La calificación de «rodríguez», como tantas otras del lenguaje popular, es casi siempre fruto de una influencia teatral o cinematográfica. Son términos que aparecen en alguna obra cómica de gran éxito entre la gente que aplaude ese género, y luego quedan petrificadas en el idioma como tumores inextirpables y dan información sobre el momento histórico en que nacieron. Según internet, la expresión comenzó en 1965 con la película de Pedro Lazaga El cálido verano del señor Rodríguez, con la inevitable avalancha de muecas por parte de José Luis López Vázquez. Este actor encarnó durante décadas al varón español con necesidades sexuales improbables de satisfacer. Un castrato muy admirado por el público español del franquismo que se veía reflejado en la caricatura.
La fecha no es casual. Hacia mediados de los 60 comenzó la avalancha de turistas en España y la imagen arquetípica de aquella época era la de los varones españoles boquiabiertos, babeantes y ridículos delante de las grandes valquirias nórdicas. Se las llamaba «las suecas», así, en general, aunque las más populares de ellas eran andaluzas. Fue un verdadero hundimiento del icono de don Juan, mantenido desde Tirso hasta Byron, como ejemplo del español seductor de hembras malogradas y desafiante enemigo de la trascendencia. Porque no debemos olvidar el rasgo principal de don Juan: insulta a los infiernos, no teme a Satanás, y se condena, claro.
Que el agresivo, desesperado y arrogante don Juan, digno representante de la época en que no se ponía el sol sobre las posesiones de la corona, acabara reducido al rodríguez grotesco de una España que ya no contaba para nada, es un sigo de decadencia más fuerte que todas las estadísticas. Y no es asunto decidido si hemos salido de ahí. El poder, por ejemplo, sigue en manos de gente que, como López Vázquez, encarna al pobre varón necesitado de un entorno sumiso para sentirse hombre. Un López Vázquez cada vez más cercano a las sumisiones islámicas, con la aprobación de las feministas de Sánchez.
Quienes, en lugar de viajar a lugares invadidos por masas oceánicas de vecinos a los que vemos a diario durante todo el año, nos quedamos en la ciudad, o sea, los actuales rodríguez, tenemos alguna ventaja. La primera es que no hay apenas mujeres u hombres jóvenes en la ciudad, excepto trabajando. Todos las demás están en las playas, sea porque se lo exige el cuerpo para aumentar su capacidad reproductiva, sea por vanidad, curiosidad o erotismo latente, sea porque se lo han ordenado sutilmente desde los centros de decisión publicitarios. Todas ellas, porque son mayoría las mujeres, sin embargo, suelen decir que es «para desconectar», sin que se sepa si desconectan del marido, del jefe, del novio, del ligue, de los compañeros de oficina, o del cura párroco. Ellos, en cambio, al parecer no desconectan, sino que están deseando conectar con los sucedáneos de las suecas.
«Las cadenas de televisión (¡exacto nombre!), las emisoras de radio, los diarios… todos compiten por estar tan vacíos como la ciudad»
Los rodríguez, en una ciudad vacía (por lo menos la mía, Madrid), aplastada por temperaturas superiores a las del Sahel, y medio lela por golpes de calor, tenemos otras ventajas de orden espiritual. Por ejemplo, las cadenas de televisión (¡exacto nombre!), las emisoras de radio, los diarios… todos compiten por estar tan vacíos como la ciudad. Es un asunto muy sabido: las noticias también hacen vacaciones y no es extraño verlas en Benidorm o en Lloret. Las gordas (sobre Trump y Putin) suelen llevar consigo una turba de infantes hinchando salvavidas, arrojándose juguetes a la cabeza o corriendo a todo meter por entre el laberinto de bañistas embadurnados. Las noticias delgadas (o sea, el alquiler, los precios, los emigrantes) van en bikini y son escasas.
Por lo general, los informativos de toda laya comienzan por informar sobre el calor que hace, por si no lo sabíamos. Salen dos o tres víctimas en paños menores diciendo que hay que ver qué calor hace, o bebiendo agua, o duchándose en una fuente pública. Luego, una locutora dice que vaya calor tan tremendo que hace y da algunas cifras. A lo que sigue otro montón de víctimas diciendo que qué barbaridad el calor que hace. Y así llenan un espacio vacío, porque las noticias verdaderas, gordas o delgadas, están en la playa.
Es verdad que durante unas semanas cambian este apasionante panorama por los incendios. A lo largo de los años los incendios han calcinado media península. Arruinan a muchos agricultores, ganaderos y propietarios de primeras y segundas residencias. Se cobran también unas cuantas víctimas, pero eso, al parecer, no le importa a nadie entre quienes mandan. Ningún gobierno se ha preocupado por averiguar quiénes son los incendiarios y a cambio de qué. Mucho menos se preocupan por comenzar obras de desactivación ígnea que requieren muchos recursos y no se sabe con claridad a quién se podrá exigir la mordida. De modo que al final España será un desierto interior circundado por una estrecha línea de costa atiborrada de masas aceitosas. Los rodríguez no sabremos dónde meternos.