TRIBUNA ABIERTA
«Ha llegado la hora de introducir la naturaleza en la ecuación, contabilizándola e invirtiendo en ella como el activo que es, un activo que arroja dividendos, ahora y en el futuro»

Tres cuartas partes de todas las empresas dependen de la naturaleza, de un modo u otro. Necesitan materias primas como la madera, el algodón y otros cultivos. Necesitan los servicios ecosistémicos prestados por los microbios y los biorreductores, que mantienen la viabilidad de las tierras agrícolas. Necesitan protección contra las condiciones meteorológicas extremas, como en las costas y las llanuras aluviales que sirven de escudo a valiosas infraestructuras. Esto significa que, cuando la naturaleza prospera, también lo hacen las empresas, y cuando la naturaleza sufre, también aquellas lo hacen.
Hoy lo vemos ya con claridad meridiana. El riesgo climático ha encarecido las primas de seguro. Las inundaciones han perturbado las cadenas de suministro y dañado infraestructuras cruciales. La disminución de las poblaciones de polinizadores ha perjudicado la producción agrícola. Según investigaciones del Foro Económico Mundial, los riesgos relacionados con el clima podrían costar a las empresas que no se adapten hasta el 7 % de sus ingresos anuales en la próxima década, aproximadamente el equivalente a una pandemia de Covid-19 cada dos años.
Este precio es, simplemente, demasiado elevado. Ha llegado la hora de introducir la naturaleza en la ecuación, contabilizándola e invirtiendo en ella como el activo que es, un activo que arroja dividendos, ahora y en el futuro.
La Unión Europea y sus Estados miembros han aportado cuantiosos fondos para la naturaleza y se han comprometido a seguir haciéndolo, pero la inversión pública no basta por sí sola. Tenemos que crear un sistema que incentive al sector privado a invertir en ella. Necesitamos un mercado operativo que recompense a las empresas, los agricultores y los inversores por cuidar nuestro suelo, nuestro mar y nuestra atmósfera.
Los «créditos naturaleza» están apareciendo como una herramienta prometedora para cambiar la manera en que valoramos la naturaleza. Su función primordial es crear oportunidades de negocio para invertir en la naturaleza, estimulando la biodiversidad, preservando los hábitats o creando otros nuevos. A cambio, estas inversiones generan ingresos para quienes se esfuerzan por proteger la naturaleza. Son los agricultores que diversifican los cultivos, los propietarios de tierras que fomentan los ecosistemas de humedales, los silvicultores que protegen las reservas de carbono amenazadas.
Sabemos que este modelo puede funcionar porque tenemos la prueba de ello. Hace veinte años, la Unión Europea creó un mercado eficaz del carbono. La lógica es sencilla: si quieres contaminar, vas a pagar. Si quieres evitar el pago, tienes que innovar. Es, pues, un instrumento eficiente y orientado al mercado que induce al sector privado a innovar. Y ha funcionado. A lo largo de estas dos décadas, las emisiones de gases de efecto invernadero en Europa han disminuido en casi un 50 % y la economía ha crecido. El precio que fijamos al carbono ha servido para recaudar 180 000 millones de euros que ahora se reinvierten en proyectos relacionados con el clima y la innovación.
Por muy exitosa que haya sido esta experiencia, sabemos que la naturaleza es más compleja y diversa que solo el carbono. ¿Qué tienen en común el aceite de oliva griego y los abetos finlandeses? ¿Qué tiene que ver un proyecto de fomento de los humedales con la reforestación? La creación de este nuevo sistema planteará una serie de cuestiones nuevas y difíciles, entre las que cabe destacar cómo medir y cuantificar el efecto de las iniciativas positivas para la naturaleza.
Para que los «créditos naturaleza» tengan éxito, necesitamos un sistema riguroso de medición y métodos sustanciales para cuantificar los logros. Necesitamos estructuras de gobernanza sólidas y un acceso justo para la población local. Necesitamos previsibilidad para atraer inversores locales. Necesitamos sistemas de verificación y una verdadera transparencia para prevenir el blanqueo ecológico. También debemos evitar cargas administrativas onerosas para que adherirse a esta labor resulte fácil y atractivo.
Estos problemas son complejos, pero se pueden resolver y, lo que es más importante, tenemos la historia de nuestro lado. La demanda de «créditos naturaleza» está aumentando en la UE y a escala mundial. La UE apoya ahora proyectos piloto en Francia y Estonia, y otros están previstos. Algunos Estados miembros han creado sus propios sistemas. En todo el mundo, las autoridades locales y las empresas están ejecutando también nuevos proyectos. Según el Foro Económico Mundial, la demanda mundial de «créditos naturaleza» podría alcanzar la cifra de 180 000 millones de dólares americanos en 2050. Los compradores potenciales son diversos, ya que las perspectivas son atractivas. Al ser cada vez más frecuentes las inundaciones y las sequías, las empresas procuran eliminar riesgos para las cadenas de suministro, rebajar las primas de seguros y promover iniciativas beneficiosas para la naturaleza. Las instituciones financieras también están empezando a tratar los peligros desde el punto de vista de la biodiversidad como un riesgo financiero fundamental que hace falta mitigar.
La Comisión Europea ha presentado esta semana una hoja de ruta sobre los «créditos naturaleza», con vistas a estimular la financiación privada y crear nuevas fuentes de ingresos para las empresas. Queremos fomentar este mercado paso a paso, de abajo arriba, en colaboración con las comunidades locales y las partes interesadas. La UE, con su mercado único de 450 millones de personas y 25 millones de empresas, se encuentra en una posición idónea para ampliar la escala de estos mercados innovadores, estimular el interés de los inversores y salvaguardar la integridad del mercado.
Durante demasiado tiempo hemos puesto un precio a la degradación de la naturaleza, en lugar de restaurarla. Sin embargo, con las inversiones y los incentivos adecuados podremos aplicar soluciones más inteligentes y beneficiosas para todas las partes. Lo que es bueno para la naturaleza, también lo es para las empresas y, en última instancia, para las personas.