Análisis exprés | Las alertas no son avisos y los avisos no son alertas
Uno de los dramas que ha quedado patente en estas dos semanas de emergencia meteorológica (y probablemente climática) es la inmensa confusión en torno a la nomenclatura y a la operativa del Estado ante una catástrofe. “Sigo observando confusión a distintos niveles entre avisos y alertas”, reflexionaba el miércoles en X Ángel Rivera. Para quienes no lo conozcan, es una eminencia en la meteorología y el padre de la palabra dana.
Rivera, como siempre, dio en el clavo: el sistema es confuso, farragoso, poco comunicativo, incomprensible, inoperativo y lleno de palabros en lenguaje administrativo. El público desconoce qué es un rojo y lo que implica, pero lo más grave es que las autoridades también, a la vista de que con un rojo por nieve por Filomena un alcalde se atrevió a decir que Madrid estaba preparada y con otro por lluvia en Valencia un presidente autonómico creyó que a las seis de la tarde ya estaría todo solucionado.
Del horror de la pantanada de Tous, nació en 2007 el sistema nacional Meteoalerta de la Aemet, que establece que la agencia lanza avisos meteorológicos, un semáforo en el que el verde señala ausencia de riesgo; el amarillo, el nivel mínimo, riesgo bajo; el naranja o nivel intermedio, riesgo importante; y el rojo o máximo, riesgo extremo. Metocat, Mateogalicia y Euskalmet también emiten avisos que se solapan con los de la Aemet o se contradicen.
Con estos avisos, las Protecciones Civiles de las comunidades afectadas lanzan (o no, y ahí está otro punto débil) los estados de prealerta o de alerta, con sus distintos niveles. Aquí, el sistema muestra sus desastrosas costuras: cada comunidad tiene un criterio distinto de valoración de los avisos y una nomenclatura, por lo que, llevado al paroxismo, lo que en Madrid es un nivel de preaviso subZ del plan InunCAM en Cataluña se convierte en nivel de alerta +3 del plan Catinudac.
Ante una opinión pública desconcertada, unos medios que usan indistintamente aviso o alerta y unos políticos y administraciones que también, por desconocimiento o por maldad, para echar balones fuera, el resultado es el contrario al que se persigue: aumentamos el peligro al comunicar mal el peligro.
