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Un empresario arruinado cedió su plaza de toros para ‘cocinar’ droga

by Marko Florentino
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Perros esqueléticos, vacas mal alimentadas y olivos centenarios convivieron unos días con el trajín de coches, bidones, gasolina, acetona y cartón transportados por los narcos a una finca de La Puebla de Montalbán (Toledo) donde estaba en marcha toda la maquinaria para extraer y ‘cocinar’ cocaína bajo el tendido de una plaza de toros. La historia del laboratorio taurino de droga arrancó hace un par de años, como casi siempre, en un punto remoto de Colombia.

«Me he arruinado varias veces y quiero salir adelante». Esa fue la explicación que dio el dueño de la finca a la Policía cuando los agentes le apretaron las esposas. Les contó también que su hijo quiere ser torero y con la ruina que él tenía encima era difícil que el chaval se abriera camino. Con esos mimbres entregó su alma al mejor postor: unos narcos colombianos que hallaron en los campos silenciosos de La Puebla de Montalbán el refugio perfecto para su negocio. Ese laboratorio iba a ser el buque insignia por el que pasaran cientos de kilos de cocaína hasta que la Policía dio con él y lo desmanteló.

Tan seguros se sentían que cuando los agentes de la Udyco Central irrumpieron en la finca, uno de ellos les preguntó: «¿Qué vienen por los perros? Eso sí que es delito… como los tienen aquí». Narcos, pero preocupados por unos animales que no eran suyos y que estaban en unas condiciones horribles. Lo primero que hicieron los policías fue avisar a la Guardia Civil para que mandaran al Seprona. No era la primera vez que el dueño tenía problemas con el Instituto Armado a cuenta de cómo estaban los animales (perros y vacas sobre todo).

El inicio de la operación Alcázar se sitúa hace justo dos años, en agosto de 2022, cuando la Policía recibe una información del oficial de enlace de España en Colombia. Sospecha que un contenedor que va a llegar al puerto de Málaga está contaminado, es decir, transporta cocaína. Hay dos empresas (la importadora y la exportadora) de por medio, vinculadas al comercio de frutas. Aduanas también tiene esa información. El control al que someten la mercancía da negativo. «No sabíamos qué técnica estaban utilizando», admiten ahora los investigadores. Centran entonces las pesquisas en una pareja colombiana, dueña aparente de la compañía que importa los plátanos. No trabajan, pero manejan dinero y tienen citas de esas que los especialistas en drogas conocen de sobra. La investigación se judicializa en Málaga.

‘El Brujo’ exmatón y padres

Uno de esos encuentros secretos se produce en Madrid, controlado por los agentes. La pareja se reúne con Jason, un compatriota colombiano que será el hilo del que tirarán para descubrir la compleja trama.

Jason es el hijo mayor y lugarteniente de Harold Wilson Upegui Ospina, alias ‘el Brujo’, exsicario colombiano, jefe de una ‘oficina de cobro’, que durante años vendía sus servicios de extorsionador y matón a los cárteles de la droga asentados en nuestro país. Él y su hermano César Augusto fueron detenidos en 2013 por agentes de la Brigada de Crimen Organizado por blanqueo, extorsión y organización criminal. Tenían armas y se les hallaron pruebas de sus cobros a narcos mal pagadores.

En teoría, tras un breve periodo en prisión, quedaron en libertad y ambos seguían en nuestro país. ‘El Brujo’ había reconvertido su oficina de cobro y sicariato en una potente organización de introducción y distribución de cocaína en España. Y eso pese a estar reclamado por Colombia por un homicidio doloso cometido en 2008.

No se sabía que el exsicario llevaba una vida discreta de jefe mafioso a caballo entre Toledo y Madrid, pues utilizaba una documentación falsa con otro nombre y sus huellas no saltaron. En su vida actual se llamaba Frey Arboreda Londoño y con ese nombre contaba con tarjeta de residencia, contratos, seguro del coche y todo tipo de documentación.

No fue fácil saber que Harold Upegui y Frey Arboreda eran la misma persona hasta que en una de las escuchas intervenidas Jason, su hijo mayor, habló sin cortapisas con «papá». Esas conversaciones, sumadas a las vigilancias que ya había autorizado un juzgado de Torrijos (Toledo) centraron al capo del clan.

Toda la familia, asentada entre Madrid y Toledo, vivía del negocio. Tenían pisos de seguridad, un chalé refugio en el que hacían cumpleaños y fiestas y alojaban a otros miembros de la organización llegados de Colombia, coches y un nutrido grupo de gente a sus órdenes. La jerarquía y el hermetismo funcionaban como un reloj. Ni una disputa ni un salirse del tiesto. Hijos, primos, novias, mujeres…, unidos en la causa de la coca y la buena vida.

No horteras de libro

«Tenían un nivel de vida muy familiar, se iban de vacaciones juntos, no eran ostentosos de libro, horteras como estamos acostumbrados, pero comían todos los días fuera de casa, por ejemplo y eso cuesta dinero», cuenta la inspectora de Udyco Central de la Policía, al frente de la operación.

‘El Brujo’, al frente de la organización, impartía las órdenes a sus dos hijos, a su hermano y a sus sobrinos, uno llegado de Colombia poco antes, y eran todos ellos los que instruían al resto, más expuestos: los encargados del transporte del estupefaciente y del dinero obtenido de la venta.

Tras meses de investigación y de sortear las medidas de seguridad de los narcos llegan al laboratorio, la estrella del grupo, el ‘buque insignia’, instalado como se ha dicho en una extensísima finca rústica de La Puebla de Montalbán. En la plaza de toros que alberga, bajo el tendido, los narcos montaron el laboratorio dividido en varias zonas y preparado para producir enormes cantidades de droga. El objetivo era tener una vía continua de producción de cocaína en nuestro país a semejanza de las grandes ‘cocinas’ colombianas para lo que habían construido su propio ‘reciclador’.

La ‘cocina’ estaba preparada pero sin mercancía; hacían visitas y pruebas y esperaban. Faltaba la parte esencial, la llegada de la droga, la que los agentes aguardaron con impaciencia durante meses.

Paralelamente, la investigación de Málaga, archivada provisionalmente, se reabre. Vigilancia Aduanera recibe información (ya este año) de que va a llegar un nuevo contenedor de fruta a Málaga. Era el momento decisivo. El cargamento -un contenedor completo- traía 24.000 kilos de plátanos, repartidos en 1.080 cajas de cartón: cartón contaminado, impregnado de cocaína, el que se había pasado por alto en el envío anterior.

Plátanos a Mercamadrid

La rama asentada en Málaga alquiló una nave industrial en un pueblo cercano donde una cuadrilla de compatriotas, contratada para ese trabajo, trasvasó las 24 toneladas de plátanos a cajas de cartón nuevas. Tardaron tres días, comieron solo bocadillos y pernoctaron en una finca próxima hasta acabar el encargo. Los plátanos salieron hacia Mercamadrid y los envases llegados de Colombia los transportaron hasta un trastero de Leganés rodeados de seguridad.

«Vimos cómo los de Toledo compraban máquinas trituradoras de papel, los precursores, cómo recogían al ‘cocinero’», explican los investigadores. Era la hora de la verdad. Llegaron dos químicos y un experimentado cocinero desde Colombia para extraer la sustancia impregnada en el cartón y ‘cocinarla’ después. Sacaron 50 kilos de droga en solo dos días, una barbaridad que da idea del nivel del grupo. La Udyco, apoyada por el GEO, asalta el laboratorio donde ya habían empaquetado la droga en bloques o ‘ladrillos’ de un kilo. «Había muchísima gente de la organización haciendo contravigilancia. Iban a sacar 21 kilos el hijo y un primo en un coche y todos los demás apostados por el camino», dice la inspectora. Ese día hubo 18 detenidos, 11 de ellos, familia. Más tarde se produjeron otras diez detenciones.

El empresario que les cedió la finca confesó a los policías que estaba arruinado y que el dinero cobrado era para ayudar a su hijo con el toreo, aunque el chaval era ajeno al chanchullo de su padre. Le encontraron dos paquetes de 10.000 euros cada uno envasados al vacío, igual que los de los narcos (más de 240.000 euros intervenidos). Todos son familia, unidos en el crimen y el silencio.



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