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Vertederos en el Alcázar

by Marko Florentino
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ANDAN por la plaza de San Francisco alucinando en 3D por la ventolera mediática que han producido dos leves catas arqueológicas abiertas a la vera del Cenador de Carlos V en El Alcázar. Dichas catas, ya digo que nada espectaculares en la fase en la que se encuentran los trabajos, tenían por objeto confirmar si bajo tierra se guardaban el cementerio abadí donde pudieran encontrarse los restos del padre y otros familiares del rey poeta sevillano, Al Mutámid. No solo no hay nada, de momento, al respecto. Sino que, esas dos pequeñas heridas en la tierra, nos alertan de que lo que allí se esconde es parte de un gran palacio almohade, que desempeñó en su día funciones de ocio y recreo en una Sevilla regada por el oro africano de la política almohade, que transformó su urbanismo casi hasta época contemporánea. Mañana lunes, el Ayuntamiento, dará una rueda de prensa con presencia, incluso, del cadí de la ciudad, José Luis Sanz, que me imagino tratará de calmar la ventolera y poner orden en un asunto donde se ha echado a volar la imaginación, con un vertedero non nato, por el momento, que informaría sobre la vida y costumbres más domésticas de aquella sociedad.A mi me sorprende que Sevilla se sorprenda de que el mundo andalusí brindara con buen vino y comiera buena carne de cerdo en sus fiestas cantadas por poetas y zejeleros. En 1990, el llorado Rafael Valencia, me dedicaba un libro editado por El Carro de las Nieve donde recogía una amplia muestra de poesía erótica andalusí, desde época califal hasta abadí, que en sí mismo contienen tanta información sobre la vida cotidiana de un periodo tan amplio, como pudiera tenerla una de esas fosas de las que se habla, pero nadie ha visto, en el Alcázar. Tenemos de la vida cotidiana andalusí una visión excesivamente rigorista, que en nada se lleva con la realidad. Les recomiendo que lean el poema «La bereber» de Ibn Quzman o algunas de las amonestaciones moralistas que Ibn Abdun, en plena Sevilla almorávide, realizaba para que las mujeres blindaran su improbable castidad, evitando dar paseos en barcas por el río o no luciéndose en el mercado utilizando chinelas (zapatos) muy llamativas. Me guardo para otra ocasión la opinión que el mismo autor tenía del gremio de las bordadoras. El relajo era casi contemporáneo.Los depósitos de basura arqueológica son oro puro. Libros abiertos con capítulos sorprendentes. Pero aquí, en el Alcázar, aún no ha aparecido ninguno, y si aparece a nadie podrá sorprender que en el mundo andalusí, mucho menos rigorista y más relajado que el africano, se bebía, se comía jabugo y se fornicaba como la protagonista de la Bereber. Pero les digo algo: lo importante no es saber lo que ya sabemos. Si no entender qué hacía ese palacio almohade en plenas huertas del Alcázar. Lo demás es Indiana Jones…



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