El dólar estadounidense se encuentra habitualmente sobrevaluado, lo que encarece los bienes de EEUU en el exterior y resta competitividad a sus exportaciones. El estatus del dólar como principal moneda de reserva mundial e internacional por emplearse en numerosos pagos al margen del país emisor; alimenta su fortaleza más allá de los fundamentos económicos, generando una sobrevaloración que, según Donald Trump, «ha pesado mucho sobre el sector manufacturero estadounidense».
En otras palabras, una moneda tan fuerte encarece artificialmente los productos hechos en EEUU, dificultando que incluso industrias muy productivas puedan competir en precio en los mercados mundiales. En efecto, una moneda sobrevaluada tiende a aumentar las importaciones y reducir las exportaciones, ampliando el déficit comercial y desplazando la producción doméstica.
A diferencia de la retórica tradicional estadounidense a favor de un «dólar fuerte», Trump rompió moldes al quejarse abiertamente de que un dólar excesivamente fuerte estaba «lastimando la competitividad» de EEUU. Ya en marzo de 2019, criticó a la Reserva Federal por mantener una política monetaria estricta, que, a su juicio, fortalecía al dólar en forma «prohibitiva» para hacer negocios con otros países. En sus palabras: «Quiero un dólar fuerte, pero un dólar que sea bueno para nuestro país, no tan fuerte que sea prohibitivo para tratar con otras naciones». Esta declaración refleja el delicado equilibrio: un dólar sólido brinda poder adquisitivo e influencia financiera, pero demasiada fortaleza puede erosionar la base industrial.
Nuevamente en la actualidad, la administración Trump está adoptando una política comercial proteccionista con el objetivo declarado de reducir los déficits comerciales de EEUU. Sin embargo, la efectividad de los aranceles para lograr esas metas no es adecuada. En la práctica, los resultados iniciales contradijeron las expectativas de la Casa Blanca, ya en 2018 el déficit comercial de EEUU aumentó a niveles récord pese a los aranceles. El déficit de bienes alcanzó 891.300 millones, lo que representa un incremento de 12.5% con respecto al año anterior. Incluso el déficit bilateral con China –el principal blanco de la guerra comercial– se elevó a un máximo histórico de 419.000 millones en 2018.
Las razones fundamentales que provocaron este efecto fueron la fuerte expansión fiscal mediante recortes de impuestos impulsó la demanda interna y con ella las importaciones, contrarrestando el efecto de los aranceles. Por otro lado, muchas empresas aceleraron compras del exterior anticipándose a posibles elevaciones de los tipos de interés, lo que aumenta el déficit exterior a corto plazo. Estos hechos ilustran que los aranceles por sí solos difícilmente revertirán un déficit si existen otras fuerzas económicas empujando en dirección opuesta.
«Los aranceles encarecen los bienes importados, elevando los costes para empresas y los precios para los consumidores»
Además, los aranceles encarecen artificialmente los productos importados al igual que un dólar depreciado, lo que genera fuertes tensiones inflacionistas: «El proteccionista en el pecado lleva la penitencia». En efecto, los aranceles encarecen los bienes importados, elevando los costes para empresas y los precios para los consumidores en EEUU. Adicionalmente, las represalias de otros países encarecen las exportaciones estadounidenses o reducen su volumen. Todos estos factores contribuyen a un aumento general de precios y pérdida de poder adquisitivo de los ciudadanos, reducción de la competitividad empresarial, menos empleo, y menor crecimiento; la FED ya ha reducido sus previsiones de incremento del PIB a tan solo el 1,7% para este año 2025.
Asimismo, un repunte persistente de la inflación puede llevar a la Reserva Federal a subir los tipos de interés o frenar recortes previstos, para mantenerla bajo control; lo que llevará a un nivel de tipos más elevado… y por tanto a una apreciación del dólar. Es decir, la Fed podría compensar las presiones de costes con una política monetaria más estricta, lo que fortalece al dólar; tal y como puso de manifiesto manteniendo sus tipos de interés en su reunión de marzo.
Además, entre los principales compradores de deuda estadounidense se encuentra China. El Gobierno chino y su banco central han acumulado enormes reservas en dólares gracias a años de superávits comerciales con EEUU, invirtiendo gran parte en bonos del Tesoro por su seguridad y liquidez. Esta situación crea una interdependencia peculiar: por un lado, la disposición de China a seguir invirtiendo en deuda de EEUU ayuda a mantener bajos los tipos de interés y estabilizar el dólar, lo que sostiene su sobrevaloración; por otro lado, en medio de tensiones comerciales, algunos en EEUU veían con recelo esa dependencia, y algunos en China consideraban si sus reservas podían ser un arma de represalia económica
El propio endeudamiento crónico contribuye a mantener el dólar fuerte, cerrando un círculo vicioso: déficit fiscal financia gasto, que puede estimular importaciones; los dólares salen y vuelven en forma de inversión en bonos, apuntalando la moneda estadounidense y haciendo más difícil reducir el déficit comercial. Algunos analistas han aludido a esta dinámica como la «carga exorbitante» de la economía de EEUU: disfrutar de una financiación abundante gracias al estatus del dólar, pero a costa de su sector productivo que pierde terreno por el dólar sobrevaluado.
«Una moneda fuerte le otorga a EEUU poder financiero, pero al tiempo puede convertirse en un lastre para su sector productivo»
Desde el punto de vista económico, Trump posiblemente ve los tipos de interés como una herramienta para lograr varios objetivos simultáneamente: estimular el crecimiento interno, abaratar el coste de la deuda y debilitar el dólar para favorecer las exportaciones. La lógica es que tipos de interés más bajos en EEUU reducen el atractivo de invertir en dólares, lo que suele traducirse en un dólar más barato en el mercado cambiario. Además, tipos menores suelen impulsar el crédito y la inversión doméstica, contrarrestando en parte el efecto contractivo o la incertidumbre que los aranceles podrían generar en las empresas.
La interacción entre el dólar sobrevaluado, la política comercial de Trump, la deuda pública de EEUU y las decisiones de la Reserva Federal demuestra las complejas interdependencias de la economía global. Una moneda dominante y fuerte le otorga a Estados Unidos poder financiero, pero al mismo tiempo puede convertirse en un lastre para su sector productivo y sus balances externos. La administración Trump reconoció parte de este problema e intentó abordarlos principalmente a través de políticas comerciales agresivas, sin acometer cambios directos en la política cambiaria. Los aranceles buscaban proteger industrias y forzar un reequilibrio de las balanzas comerciales, pero en la práctica enfrentaron compensaciones adversas: la reacción de los mercados y socios comerciales tendió a fortalecer el dólar y elevar la inflación, anulando en buena medida el efecto esperado sobre la competitividad.
El problema de un dólar sobrevaluado y los desequilibrios comerciales de EEUU no tiene una solución sencilla; para restaurar la competitividad sosteniblemente, necesitaría de un dólar que tuviese una cotización en función de sus fundamentales económicos, e importantes ganancias de productividad, así como la reducción de costes internos. Estados Unidos enfrenta así el desafío de corregir la sobrevalorización de su divisa y sus déficits gemelos, fiscal y comercial, mediante estrategias de eficiencia económica, evitando soluciones proteccionistas simplistas que son perversas y puedan agravar los problemas.