres minutos y diez bombas bastaron para coser una terrible cicatriz en el alma de una ciudad que ya nunca volvi a ser la misma. Que tuvo que llorar a sus 193 muertos mientras curaba a sus 2.000 heridos en un delirium tremens de morgues y ambulancias. El azar, decamos, hizo su conjura en hora punta; a las 7.37 se produjo la primera explosin en Atocha, a la que siguieron nueve estallidos ms. A las 7.41 ya solo quedaban los vagones despedazados y el silencio.

S, me acuerdo de un silencio fro. El olor terrible. El miedo. Habla Dori Majali, superviviente del peor atentado de la historia de Espaa, en el filo espeso del aniversario, pues ya son 20 aos los que la separan del terror. Revive la luz sper cegadora de la explosin y cmo su cuerpo empez a dar vueltas sin control. Y cuando abri los ojos y descubri que no haba puertas, asientos ni ventanas, y s un gran agujero en el techo. Dori se salv porque dos hombres que viajaban frente a ella hicieron de escudo. Vi como se moran en ese momento.

Dori Majali, en su casa.

Dori Majali, en su casa.

De nuevo el azar, tan caprichoso, quiso que Dori viajase en ese tren y no en coche como era su costumbre. Llevaba muchos aos trabajando como perito de seguros y jams coga el Cercanas, explica. Pero dos das antes, el 9 de marzo, haba empezado en una nueva empresa y empec a ir en tren. Quera llegar pronto, hacerlo bien, iba con tiempo de sobra, tena esa incertidumbre de no saber si iba a estar a la altura… Qu cosas, no? Al tercer da estall una bomba y todo se acab.

De la rfaga de recuerdos que le van y le vienen como mordiscos a la memoria, Dori se ha dejado muchos por el camino de su recuperacin. No s cunto tiempo estuve en el hospital y no tengo demasiado inters en volver a los informes mdicos para averiguarlo, reconoce. Solo s que cuando despert haca mucho calor, as que deba ser bien entrado el verano. Recita sus secuelas, eso s, resignada pero orgullosa de todo lo conseguido: Me amputaron la pierna izquierda por debajo de la rodilla y tuve dos fracturas de fmur abiertas en la derecha. Sufr quemaduras de tercer grado hasta la cintura y de primer y segundo grado de cintura para arriba. Tmpano perforado. Y lo peor: se me quedaron incrustados trozos de plstico de la onda expansiva por toda la carne quemada, dentro, y cada cierto tiempo mi cuerpo los rechaza y hay que operar. En estas dos dcadas, Dori se ha sometido a 22 intervenciones. La ltima a finales de 2022, que me devolvi a la silla de ruedas porque los fragmentos estaban en el mun.

Con un 98% de discapacidad (que hoy es del 68%), Dori tuvo que hacer frente no slo al calvario de las secuelas fsicas –tard meses en reencontrarme con mi hijo, que entonces tena cuatro aos, porque al menos quera que me reconociese cuando me viera-. Tambin tuvo que subirse al tiovivo emocional de quedarse sin trabajo. Siempre haba querido estudiar Derecho, era mi vocacin, as que me matricul en la universidad y hoy tengo mi propio despacho.

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M Luz Sabn, mdico del SAMUR.

M Luz Sabn es mdico del SAMUR, el servicio municipal de atencin sanitaria de Urgencias y Emergencias de la capital, y cuando el 11 de marzo de 2004 estaba llegando a su puesto de trabajo recibi una llamada con un aviso: Ha habido varias explosiones en Madrid, tienes que ir a Atocha. Al aproximarse a la estacin, la Polica les desvi a la calle Tllez, paralela a las vas, donde cuatro bombas acababan de destrozar los vagones 1, 4, 5 y 6 del tren n 17305. Sabn fue derivada al hospital de campaa habilitado en tiempo rcord en las instalaciones del polideportivo Daoiz y Velarde, un antiguo cuartel militar a escasos metros de la lnea frrea.

A los que estaban peor los colocamos tumbados en la pista central del polideportivo, recuerda. A los que estaban un poco mejor los apoyamos en las paredes. Y los que podan caminar porque estaban medianamente bien, se fueron por sus propios medios. Por poner algunos nmeros a la tragedia: en el foco de la calle Tllez se atendi a 165 vctimas, de las que 25 fueron crticos, 30 muy graves y el resto leves o moderados. Hubo 63 personas por las que no pudimos hacer nada, solo dos murieron durante el traslado y los 15 que fallecieron despus tenan lesiones muy graves que no podan solucionarse.

Por encima de los nmeros, el foco de la calle Tllez fue donde ms se not el pulso de la solidaridad ciudadana. As lo recuerda esta doctora :Bajaron muchos vecinos, y yo les peda que se quedaran con los heridos ms graves. Les deca: ‘No te separes de esta persona, y si notas que cambia su modo de respirar, me avisas’. Y gracias a esa ayuda pudimos salvar muchas vidas.

Para Sabn, sin embargo, lo peor vino despus. Yo estoy preparada para la atencin al paciente en el lugar del accidente o, en este caso, del atentado, reconoce. Pero tambin participamos en la gestin posterior de la catstrofe, en Ifema. All se centraliz la morgue, las autopsias, la identificacin de los cuerpos… Yo tena una lista de fallecidos, y cuando una familia vena a preguntar por un desaparecido… Eso me pes en el nimo ms que los heridos tras las explosiones. De hecho, a todos los sanitarios que participaron en el 11-M se les ofreci ayuda psicolgica. Yo fui a dos o tres sesiones, explica Sabn, que tambin estuvo en el accidente de Spanair. Lo primero que nos dijeron es que tenamos que volver al lugar del atentado. Dos o tres das despus, fui. Al principio tena taquicardia, y aunque luego he regresado muchas veces, algo se te queda.

Fernando Munilla tiene hoy 60 aos. Los que vivimos aquello y seguimos en activo se pueden contar con los dedos de una mano, recuerda este bombero que aquel 11 de marzo estaba a punto de terminar la guardia despus de una noche tranquila. Cuando me comunican que ha habido una explosin en Santa Eugenia, activamos los medios y salimos hacia all con una autobomba con ocho efectivos. Al pasar frente a Atocha, vi salir una marea de gente impresionante de la estacin, y avis a la central para pedir refuerzos: ‘Voy a Santa Eugenia, pero aqu tambin ha pasado algo’.

En esta ocasin fue el vagn cuatro de un tren todava detenido en la estacin, y que acababa de cerrar sus puertas, el que se cobr 14 vctimas. Atendimos a los heridos que haban salido despedidos por las vas y a los que pudieron caminar por su cuenta, porque los que quedaban dentro ya eran cadveres, cuenta Munilla, al que todava hoy le cuesta relatar el episodio ms duro de todos sus aos de oficio. Los desalojamos como pudimos, incluso con bancos del mobiliario urbano que arrancamos, porque por aquel entonces en los camiones no se llevaban tantas camillas. Una hora despus, con el foco ya bajo control, Munilla y sus compaeros se desplazaron al Pozo del To Raimundo, donde las necesidades eran mucho ms complejas -con vagones de dos plantas que tuvimos que sujetar con madera, con puntales, para poder acceder a los cuerpos-.

Y de nuevo vuelve a brotar el recuerdo de aquel silencio. Nos mirbamos entre nosotros mientras trabajbamos, explica. Era la manera de decirnos: ‘Te entiendo, estamos juntos’. Y todo en medio de un silencio solo roto por algn sobresalto cuando algn cuerpo se mova. Dos dcadas despus, reconoce Munilla, esas imgenes siguen pesando demasiado: Es una profesin muy bonita pero tiene momentos como ese, muy duros, que vas colocando poco a poco, con el paso de los aos.

Beatriz Alba, enfermera del SUMMA 112.

Beatriz Alba, enfermera del SUMMA 112.

Beatriz Alba estaba embarazada de seis meses el da de los atentados. Enfermera del SUMMA 112, el servicio de Emergencias Sanitarias de la Comunidad de Madrid, estaba ocupando un puesto en las oficinas debido a su estado. Sin embargo, cuando empez a escuchar las sirenas a las ocho menos cuarto de la maana, se subi en una ambulancia que se dispona a salir de la sede central de la calle Antracita. Mi gerente, cuando me vio, se puso delante de m y me dijo: ‘T te bajas ahora mismo de ah, te necesito arriba, explica. Y su labor aquella maana fue la de coordinar con los hospitales madrileos las necesidades de los cientos de heridos para su traslado. Eso hoy est protocolizado, pero entonces tuvimos que hacerlo sobre la marcha :llamar para preguntar por las camas disponibles en funcin de las patologas que nos bamos encontrando: quemados, neurociruga… Lo que ms me impresion es que cada vez que llamaba a un hospital, y haca rondas cada 10 minutos, ste me ofreca ms y ms camas. Se hizo un esfuerzo increble por atender a todos los heridos.

En medio de la tensin de aquellas horas que parecan no acabarse nunca, Alba destaca, sin embargo, la solidaridad del resto de comunidades autnomas, que se ofrecieron a Madrid en lo que hiciera falta: Recuerdo Castilla-La Mancha, Castilla y Len, Catalua… Se produjo una ola de solidaridad que yo no haba vivido antes.

Y cul fue la leccin que extrajo Beatriz Alba de aquel da interminable? Que no soy wonder woman. Porque siempre nos llaman para una situacin de caos en la que sabemos lo que hay que hacer, y el 11-M, aunque conocamos el protocolo, nos desbord. En una situacin as, te agarras al procedimiento y trabajas en modo automtico, no te puedes dejar secuestrar por la emocin, porque si te bloqueas no sirves de nada. Pero no somos infalibles, y ser consciente de tu vulnerabilidad te hace aprender.

Cayetano Abad, en su queser

Cayetano Abad, en su quesera Valle de la Cantarera.

Una de las cosas que ms le ha ayudado a Cayetano Abad a lidiar con lo sucedido es hablar de ello. Tena 44 aos cuando viajaba de Santa Eugenia a Atocha con su hija de 14. Gracias a Dios, sobrevivimos, dice. Ella iba leyendo, y la bomba explot a tres metros cuando se agach a guardar el libro en la mochila. Eso la salv. Recuerdo la primera bomba. Las luces del vagn que se apagaban y encendan. Y despus, la segunda explosin. Solo haba silencio, y el sonido de los mviles que llamaban, y llamaban, y llamaban. Mi nica obsesin era salir del vagn con mi hija, caminando por encima de los cadveres….

Cayetano, electricista de profesin, era funcionario en el Ministerio de Hacienda. Le operaron de un odo, sufri visin doble, quemaduras… A los dos aos, un tribunal le oblig a reincorporarse al trabajo. No fue agradable, porque yo no estaba en condiciones y mi jefe no me quera all, as que me tena todo el da cambiando enchufes.

Sin embargo, aquel regreso lleno de incertidumbres le dio el empujn para cambiar de vida. Yo pensaba: ‘Dnde me encuentro mejor?’. Con los animales y cuando vuelvo al pueblo, a los orgenes, explica. Ped el traslado a otro Ministerio, donde hoy sigo trabajando seis meses al ao por una jubilacin parcial, y estudi un grado en Industrias Lcteas. Siempre me haba rondado la idea de hacer mi propio queso, y en pandemia me tir a la piscina.

Hoy, Cayetano regenta la quesera Valle de la Cantarera en Canalejas del Arroyo, un pequeo pueblo de La Alcarria conquense donde tambin cuida de 80 cabras. Son quesos artesanales, llamados Ardal y Valhondo, en los que infusionamos plantas autctonas como la lavanda, el tomillo o el romero.

-Y su hija?

-Ella es veterinaria e ingeniera agrnoma, as que es la que lleva todo el peso del negocio. Vamos, que se ha hecho la jefa… y no se hable ms.





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