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«Es estupendo estar casada; muy simple y rpido. Te quedas de pie, repites dos frases y luego firmas. Nada sali mal, la nica molestia fueron los nombres de Vanessa y Virginia que el del registro, que era medio ciego y por lo dems, deforme, no paraba de confundir. […] Supongo que una no debera disfrutar de su propia boda, pero yo lo hice, y de la luna de miel an ms«. Con esta vivaz carta en la que describe su boda a Janet Case, su antigua tutora de griego y defensora de los derechos de la mujer, comienza el volumen Una carta sin pedirla (Pginas de Espuma), una seleccin de ms de 170 misivas, la mayora inditas en espaol, que durante un periodo de casi tres dcadas (1912-1941) muestran al lector a una Virginia Woolf muy alejada del estereotipo de escritora lnguida, fra y esnob. Por el contrario, en estas cartas escritas casi siempre a vuelapluma y con prisas, vemos a una mujer espontnea, cariosa y tierna, en muchos momentos jocosa y desinhibida, que exhibe una irona punzante y maliciosa y una inteligencia brillante.
Una carta sin pedirla
Virginia Woolf
Edicin y traduccin de Patricia Daz Pereda. Pginas de Espuma. 296 pginas. 29
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«Deseaba entretener, divertir, interesarse por la salud o las penas de sus destinatarios y aliviarlas en lo posible. Deseaba intercambiar ideas, comunicarse, conocer cotilleos, saciar su curiosidad por la vida de sus amigos, por sus relaciones, incluso por sus casas», explica la antloga y traductora Patricia Daz Pereda, que ha seleccionado estas cartas de un corpus de ms de 4.000 repartidas por varias universidades y archivos del mundo anglosajn. Entre sus corresponsales, estn las grandes figuras del Crculo de Bloomsbury -su cuado Clive Bell y su hermana Vanessa, E. M. Forster, Roger Fry, Duncan Grant, John Maynard Keynes, Lytton Strachey y Dora Carrington- amigas como Violet Dickinson o lady Ottoline Morrell, los escritores T.S. Eliot, Hugh Walpole, Gerald Brenan, John Lehmann y Stephen Spender y su gran amor, Vita Sackville-West. «Sabemos con certeza es que nunca le preocup lo que se hiciera con sus cartas tras su muerte («Crees que la gente escribe cartas para que se publiquen? Soy tan vanidosa como una cacata, pero creo que yo no lo hago. Porque cuando una est escribiendo una carta, toda la cuestin es apresurarse y cualquier cosa puede salir del chorro de la tetera», escribi), y su lectura nos acerca al retrato vital de una de las figuras literarias esenciales del siglo XX», remacha Daz Pereda.
Aunque poco queda por desvelar de su vida, buena parte plasmada en su obra y el resto en sus enjundiosos diarios (publicados en cinco volmenes por Tres Hermanas en edicin de Olivia de Miguel), las cartas de esta correspondencia s reflejan interesantes aspectos de la escritora, tanto literarios como mundanos. Por ejemplo, la eleccin tomada por su marido Leonard Woolf de no tener hijos. «Hay un pequeo trozo de csped para que jueguen mis cros» o «No vamos a tener un nio, pero queremos tenerlo y dicen que es necesario pasar primero seis meses o as en el campo», escriba a su amiga Violet Dickinson en 1913, en plena efervescencia de bsqueda de un hogar familiar. Sin embargo, la aguda crisis mental que sufri alternativamente hasta 1916, intensas jaquecas, insomnio e incluso un intento de suicidio en 1913 ingiriendo veronal, la llevaron a volcarse en su literatura.
Sin embargo, ella misma minimizaba sus problemas, como cuando, al cuidado de dos enfermeras, escribe a un amigo: «La enfermera ahora cree que debo dejar de escribir. Le digo que solo estoy garabateando a un pariente, una solterona de edad que padece gota y vive de las migajas de las noticias de la familia. ‘Pobrecilla!’ dice la enfermera. ‘Sufre artritis’, sealo. Pero no funciona!». O cuando con motivo de la Primera Guerra Mundial quisieron reclutar a su marido: «Ha escrito una carta muy fuerte, diciendo que Leonard es muy nervioso, sufre un temblor permanente y probablemente se derrumbara en el ejrcito. Tambin que yo estoy an en un estado muy precario y sera probable que sufriera un colapso mental si lo reclutaran. Cree que con estos motivos deberan darle la exencin total y le aconseja con firmeza no decir nada acerca de la conciencia, que les molesta».
A vueltas con la novela
Crtica literaria en el Times Literary Supplement desde los 23 aos, su primera novela, Fin de viaje, vera la luz en 1915. Al igual que en la segunda, Noche y da (1919), la escritora ya se muestra dispuesta a romper los esquemas narrativos precedentes, pero apenas mereci consideracin por parte de la crtica, algo que la desanimaba. «Pero mi querida Margaret, de qu sirve que yo escriba novelas? […] Tengo treinta y tres aos y he concluido que soy completamente incomprendida. As que, por favor, vuelve a escribir y dime lo agradable que soy», escriba a su amiga, la activista Margaret Llewelyn Davies, en 1915.
Esa inseguridad, unida a la dificultad que le supona escribir -«lo escribo todo, salvo Orlando, cuatro veces y debera hacerlo seis; despus de una maana de gruir y gemir, tengo doscientas palabras para mostrar, y tan dis- paratadas como la porcelana rota», le haca ser a veces cnica, como en esta carta escrita en 1927 a su gran amigo E. M. Forster: «Nada me induce a leer una novela salvo cuando tengo que ganar dinero por escribir acerca de ella. Las detesto. Me parecen una equivocacin. Me parecen equivocadas desde el principio hasta el final, incluidas las mas. […] Esto solo prueba que no soy una novelista y que tampoco debera hacer su crtica».
No obstante, ya desde el comienzo, la escritora tena una clara conciencia de lo que buscaba con la novela. «Lo que quera era dar la impresin de un vasto tumulto de vida, tan variado y desordenado como fuera posible. […] Crees que es imposible lograr este tipo de efecto en una novela; est el resultado obligado a ser demasiado disperso para ser inteligible? Espero que una pueda aprender a tener ms control con el tiempo», narraba al ensayista y bigrafo Lytton Strachey sobre esta primera novela, muy apreciada en su crculo. A su cuado, el crtico de arte Clive Bell, escribira: «Me gustara discutir esto contigo y saber por qu te parece buena. Es algo absorbente (me refiero a escribir) y ya es hora de encontrar formas nuevas, no crees? En cuanto al seor Joyce, no puedo ver qu persigue, aunque despus de haberme gastado 5 chelines en l, hice todo lo posible, pero me derrot un aburrimiento indecible».
Una crtica punzante
Paradjicamente, otro gran renovador de la novela como Joyce no sera nunca de su agrado, llegando a rechazar para la editorial que mont con Leonard, Hogarth Press, publicar el Ulises.»Hemos ledo los captulos de la novela del seor Joyce con gran inters y desearamos poder imprimirla. Pero en estos momentos, su extensin es una dificultad insuperable para nosotros. […] Lamentamos mucho esto, puesto que nuestro objetivo es producir libros de vala que los editores corrientes rechazan», escriba a la mecenas de Joyce, Harriet Weaver, en 1918.
Categrica en sus opiniones -«No me gust Hemingway. No me interesa mucho Robert Graves» o «Para m, Stevenson es un escritor pobre porque su pensamiento es pobre y por lo tanto, aunque puede ser inquieto, su estilo es detestable«-, otro escritor contemporneo y revolucionario criticado por Woolf fue D. H. Lawrence: «Estoy leyendo Mujeres enamoradas atrada por el retrato de Ottoline, que aparece de vez en cuando. [Se especula con que fue el modelo para la famosa lady Chatterley] No hay suspense ni misterio: el agua es toda semen: me aburro un poco y descifro los acertijos con mucha facilidad. Solo esto me sorprende: qu significa que una mujer haga gimnasia rtmica frente a un rebao de vacas de las Highlands?».
Y tambin tuvo cera para T. S. Eliot, a quien apoy enormemente -fue la primera y gran defensora de La tierra balda– y que fue un gran amigo -lleg a intentar convencer a Keynes para intentar montar un fondo cuando el poeta decidi dejar su trabajo en un banco, empeo que fracas-, pero de quien, atea como era, le irritaba su catolicismo: «Eliot, ese extrao personaje, cen aqu anoche. Me pareci que haba tomado los hbitos o lo que sea que hacen los monjes. […] Su celda es, estoy segura, muy elevada pero un poco fra». E incluso poda ser ms cruel. «… vamos a ir a casa de los Eliot a hablar de los nuevos poemas de Tom, pero no solo eso -a beber ccteles y or jazz, adems, porque Tom piensa que no se puede hacer nada sencillo-. Creo que piensa que eso hace que la ocasin sea moderna, chic. Seguro que vomitar en la habitacin de atrs; nos sentiremos avergonzados de nuestra especie«.
Una pasin descontrolada
En cuanto al amor, como es bien sabido, la gran relacin de Virginia Woolf fue con la exitosa poeta y novelista Vita Sackville-West, que se prolong 10 aos y fue el periodo ms frtil de la carrera de ambas. Si bien es sus cartas destaca un tono a menudo amoroso -«Y la carta cariosa cundo llega?», pregunta Woolf-, ambas se mostraron bastante discretas en su correspondencia. «Disfrut mucho al verte y llevo tu collar y mi exuberancia no es, despus de todo, mi egotismo, sino tu seduccin. Est bien tu jardn?», pregunta sutilmente la escritora.
Ya desde el da en que la conoci qued prendada, como escribi a su amigo el pintor francs Jacques Raverat, a quien dedica alguna de las cartas ms largas y desinhibidas: «Su mayor reivindicacin, si puedo ser tan grosera, son sus piernas. Ay, son exquisitas, como esbeltos pilares que suben hasta el tronco, que es el de un coracero sin pechos (aunque tiene dos hijos), pero todo en ella es virginal, salvaje, patricio y por qu escribe, lo que hace con total competencia y una pluma de latn, es un misterio para m». O: «Mi aristcrata es furiosamente safista y sinti tal pasin por una prima que se fugaron juntas al Tirol u otro refugio montaoso, perseguidas en avin por los dos maridos. […] Para ser franca, quiero incitar a mi dama para ser yo la prxima que se fugue con ella«.
Y a su hermana Vanessa le escribe por esa poca: «Vita llega ahora para pasar dos noches conmigo a solas; L. se vuelve. No digo ms; porque Vita te aburre, el amor te aburre, te aburro yo y todo lo que tenga que ver conmigo, salvo Quentin y Angelica; pero ese ha sido mi destino desde hace mucho y es mejor enfrentarlo con los ojos abiertos. Sin embargo, las noches de junio son largas y clidas; las rosas florecen y el jardn est lleno de lujuria y abejas, que se mezclan en los macizos de esprragos«. Virginia incluso se pone celosa de Mary Campbell, la nueva amante de la escritora. «Mira, queridsima, qu hermosa pgina es esta y piensa en que, si no fuera por la Campbell, se podra llenar hasta arriba de indiscretos e increbles galanteos amorosos», le escribe. O «La seora Woolf tiene que leerse dos largas novelas y debera estar con eso ahora, en vez de garabateando a Vita, que est demasiado feliz y emocionada para atender, y tambin divinamente hermosa (y digo yo, qu llevas puesto, el vestido de lana con los perros morados?)». Con todo, su amor fue genuino. Vita le escribi a Harold Nicolson, su marido, que Virginia, aparte de su faceta intelectual, posea una naturaleza dulce e infantil, aunque nadie lo creera, salvo Vanessa y Leonard.
Los demonios de la locura
Sin embargo, el gran hallazgo que esconden estas cartas es el poder detenerse en los ltimos meses de vida de la escritora. Tras los grandes xitos de Al faro (1927), Orlando (1928) y Las olas (1931), novela que la consumi profundamente (-«Escrib Las olas solo con el deseo de hacer algo slido. Pero fue mucho ms duro de escribir que los otros-) la dcada de los 30 fue muy dura para Woolf, que en una carta a Ethel Smyth, escriba: «Como experiencia, la locura es tremenda, te lo aseguro, y no debe menospreciarse; en su lava an encuentro la mayora de las cosas acerca de las que escribo. Hace que las cosas salgan de ti forjadas, finalizadas, no en meras migajas como en la cordura. Y los seis meses -no tres- que pas en cama me ensearon mucho de lo que se llama una misma».
Adems, poco a poco su vida se fue llenando de muertes. Sus amigos Lytton Strachey y Roger Fry falleceran por causas naturales, pero su querido sobrino Julian Bell morira en Brunete tras haberse alistado en las Brigadas Internacionales: «Julian ha estado en Birmingham. Creo que es un error que vaya a Espaa, pero es mejor no decirlo. No creo que viera mis argumentos«, escribi a Gerald Brenan.
Paliando los desastres de la guerra
Querida Miss. Storm Jameson,
Me pregunto si el P.E.N. Club podra hacer algo para ayudar en el siguiente caso.
La seora [Mela] Spira es una refugiada juda de Viena. Ella y su marido lograron escapar a los pocos das del Anschluss. Me escribi de repente dicindome que era una escritora austriaca y que la recibiera. Vino a verme el otro da y todos los hechos que les estoy dando son los hechos que ella me cont.
Ha publicado dos o tres novelas en [Axxxtax] Viena. La primera gan el premio del Literarische Welt (Berln) y la segunda recibi el premio Julius Reub (?) Stifftung y fue traducida al italiano.
Me cuenta que recibi una carta muy apreciativa de Heinrich Mann al respecto. Actualmente trabaja como administrativa a tiempo parcial en Woburn House; al parecer, este es su nico medio de subsistencia, ya que su marido, que era abogado, ahora est matriculado como estudiante en el Courtauld Institute [of Art]. Lo que quiere hacer es que se le permita ensear alemn, o colaborar con algn escritor que necesite ayuda con investigaciones en archivos alemanes.
Envi una solicitud para que se le permita ensear alemn, pero el Ministerio del Interior la rechaz. Se me ocurri que posiblemente el P.E.N. Club podra hacerse cargo de un caso como este, y, si los hechos resultan correctos, intente que el Ministerio del Interior emita un permiso. La direccin de la seora Spira es: 13 Maitland Park Villas NW 3.
Disculpe que le moleste.
Atentamente
Virginia Woolf
Despus, la guerra llegara a la propia Gran Bretaa, que fue bombardeada sin pausa, como refleja Virginia intercalando sirenas y estruendos en sus cartas, que reflejan que escribi hasta el final. «Los bigrafos han intentado explicar su suicidio por las circunstancias de la guerra (ella no senta temor por su vida o su integridad fsica), por su desorden psictico (es la explicacin que da en sus notas de despedida) o por la sensacin de que no haba futuro ni una audiencia lectora, pero no podemos saber con certeza cul de estas causas tuvo mayor peso o si hubo otras que ignoramos», apunta Daz Pereda.
Lo que sabemos es que en marzo escribi a su hermana: «Siento que esta vez he ido demasiado lejos para volver de nuevo. Ahora estoy segura de que me estoy volviendo loca otra vez. Es igual que la primera vez, siempre estoy oyendo voces y s que ahora no me sobrepondr. […] Ya no puedo apenas pensar con claridad. Si pudiera, te dira lo que t y los nios habis significado para m. Creo que lo sabes. He luchado contra ello, pero ya no puedo seguir».
Y tambin, la definitiva carta a su marido, el 28 de marzo de 1941, antes de dirigirse al ro Ouse, meterse una gran piedra en el bolsillo, y arrojarse al agua. «Tengo la certeza de que me estoy volviendo loca otra vez: siento que no puedo soportar de nuevo otra de esas terribles pocas. Y esta vez no me recuperar. Empiezo a or voces y no me puedo concentrar. As que voy a hacer lo que me parece mejor. Todo lo que quiero decir es que hasta que lleg esta enfermedad fuimos perfectamente felices. Todo se debi a ti. Nadie podra haber sido tan bueno como lo has sido t, desde el primer da hasta ahora. Todo el mundo lo sabe». Y, tras profesarle su amor, termina con una posdata: «Destruirs todos mis papeles». Una peticin que, por suerte, Leonard Woolf no cumpli.