Estamos en Navidades, que para mí llegan desde Nochebuena hasta Reyes, y me parece de buena educación escribir algo congruente con la época. No es sencillo, porque el tema está tan entrañablemente sobado que es difícil encontrar algo si no nuevo que decir, por lo menos fresco, que no huela a revenido. Y eso que la fiesta de Navidad como mito moderno no es tan antigua: viene de mediados del siglo XIX, cuando Charles Dickens escribió su Cuento de Navidad, que es la Ilíada que funda el género emotivo y moralista del que aún vivimos, por mucho que los grandes almacenes y todos los comerciantes en general -¡que sería de nosotros sin ellos, abandonados en manos de los sentimentales!- se esfuercen por quitarle a la celebración sus telarañas lacrimosas con una dosis de sano consumismo.
Y luego dirán que los escritores no influyen más que en una minoría sin pegada social. Pues toma pegada: Dickens inventó la Navidad moderna, que hoy mueve sin duda cientos de millones de corazones y carteras en todo el mundo occidental (deberíamos incluir su figurita en los belenes, junto a los magos de Oriente, o por lo menos en el árbol, entre las bolas de colores). Y hace un mes estábamos conmemorando otro invento legendario de la literatura, la catedral de Notre Dame, reconstruida en un pispás municipal gracias a la magia que insufló en ella el gran Víctor Hugo, salvándola de la ruina o al menos de la insignificancia. ¡Ojalá la estación de Chamartín hubiera tenido su Victor Hugo o su Charles Dickens, así hubiera podido salvarse de la tortuguesca incuria que eterniza sus obras de reforma para desesperación de sus agobiados usuarios, entre los que confieso encontrarme!
Es costumbre en estas dulces fechas felicitar al prójimo la Pascua que celebramos. Lo hago sinceramente y no por compromiso: deseo que todos tengan una feliz y, por tanto, santa Navidad, no por buenismo sino por prudencia. Está claro, piénselo un poco, siempre hay menos que temer de los felices que de los desdichados. Los contentos tienden a descansar, a repantingarse, mientras que el peligro son los descontentos: basta que alguien crea que se le ha tratado injustamente (o justamente, pero mal) para que se convierta en una amenaza para quienes le rodean. Cuidado con él. Evitemos a los que han sido agraviados o creen haberlo sido como a la peste.
Uno debe intentar que todo el mundo a su alrededor esté satisfecho por conveniencia propia, para que nos dejen en paz. Al que sufre hay que procurar aliviarle o pegarle un tiro, porque desentenderse de sus quejas es muy peligroso. De modo que lo dicho: ojalá que estas Navidades sean las mejores de su vida para la mayoría, cada tipo contento que tenemos cerca es un enemigo en potencia que alejamos. Feliz Navidad para todos, créame.
Pero ya que estamos en este trance, tras la felicitación urbi et orbi, podemos desear especial buenaventura a tales o cuales. Yo me lo voy a permitir y a comunicarles a ustedes, resignados lectores (¿aún están ahí?), tres felicitaciones navideñas específicas; dos colectivas y una individual, personalizada. Las dos primeras son para los pescadores y agricultores españoles, que hoy ven amenazado su esforzado modo de vida por los señores, señoras, señoritos o señoritas que ocupan los despachos de la UE en Bruselas. Por lo visto, sus ocupaciones, que no son precisamente cómodas, chocan con lo que se lleva ahora, con la moda, con lo que recomienda la modernidad. La fórmula que les condena, la expresión fatal es: «deben adaptarse». Hay que adaptarse a lo que les margina, a lo que mutila sus posibilidades de reclamar lo que antes fue suyo, a lo que les relega con otros exiliados laborales a la meseta de los dinosaurios.
«Agricultores y pescadores hacen más por la tangible supervivencia de lo humano que todos los fabricantes de chips, pantallas táctiles…»
Como no entiendo de los aspectos concretos del asunto, no sé si el convenio europeo con Mercosur es imprescindible como dice Ursula Von der Layen (a la que no me imagino arando ni sembrando ningún campo) o un chanchullo diplomático que satisface a algunos burócratas y mortifica a toda una especie de trabajadores.
Tampoco sé, disculpen mi ignorancia que al menos se confiesa sin rubor, si la pesca debe ser sometida a drásticas restricciones de espacio y tiempo para evitar que perezcan las sardinas y parientes o hay que seguir protegiéndola con las reglas debidas como piden los que con cotidiano riesgo de su vida se dedican a ella. Pues no lo sé, pero de lo único que estoy seguro es de que los agricultores y los pescadores hacen más por la tangible supervivencia de lo humano que todos los fabricantes de chips, paradigmas, pantallas táctiles y memorias RAM que pululan por doquier. Si hay que elegir, voto de corazón por ellos y les deseo una muy feliz Navidad y un año 2025 mejor de lo que pronostican los peores augurios.
Y después de celebrar a estos dos colectivos tan imprescindibles como amenazados, paso a la felicitación individual. Tentado estuve de felicitar a los dos presos que se fugaron de la cárcel de Picassent, descolgándose por la ventana con sábanas anudadas. ¡Hay ya tan pocos artesanos fieles a las formas tradicionales de hacer! Pero temo ser malentendido si elogio a delincuentes, que me tomen por fiscal sanchista o algo así. De modo que he buscado una personalidad menos discutible aunque también controvertida y además extranjera, para mayor objetividad. Me refiero a mi admirada J. K. Rowling, que despertó la afición a leer en miles de niños y adolescentes con sus cuentos de Harry Potter. Aunque no es por su literatura, simpática, pero nada genial, por lo que más la admiro, sino por su temple cívico.
En plena tormenta de la estúpida y peligrosa moda trans sostuvo que ser mujer está determinado por la biología, no por el capricho. Se convirtió en la enemiga pública de la nueva generación de inquisidores woke con los que nos ha tocado lidiar, que la han hostilizado por tierra, mar y aire: han saboteado sus proyectos profesionales, han sublevado contra ella a los actores de las películas basadas en sus novelas y que tan agradecido debían estarle (por lo visto los actores son todos cojos de la pata izquierda, como aquí), y han arremetido desde todos los medios audiovisuales tratando de minar su prestigio.
La señora ha resistido como las buenas, como aquí Isabel Díaz Ayuso o Cayetana Álvarez de Toledo, y lo único que han sacado de sus labios es que la blasfemia que le reprochan debía haberla dicho antes. ¡Olé! Como es muchimillonaria por su propio mérito, tiene poco que temer de los chacales que le ladran: Rowling ha invertido su dinero en afirmar su independencia de criterio, como debe ser. Milady, a sus pies y feliz Navidad.