Un caza Mosca republicano y un Messerschmitt Bf 109 de la Legión Cóndor que se persiguen y combaten en los cielos de España protagonizan los dos sensacionales álbumes que vienen a completar La sombra del cóndor, la trilogía sobre la Guerra Civil en el aire del guionista y dibujante Gerardo Balsa (Trilita Ediciones). Por fin se puede leer completa esta espléndida serie que desarrolla la historia de la contienda principalmente desde las vivencias de dos jóvenes aviadores rivales, el madrileño Pedro Goya, de origen proletario y mecánico de aviación devenido piloto de caza de la República tras su paso por la escuela de vuelo soviética de Kirobavad, y Dieter von Moltke, aristócrata alemán pomerano miembro de la Cóndor, la unidad enviada por Hitler para dotar de superioridad aérea al bando franquista. Balsa es uno de los autores que firmarán sus obras en el 42 Salón del Cómic de Barcelona, que se celebra del 3 al 5 de mayo en Fira Montjuïc y tiene entre sus muchas actividades exposiciones dedicadas a Ibáñez, a Mad Max y las brujas.
Los aviones en que vuelan principalmente Goya y Von Moltke, el Polikarpov I-16 Mosca (y sus variantes) y el Messerschmitt Bf 109 (y las suyas) respectivamente —dibujados con formidable exactitud—, dominan la portada de De viento y de sangre (el Mosca) y La caída de un sueño (el Messer), los dos títulos que, tras 1936, bajo un cielo español (2019), cierran la que constituye la mejor plasmación que se ha hecho en cómic de la guerra aérea en la contienda española, sin olvidar Doble 7, de Juillard y Yann (Norma).
Hay escenas extraordinarias, como la del Mosca y el Messerschmitt que se cruzan en el aire volando ambos invertidos, o la Pedro derribando un bombardero Dornier 17 en un picado casi suicida, o la de Dieter destruyendo a su vez un Tupolev SB-2 Katiuska con toda la ortodoxia del manual de la Luftwaffe. O la del espectacular combate del propio as alemán contra un hidroavión Savoia-Marchetti SM-62 de la fuerza aérea republicana, con sorprendente resultado. Pero los álbumes de Balsa (Rosario, Argentina, 41 años, radicado en Barcelona desde 2008), son mucho más que una sucesión de virtuosos dibujos de aviones. La trilogía La sombra del cóndor es una gran historia de aventuras en la que los combates tienen un fondo de romance, con amor y sexo (hay dos mujeres coprotagonistas del relato, la prostituta María la Malagueña, amante del alemán, y la miliciana Sofía Rigau, del español. Y es también la serie un recorrido cronológico por la Guerra Civil en el que, entre otros episodios, aparecen (en el tomo segundo) el bombardeo de Gernika (“teniente”, “dime Hans”, “¿cómo se llama la ciudad que es el objetivo hoy?, a mí todas los nombres españoles me parecen iguales”); los de Barcelona por los italianos y els fets de maig de 1937 en la capital catalana, es decir los enfrentamientos en el seno del bando republicano entre el POUM y los comunistas, con un cameo del propio George Orwell. También (en el tercer volumen) la huida hacia la frontera francesa de columnas de refugiados camino del exilio ametrallados desde el aire.
“La premisa era centrar la historia en los aviones, en la guerra aérea”, señala Balsa. “Y en ese sentido el trabajo de documentación de los aparatos, desde los modelos más conocidos a los más raros, es muy sólido”. El autor menciona los abigarrados aeroplanos de entreguerras que tuvo que volar la República, y el episodio del tercer volumen en el que Pedro en su Mosca se encuentra con avión enemigo que le parece extrañísimo (“¿qué coño es eso?”): es un Stuka, que los alemanes probaron en España pero con muy pocas unidades. “Lo mantenían en secreto, era una de las armas que Hitler iba a utilizar masiva y decisivamente en la Segunda Guerra Mundial”. Balsa se inventa la escena en que el republicano derriba el bombardero en picado (en realidad el que tumbó un Stuka en la guerra de España fue el piloto de Chatos Francisco Alférez Jiménez), y luego dibuja su extraño diseño de alas en forma de W para sus camaradas.
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Aunque centrada en la guerra aérea, la serie, remarca Balsa, muestra la vida de retaguardia, el sufrimiento de la población civil, las purgas estalinistas y la represión, los fusilamientos y las ejecuciones sumarias franquistas. “El abanico de personajes, que incluye también a un voluntario estadounidense negro de las Brigadas Internacionales, o al legionario Cuevas, me permite hacer un relato muy coral y entrelazar historias, jugando con la idea del destino y sus casualidades”. El autor apunta que junto a la épica y la tragedia hay romanticismo. “Las historias románticas me parecen fundamentales, y tengo un lado Corín Tellado”, bromea.
Además de combates en el aire, también hay episodios bélicos terrestres, como una escena de lucha de tanques en las cercanías de Teruel en diciembre de 1937, en la que un T-26 republicano da cuenta de dos panzer (“dos negrillos”, en la terminología de la época). “Me apetecía dibujar tanques, que tampoco han sido muy dibujados en tebeos de la Guerra Civil. Curiosamente —visto lo que pasó luego al inicio de la Segunda Guerra Mundial— los tanques republicanos eran muy superiores a los modelos alemanes de entonces”. La serie tiene un sabor muy cinematográfico. “Seguro, no hay dibujante de historietas al que no le fascine el cine; ahí está el cine que has vivido y bebido, en mi caso mucho cine clásico de EE UU”.
Gerardo Balsa ha hecho los deberes y se ha documentado muy bien. Los álbumes están llenos de detalles (insignias, calcos, carteles de propaganda, paquetes de cigarrillos, naranjeros o pistolas Luger) y guiños históricos. “He leído un montón, y he tenido como Biblia el Atlas ilustrado de la aviación en la Guerra Civil española (Susaeta, 2012), pero además he tenido información de primera mano. Conocí de chico en Argentina a pilotos de la República exiliados que me contaron sus historias. Un excombatiente republicano trabajaba con mi padre y me explicó muchas cosas, no sólo historias del horror de la guerra, sino sobre la vida cotidiana”. Una de las historias bélicas que le contó fue cuando derribó con una ametralladora un caza enemigo que tenía a su pelotón acorralado en un túnel en Brunete. En De viento y de sangre, Balsa ha cambiado el bando del soldado porque le venía mejor para su trama.
Balsa recuerda, por otro lado, la vinculación de su país con famosos aviadores alemanes de la Segunda Guerra Mundial que luego recalaron allí, como el muy condecorado y muy nazi piloto de Stukas Hans U. Rudel, o el as de cazas Adolf Galland, que comenzó su carrera en la Cóndor y cuya figura le ha servido en algunos aspectos para crear a su Dieter von Moltke. Galland vivió de 1948 a 1955 en Argentina, donde trabajó como consultor de la fuerza aérea del país.
El paralelismo de los dos pilotos protagonistas de sus álbumes, Dieter y Pedro, tiene matices. “No he querido hacer una historia solo de buenos y malos ni caer en el panfleto, pero desde luego mi cabeza y mi corazón están con los republicanos”.
Es curioso que en una historia centrada en la guerra en el aire haya bastantes desnudos. ¿Ha buscado el contraste entre las máquinas —los rutilantes aviones— y los cuerpos? “No se me había ocurrido, veo los aviones como unos personajes más, y es verdad que la belleza de los aparatos contrasta con la de los cuerpos en las escenas de desnudos. Me interesaban mucho la urgencia y la incertidumbre de las relaciones amorosas en guerra. El desnudo es además un tema que siempre está ahí, que te acompaña cuando dibujas; un elemento clásico de la historia del arte”.
Todos los aviones están dibujados con excelencia, pero parece notársele a Balsa una inclinación por el Mosca. “Está bueno, tiene formas muy particulares, es pura curva, una maravilla”. Sobre los combates y su realismo, dice que es muy fiel a cómo funcionan y luchan los aviones y recalca: “Es apasionante dibujarlos, poner la cámara donde se te ocurra y mostrar desde el ángulo que quieras los aparatos y los combates”. De las espectaculares escenas en grandes viñetas subraya: “Los aviones piden espacio”.
De la crudeza de algunas escenas (tanquistas abrasándose, civiles ametrallados en una carretera, una niña y su abuelo muertos en Gernika, una casa llena de cadáveres a los que las tropas africanas de Franco les han arrancado los dientes por el oro, un soldado agonizando con una bayoneta clavada en el vientre, un piloto que pide que lo rematen tras estrellarse…), señala que en estos tiempos es importante recordar el horror que es la guerra, “que la gente no se olvide”.
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