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Un Sant Jordi ‘abrumador’ vuelve a convertir Barcelona en el centro del mundo (del libro)

by Marko Florentino
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Liquidada la placidez del año pasado, cuando todo fueron buenas noticias, cifras astronómicas y libros al sol, ha vuelto el Sant Jordi laborable, el de casi toda la vida, y el gran protagonista, el centro de todas las miradas, no ha sido escritor o florista alguno, sino otro viejo conocido de la Diada. Sí, el tiempo. Y el meteorólogo. Había que verlos, días antes, escondiendo la bolita de la predicción y jugando al trile con las isobaras para ahorrarnos el disgusto de que los mapas daban día desapacible e invernal.

Y todo para casi nada, porque el día amanece congelado, sí, pero al mediodía ya es primavera. Sol de manga corta y vermú literario. Persiste la amenaza de lluvia pero, a diferencia del Sant Jordi apocalíptico de 2022, cuando cayó agua, piedra y todas las plagas imaginables, los libreros venían preparados y la mayoría de paradas repartidas por Barcelona, del paseo de Gracia a La Rambla y vuelta a empezar, lucen tejado impermeable y profiláctico.

 

Un pequeño gasto extra para unos libreros que, por primera vez, han tenido que pagar una cuota por instalarse en la la ‘superilla’ comercial y profesional en que se convierte el centro de la ciudad. Los números, por cierto, vuelven a ser de récord: 435 paradas y más de 3.000 metros de libros y rosas al alcance de la mano. Por tener, que no falte de nada, este Sant Jordi tiene hasta un premio Pulitzer como Hernán Díaz firmando ejemplares de ‘Fortuna’, la gran novela sobre el culto al dinero y la codicia. También andan sueltos, avisados están, políticos en precampaña.


Hernán Díaz firma ejemplares de ‘Fortuna’


EFE

Así que con un ojo en el cielo y las manos en los bolsillos, no vayan a coger frío las máquinas de firmar, este Sant Jordi atípicamente destemplado ha arrancado, como siempre, entre cafés, cruasanes y escritores asardinados en el tradicional desayuno cortesía del Ayuntamiento. Momento de intercambiar impresiones, cuadrar agendas y coger fuerzas. «Somos más de 300 personas», anuncia alguien por megafonía. Preparados, listos, a firmar. Y a vender. Porque, a la espera del balance final y de esas listas de los más vendidos que, según el Gremio de Libreros, serán este año mapas de calor y apuntes de tendencias, el sector confía en igualar los números del año pasado, cuando se despacharon 1,8 millones de libros.

Y sin bestseller indiscutible que echarse a la ‘tote bag’, Sant Jordi,como el Gordo y la Grossa, ha caído muy repartido. En el más que previsible podio, ‘La grieta del silencio’, de Javier Castillo; ‘Recupera tu mente, reconquista tu vida’, de Marián Rojas Estapé; ‘Un animal salvaje’, de Joël Dicker; ‘Història de un piano’, de Ramon Gener; y ‘Ocàs i fascinació’, de Eva Baltasar. Entre los deseables, la saga ‘Blackwater’  de Michael McDowell; ‘En agosto nos vemos’, de Gabriel García Márquez; y ‘La ciudad y sus muros inciertos’, de Haruki Murakami.

Chistes ilustrados

«Yo me dejo pastorear», dice, cómo no, Marc Pastor, mientras intenta acordarse del ‘planning’ de firmas que le han preparado. «Sé que a las seis me toca en Gigamesh», celebra el autor de ‘Riu de safirs’. A su lado, Lauren Beukes, autora de ‘Las luminosas’, pone cara de pasmo ante la que se avecina. «Esto es abrumador», suelta de pronto Hernán Díaz. «Me han dicho que los lectores toman la ciudad, y eso es como una utopía», celebra maravillado el autor argentino. Rodrigo Fresán, con gorro calado, reincide en esto de las firmas. «Empecé con ‘Melvill’», explica. «Pues entonces sí que hace tiempo», replica algún chistoso a su lado. Humor de escritores. Chistes ilustrados.


Ambiente en el centro de Barcelona durante Sant Jordi


INÉS BAUCELLS

En la calle, a pie de cola, algunas tendencias: mucha gente esperando a Javier Castillo; atascazo habitual frente a la Casa Batlló, paraíso del selfi floreado; y colas madrugadoras para pescar una firma de Santiago Posteguillo, Juan del Val y Ángel Martín. Cosas de la evolución y la selección natural en asuntillos librescos, mediáticos y superventas se han convertido en el monocultivo de las paradas más céntricas, las de plaza Cataluña.

Es ahí donde podría situarse el kilómetro cero de la ‘santjordimania’, foto fija de una fiesta no festiva hecha de gente que sale un momentito de la oficina y se le hace de noche, escolares de excursión y adolescentes que aprietan con fuerza ejemplares de ‘Donde todo brilla’ a la espera de que Alice Kellen levante la persiana. Mientras tanto, Eduardo Mendoza, abrigo y bambas deportivas como uniforme de trinchera, firma a ritmo constante ejemplares de ‘Tres enigmas para la Organización’. A su lado, a uno de sus lectores solo le falta aplaudir y darle palmadas en la espalda mientras le pide que,” por favor siga escribiendo”.

Competencia en campaña

Esto, lo dice Juan Gómez Jurado, es la fiesta del libro más importante del planeta, y no hay más que asomarse al Paseo de Gracia para comprobarlo: riadas de gente, 4G saturado, escritores esquivando el atropello en la Gran Vía y Jesús Carrasco oteando el horizonte de su ‘box’ de firmas en busca de potenciales lectores de ‘Elogio de las manos’. En la Rambla, los políticos hacen sus cosas, se arraciman en las esquinas (los de Puigdemont y las juventudes de ERC en una; el PP, con visita estrella de Alberto Núñez Feijóo) e intentan colarse a empellones en la foto de la Diada. Tiempo habrá para hacerles caso.

Aún no llueve, así que en el centro no se cabe. Al mediodía, la locura. Hora punta del escaqueo y cura de humildad para ilustres premiados como Sergio del Molino, de brazos cruzados y emparedado entre Sandra Moñino, Mercedes Ron, Juan Gómez Jurado y Elisabet Benavent. Una foto fija y anecdótica (Sergio, tranquilizan desde la editorial, ha firmado su buen número de ejemplares de ‘Los alemanes’ antes de volver a Zaragoza) que, sin embargo, ilustra a la perfección la difícil coexistencia de según qué autores en según qué contextos.


La escritora Won-Pyung Sohn firma ejemplares de ‘Almendra’


EFE

De pronto, como por arte de ensalmo, una cola irrumpe en la calle Mallorca. «Aquí debe firmar alguien importante», dice un transeúnte mientras la cola sigue engordando. Al otro lado, jarro de agua fría para prescriptores literarios: atiende la plana mayor de algo llamado Emprebooks, colección de libros de «emprendedores, empresarios o expertos en su profesión» que, tras un rápido vistazo a Google, arroja titulares como «Un día gané 56 millones de euros en cinco minutos». Caray. Quién los pillara. Los minutos, claro.

El lunes por la tarde, en el pregón de Sant Jordi, sorpresa inesperada: llovía con ganas y los trabajadores de las bibliotecas de Barcelona, de huelga para protestar por sus condiciones laborales, le entregaron al pregonero, el superventas infantil y juvenil David Walliams, una camiseta en la que podía leerse #defensemBibliosBCN y el inglés respondió al gesto deslizando una cuña promocional en su discurso. «La profesión de bibliotecarios es una de las más importantes del mundo y ninguno de nosotros estaríamos aquí sin ellos», dijo. «Nunca debemos olvidar a las bibliotecas ni perder a sus bibliotecarios», improvisó. Porque ya se sabe que una cosa es vender libros y otra muy diferente leerlos.



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