
«Ahora que vamos despacio,
Vamos a contar mentiras, tralará
Vamos a contar mentiras….
…en el mar corren las liebres y en el monte las sardinas, tralará…
…las personas gordas son infelices y las flacas son felices, tralará…
…las personas de color son feas y las blancas muy guapas, tralará…
…las personas migrantes son malas y las nacionales buenas, tralará…
…las personas homosexuales son retorcidas y las heterosexuales son normales, tralará…
…en el mundo hay personas muy tóxicas, y otras como yo, muy equilibradas, tralará…
…las personas que no se equivocan son sabias, las que sí son estúpidas, tralará..
…pedir perdón es de débiles, mantenerse en sus treces es de fuertes, tralará… »
Cuánto tiempo llevaba sin cantar esta canción, que nos solía acompañar en las excursiones que hacíamos con el colegio por los montes de mi querido Valle de Arán, donde crecí… Cómo recuerdo reír con cada una de las mentiras que cantábamos…
Ahora, sin embargo, no sé si reír o entristecerme cuando escribo las mentiras que estamos creyendo muchos de nosotros de una forma, generalmente, inconsciente. O, lo que es peor, que estamos haciendo que nuestros jóvenes y niños crean a través de nuestro modelo, de nuestras expresiones verbales, no verbales o de nuestro comportamiento.
Antes de ayer, estaba implementando el proyecto de alfabetización emocional con Teatro de Conciencia que estoy pilotando con un grupo de jóvenes de 14 a 18 años: «En Sus Zapatos: Desactiva tus prejuicios», que realizamos la Asociación Teatro de Conciencia junto con FAD Juventud y Fundación Pórticus, y me encontré con la siguiente situación:
Pedí a los jóvenes que salieran de uno en uno a hacer un monólogo a partir de una etiqueta que sacaban al azar de un sobre y donde ponía «preocupación» o «sueño», en función de eso, debían actuar para contar al público una de sus preocupaciones, o bien, un sueño. La casualidad (o el destino) quiso que la gran mayoría improvisara sobre su «preocupación» y, para mi sorpresa, me encontré que casi todas las preocupaciones de estos jóvenes (recuerdo, por si se nos olvida, que son los futuros adultos del mañana) se basaban en creencias –juicios y prejuicios– que son absolutamente falsos: ¡mentiras! Tan mentiras como las que acabo de cantar un poco más arriba.
Por ejemplo, prácticamente la totalidad de las jóvenes mostraron una gran preocupación por mantener su cuerpo delgado; un miedo enorme a engordar las llevaba a censurarse con la comida al punto de pasar hambre, o, de vomitar lo comido. Cuando las interpelé acerca de la creencia /juicio/prejuicio qué había detrás de ese miedo a engordar, no sabían qué responder. (Aclaro que con el Teatro de Conciencia hacemos «visible lo invisible», es decir, representamos al personaje, pero también a sus emociones, y en el caso de este proyecto piloto, además, a sus juicios/prejuicios; con el fin de que jóvenes, adultos y niños, puedan identificar sus emociones y juicios para aprender a «gobernarlos», evitando así que les conduzcan a actitudes agresivas o violentas consigo mismos o con los demás, es decir, fomentamos la Empatía Activa y la Cultura de Paz).
De hecho, me llevó un rato hacerles preguntas que les obligaran a esa reflexión, de la que concluyeron afirmaciones como: «porque las personas gorditas no tienen amigos», «porque las chicas con sobrepeso no gustan a los chicos», o, «porque las personas gordas se quedan solas».
Quiero matizar que estas respuestas me las daban «alegremente», es decir, sin ninguna «vergüenza moral». Entonces me vi obligada a seguir profundizando: «Gracias por vuestra honestidad, ahora bien, ¿eso que creéis es verdad?», y… ¿queréis adivinar qué respondieron?… «¡Sí!». Respondieron que sí era verdad todo lo que ellas creían, ni tan siquiera lo dudaron, aunque eso las llevara a no comer, a vomitar, o a estar excesivamente preocupadas por su cuerpo, su tipo o su peso.
Así es, nadie les ha dicho que todas esas creencias acerca del sobrepeso son mentira, como tampoco nadie les ha dicho que es mentira que tengan que sacar siempre buenas notas porque, si no, no serán nada en esta vida, o que también es mentira que las personas de otro color sean «malas y feas», o que la diferencia es intolerable y que para ser «normales» todos debemos ser iguales.
Pero, ¿cómo es posible que estas jóvenes crean que esas mentiras son verdad, y ni duden de esa veracidad?
Quizá, es el momento de hacer autoobservación, no sólo como individuos, o como sociedades, sino también las empresas, pues ellas venden no sólo productos, sino ideas, que pueden llegar a ser – si no se presta atención- juicios y prejuicios dañinos que pueden promover la discriminación (o la auto discriminación), en lugar de la diversidad y la empatía. Existe una responsabilidad social a asumir, no solo por reputación, sino por coherencia y conciencia moral.
Si queremos niños y jóvenes sanos empecemos a responsabilizarnos de cuantas mentiras nos y les contamos, para con música y alegría atrevernos a contarles, y bien fuerte, las verdades.