Es una práctica más habitual de lo que la ética más elemental debería permitir. Basta con que hayan transcurrido unos minutos tras la muerte de una personalidad famosa para que la noticia se haga viral en redes sociales y aglutine en torno a la figura del finado todo tipo de reacciones. La mayoría van escritas con cierta consideración moral, a menudo internet se llena de pésames a la familia, fórmulas de condolencia y, digámoslo también, de mensajes bastante chuscos que intentan hacer ver que se conocía al fallecido. Obviamente, todos estos mensajes son bienvenidos, por lo que tienen de respetuosos, y ayudan a creer en la humanidad de una sociedad cada vez menos humana.
Tras estas primeras reacciones, cuando no a la vez, aparecen otras algo más profesionales. Si el personaje es pintor, se alaban sus toques cromáticos. Si es actor, se recuerda aquella trilogía que todo espectador debe ver. Si es futbolista, cuidado con aquel gol en la final de la Champions que es una oda estética. Si es político, ojo a sus méritos sociales; si es violinista, que tiemble Paganini. Y así evoluciona el mundo, como dice el epitafio de Jardiel Poncela: si queréis los mayores elogios, moríos. No me parecen malas estas críticas a vuela pluma: hablan de nuestra necrofilia, de nuestra nostalgia. Bienvenidas sean.
Ahora bien, tras este torrente de reacciones aceptables, aparecen los bobos. Trolls de escasa vinculación con la realidad, que vierten en eso que llaman el ciberespacio su bilis en forma de ideología nauseabunda, de sesgo asqueroso. Era un buen novelista, pero. Maravilloso poeta, qué pena que. Magistral serie aquella que protagonizó, pero que nadie debe ver porque. No hay un detector de idiotas más fiables que este: gente que no respeta a un recién fallecido, y que antepone su dogma político al talento, por un lado, y a la humanidad más elemental, por otro. Despojos virtuales, si se me permite la expresión.
Esto le ha pasado, como no podía ser de otra forma, a Mario Vargas Llosa. Han florecido desgraciadamente las opiniones de aquellos que lo rechazan por liberal, por azote independentista, por pelear contra Fujimori, porque un día se enredó en la bandera comunista, o por lo que sea. Me da igual, no pienso dedicar ni un párrafo a glosar su posición política, pero sí a ciscarme en aquellos que no lo reconocen por lo que realmente fue: un genio de las letras hispánicas, y uno de los pocos premios Nobel españoles.
«En sus novelas hay siempre coherencia estética, un talento narrativo pocas veces alcanzado en el siglo XXI»
Porque eso fue realmente Vargas Llosa, y por eso será recordado. Un adelantado a su tiempo, que supo hacer de la literatura oficio –frente al talento casi innato de su, en algún punto, gran rival y, en otro punto, amigo, Gabriel García Márquez–, un prodigio de técnica y precisión. En sus novelas hay siempre coherencia estética, un talento narrativo pocas veces alcanzado en el siglo XXI, temas que ponían sobre la mesa la controversia que el poder ejerce sobre los hombres, mundos particularísimos (qué busca el escritor, sino esto), y personajes que quedarán para siempre en la memoria de la literatura.
Recuerdo, cuando cursaba filología, un comentario de texto que nos reclamaba a los estudiantes algo así como «hable usted del determinismo en La ciudad y los perros». Aquellos alumnos que abandonaban la niñez para perderse en un destino que les iría moldeando la personalidad me recuerdan a la figura que desde su Perú natal hoy se ha convertido en el último escritor del canon moderno. Descansa en paz, querido Mario.