La tentación de tomarse a broma a Leire Díez, Víctor de Aldama y demás participantes en este espectáculo político es muy grande. A veces los columnistas tenemos esa miradita ácida, como de vuelta de todo, llena de metáforas, recursos pop y liviandad. Y es cierto que ella tiene ese aire desnortado almodovariano y él esa planta de galán de los que daban réplica a Lina Morgan. Y que todo huele a miseria, a horterada, a ego, a CK One y a película de Mariano Ozores, que en paz descanse. Pero lo sucedido en el Novotel de Madrid, con empujones, apariciones inesperadas y desconcierto periodístico es una cosa muy grave. Grave porque lo que ahí hay de fondo es la gestión pública, es decir, que la ropa que llevan y los taxis que los han llevado al hotel seguramente los hayamos pagado entre ustedes y yo. Leire ha vivido, parece que bien, en puestos públicos gracias a ser una trepas sin escrúpulos y Aldama ha negociado rescates millonarios con recursos del Estado, con su comisión pertinente.
Dios me libre de ponerme digno, porque yo la dignidad la perdí en un karaoke de Madrid hará 15 años, y no he vuelto a saber de ella, pero las risas se van apagando cuando pensamos en los impuestos que pagamos, las trimestrales, el papeleo para hacer cualquier cosa, las aplicaciones delirantes con las que el Estado nos castiga para poder relacionarnos con la administración, las idas y venidas a ventanillas aún con el plástico ese del covid colgando de dos cadenitas, los recursos que en el colegio dedican a las necesidades específicas de apoyo, la Guardia Civil mendigando refuerzos en zonas conflictivas, los trenes parados en cualquier sitio y tantas otras cosas que jaja y jiji con Leire, pero… ¿Para pagar a estos llevamos una vida de ciudadanos ejemplares? ¿Para sustentar a esta arquitectura humana sin moral ni talento cumplimos con nuestros deberes cotidianos? ¿Sanidad, educación y Leire presentando sellos?
Leire es más sanchista que el propio Sánchez. Y cuando una persona se hace tan afín a una causa lo suele hacer por un solo motivo: ahí se vive bien. Porque le renta. Porque conviene. El sanchismo es ese pienso de gatos que una señora vuelca en una escudilla en mitad de la noche. Allí se acercan los mininos hambrientos, se relacionan unos con otros, se relamen ante la cena, riñen entre ellos, se reproducen, son leales, son puntuales. Si un día la señora no viniera, qué sería de sus pobres vidas.
Todo poder tiene sus acólitos, pero la corte de Pedro Sánchez es desconcertante, por vulgar, por tosca, por fiel. Fiel no a unos valores, que es algo tan humano como el comer, sino a un hombre y a un modo de entender la gestión pública, como un castigo para los rivales, como un premio para los acérrimos. Y luego, esa idolatría por un hombre menguante y veleta. Un hombre que ha cambiado de opinión, de chaqueta, de compañeros y hasta de piel. Que, a estas alturas, desprecia las obligaciones de su cargo, y sólo sobrevive, sustentado por personas como Leire –¿Cuántas habrá? Seguro que muchos militantes socialistas le pusieron cara a su leire local–, y a unos ministros capaces de mentir, y mentir mucho, para defenderlo.
«Jésica, Koldo, Leire, Aldama, Miss Asturias… son también ya patrimonio emocional de una España crepuscular»
Es una cosa muy seria porque Jésica, Koldo, Leire, Aldama, Miss Asturias… son también ya patrimonio emocional de una España crepuscular. Pienso en la Italia de los 90. Pienso en un país que ha dejado pasar muchas oportunidades para seguir creciendo, para refinarse, para optimizar sus recursos y su talento. Pero aquí estamos, en una mediocridad que pisa moquetas y roba al Estado. Hemos vuelto al Brummel y al Larios cola en vaso de tubo. Hemos vuelto al golpecito en la cacha. Hemos vuelto a los pendientes de plástico y al folclorismo. Hemos vuelto a la chulería, al llanto, a las botellas caídas y a los tumultos. Hemos vuelto a los juzgados, a la desconfianza, al «son todos iguales».
Luego el populismo volverá a colarse por las grietas del Estado. Luego nos echaremos las manos a la cabeza cuando algún mindundi sume escaños y presuma de comprar sus camisas en el Alcampo. Hay que tomarse España en serio, porque si no, nuestros hijos vivirán de nuevo en el país de los jacuzzis, del sálvese quien pueda, de los pillines, de los pelotas, de las peleas en los platós y del juanguerrismo. Una España que no se toma a sí misma en serio es una España condenada a vivir en una bufonada perpetua.