Cretas es una pequeña población de 570 habitantes de la comarca turolense de la Matarraña, cuya única celebridad conocida había sido el torero Nicanor Villalta, El coloso de Cretas, el cual tuvo grandes actuaciones en Madrid en los años 20. El niño Juan José Omella (Cretas, 1946) no vio en su plenitud al diestro local, retirado en 1943, pero sí disfrutó de algunos de los festivales que celebró en las fiestas del pueblo. Tanto lo idolatraba aquel niño de tez morena que quería ser torero como aquel Coloso. Pero la ilusión se fue diluyendo y Juan José pasó de toricantano a misacantano, no en vano la liturgia taurina tiene bastantes puntos en común con la romana. Hijo de una familia muy católica, en la que el padre era sepulturero del pueblo, Omella ingresó con 11 años en el Seminario Menor de Zaragoza, pasando luego por el Seminario de Padres Blancos de Logroño y de Lovaina. Pese a un año escaso de misionero en Zaire, no llegó a concretar la vocación misionera y se ordenó como presbítero en la diócesis de Zaragoza en 1970.
Sus primeros destinos lo llevaron a diversos pueblos de la diócesis de Zaragoza, donde en aquellos años 70 ejercía como arzobispo Pedro Cantero Cuadrado, miembro del Consejo de Regencia a la muerte de Franco. Omella fue uno de sus curas contestarios. Tan contestatario que en 1974, junto con otros 22 sacerdotes, amenazaron a su prelado con dimitir de sus cargos pastorales si no se readmitía al cura Wilberto Delso, que había sido acusado de comunista y destituido de su ministerio en la localidad de Fabara. Por aquel enfrentamiento, el obispo Cantero intentó excomulgar a esos 22 sacerdotes, entre los que nadie intuía que figuraba un futuro cardenal.
EL ASCENSO DE ‘JUANJO, NO JODAS’
A Cantero le sustituyó Elías Yanes, obispo intelectual, de mentalidad más progresista, que puso sus ojos en aquel cura turolense. Le nombró vicario episcopal con tan solo 44 años y obispo auxiliar suyo con 50. Como don Elías era presidente de la Conferencia Episcopal, Omella llevaba de facto la diócesis zaragozana y acudía a administrar todas las confirmaciones. Llegó a ser conocido con el mote vulgar de ¡Juanjo, no jodas!, pues esa era la exclamación de los párrocos cuando conocían que no vendría Yanes sino su auxiliar.
Tras tres años de auxiliar pasó a obispo de Barbastro-Monzón, teniendo que compatibilizar aquel destino con la administración apostólica de Huesca y Jaca, donde habían fallecido sus obispos con pocos días de diferencia. Durante dos años Omella se recorrió todas las carreteras del Alto Aragón hasta que lo destinaron a Logroño, donde parecía que iba a finalizar su carrera. Hasta que llegó Arana.
Germán Arana Beorlegui es un jesuita donostiarra que tenía mucha ascendencia con su compañero de orden Jorge Bergoglio, por entonces arzobispo de Buenos Aires. Igual amistad y ascendencia tenía con el entonces obispo riojano. Cuando Bergoglio fue proclamado Papa el nivel de influencia de Arana aumentó vertiginosamente y consiguió colocar a aquel obispo amigo suyo como miembro de la poderosa Congregación de Obispos, donde se decidían los destinos episcopales del orbe católico.
Como Omella hablaba el catalán de la Matarraña, chapurriao, y estaba próxima a cubrir la diócesis de Barcelona, Arana también convenció a Francisco para que lo destinase a la capital catalana. Inició una carrera fulgurante: creado cardenal en 2017, presidente de la Conferencia Episcopal en 2020 y miembro del C-9 o Consejo Cardenalicio, como representante de los obispos europeos, en 2023.
PUIGDEMONT: DEL PELOTEO A LA BRONCA
Cuando llegó Omella a Barcelona, en 2015, Cataluña estaba en plena ebullición independentista. El nacionalismo acogió con reticencias a un obispo aragonés que no se había formado allí. Ahora bien, como era un hombre de la cuerda de Francisco no quiso romper amarras con él y sí aprovechar su influencia cerca del sucesor de Pedro. Puigdemont en persona acudió a Roma el día de su creación cardenalicia. No obstante, con Puigdemont se rompió rápidamente el idilio. Fue con ocasión del funeral por las víctimas del atentado de las Ramblas. Aquel día en la Sagrada Familia estaban el Rey, el presidente del Gobierno y el presidente de la República portuguesa. Omella así los nombró, y luego se refirió a «las demás autoridades autonómicas y locales».
Salvador Illa y Juan José Omella departen en el Palacio de la Generalitat en el acto de condolencias por la muerte del Papa.EFE
Le sentó como un tiro a Puigdemont: lo había mencionado como si fuese un presidente de La Rioja. De tal guisa entró en la sacristía, con malos modos, a increpar al obispo por el supuesto feo. El portal de información religiosa Germinans Germinabit contó en primicia la bronca. No obstante, el arzobispado barcelonés emitió una nota de prensa desmintiendo la noticia e incluso utilizando el argumento de peso de los numerosos testigos que había en la sacristía que no escucharon imprecación alguna. Esa nota de prensa de Omella se reveló falsa cuando se publicó el libro de memorias de Puigdemont, M’explico, en 2020. Reconocía no solo haber entrado en la sacristía, sino haber hablado por teléfono después con Omella hasta el extremo de colgarle el teléfono.
A partir de aquel incidente, el cardenal de Barcelona fue mal visto por el independentismo hasta el punto de reprenderle públicamente no haber visitado a los presos del procés en la cárcel, tal como habían efectuado otros obispos catalanes. Sin embargo, todo volvió a cambiar con la presidencia de Salvador Illa, con el que Omella mantenía una excelente relación, desde los tiempos de la pandemia en que él era presidente de la Conferencia Episcopal e Illa ministro de Sanidad. Coincidieron en Cretas, donde el ministro pasó las vacaciones de verano de 2020. Mientras tanto se iba consagrando el poder de aquel cura de pueblo que llegó a Barcelona como un Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí y se fue convirtiendo en el prelado barcelonés con más poder de la historia. Poder que puede que no le lleve a ser investido con la sotana blanca papal, pero le ha convertido en uno de los kingmakers del inminente cónclave.

