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Tambores de guerra

by Marko Florentino
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La célebre frase de Harold McMillan, primer ministro británico tory en los años sesenta, «events, my dear boy, events», es tan interesante que algunos periodistas rastrean cuándo y dónde la dijo, en qué circunstancias exactas y si fue o no una derivación de otra sentencia de Winston Churchill en los años 20, sobre «the opposition of events»

En los últimos años, marcados por la incertidumbre, se cita con regular frecuencia el dicho de los events. La versión «oficial» cuenta que un joven periodista le preguntó a McMillan qué era lo más difícil a lo que tenía que enfrentarse un primer ministro. Y paternal, un poco distante, como dándole una lección elemental a un chicuelo, éste contestó: «Los acontecimientos, querido muchacho, los acontecimientos». 

Elemental, pero una verdad como un templo, no sólo para un político con altas responsabilidades. Cualquiera planea con razonable sensatez su futuro, calcula sus movimientos, establece sus alianzas, precisa los objetivos que se propone alcanzar a corto y largo plazo, pero las circunstancias cambian, la razón es asaltada continuamente por hechos inesperados. Como la naturaleza humana es por definición imperfecta, y el mundo entero está tan estrechamente interconectado, de repente se manifiestan adversidades y desafíos a los que hay que responder sin haber tenido tiempo para estudiarlos a fondo ni conocimiento previo. La vida no tiene ensayos. Por eso nos equivocamos. Es la fuerza del azar.

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Por eso ante un asunto terrorífico como la guerra de Ucrania, y el desarrollo que está teniendo, desde los primeros días marcados por la sorprendente resistencia y victorias del país agredido del primer año, hasta el avance lento pero continuado de las fuerzas rusas, con las pavorosas menciones al recurso a las armas nucleares en caso de un revés, uno no sabe qué decir con responsabilidad. Es conveniente tentarse la ropa antes de escribir una  línea.

Durante los últimos años de la Belle Époque –aquel periodo de paz y prosperidad europeas (España, en crisis sistémica por las pérdidas coloniales a manos de la armada de Estados Unidos, entre otras causas, era caso aparte)–, que se prolongó desde la victoria prusiana de 1870 hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, Karl Kraus peroraba que daba gusto oírle; retumbaba su voz por toda Viena; hablaba por los codos, denunciaba con una ferocidad intelectual implacable y un sarcasmo extremo la corrupción «que hierve y burbujea», la perversión del lenguaje, las hipocresías y debilidades de tirios y troyanos…

«Las circunstancias cambian, la razón es asaltada continuamente por hechos inesperados»

Pero en 1914, a partir del momento en que Gravrilo Princip asesinó en Sarajevo al archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona austrohúngara –la época era pródiga en magnicidios– y el imperio declaró la guerra a Serbia, su combativa revista Die Fackel (La Antorcha 1899-1936) enmudeció. No sólo porque la censura militar le hubiera hecho callar, sino porque se quedó sin palabras. Cuando las armas hablan, la palabra es sólo parloteo. Sólo hay espacio para el Apocalipsis. En noviembre de ese mismo año Kraus pronunció por fin una conferencia haciendo apología del silencio: «Los que ahora no tienen nada que decir, porque la acción tiene la palabra, siguen hablando. El que tenga algo que decir, ¡que dé un paso al frente y se calle!» 

Estos días leemos en los periódicos que el presidente francés, Emmanuel Macron, postula la posibilidad de enviar soldados europeos al Este, y que la Unión Europea emita deuda para financiar la defensa de Ucrania y de los países bálticos, que en caso de derrota podrían ser el siguiente objetivo de un zar desquiciado e imprevisible.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, señala la conveniencia de gastar «más y mejor» en industria bélica y baraja la necesidad de nombramiento de un ministro de Defensa europeo.

La ministra española de Defensa, Margarita Robles, advierte de que «la amenaza de guerra es absoluta, y la sociedad no es del todo consciente».

Al presidente español Pedro Sánchez, que en la última cumbre europea pidió rebajar el tono bélico de las declaraciones públicas, para no alarmar a la ciudadanía, el primer ministro polaco y presidente del consejo Europeo, Donald Tusk, le respondió, según sus propias palabras, que «nuestro deber no es discutir, sino prepararnos para defendernos (…) Lo más preocupante ahora es que literalmente cualquier escenario es posible. No habíamos vivido una situación así desde 1945. Sé que suena devastador, sobre todo para la gente de la generación más joven, pero tenemos que acostumbrarnos mentalmente a una nueva era. Estamos en una época de preguerra. No exagero. Cada día es más evidente.»

Pat Cox, expresidente del Parlamento europeo, sostiene que «tenemos que invertir en armas, se acabó el dividendo de la paz que nos dio la caída del muro». Donde dice «dividendo» supongo que quiere decir «crédito». O sea: se acabó el crédito, y la credulidad de unas sociedades que pensaban que vivirían al margen de los conflictos bélicos, y ha llegado el momento de pagar. Pero cómo hemos contraído esa deuda de laque no éramos conscientes? Sospecho que además de ese crédito se van a acabar otras muchas cosas que estaban ocultas; pero, siguiendo la orden de Kraus, doy un paso al frente y me callo.   



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