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Vox se instala en el insulto sistemático y atiborra el debate de tacos y groserías | España

by Marko Florentino
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María Pastor se ha dirigido varias veces al presidente del Gobierno con una expresión de tres palabras conocida por todo el mundo, pero que el decoro aconseja pronunciar lo menos posible. En octubre del año pasado, quien había sido candidata de Vox al Senado respondía así a un tuit de Pedro Sánchez, de forma que este pudiera leerlo: “Hijo de puta, vas a liberar a terroristas […]. Al final te ha votado Txapote, cabron (sic)”. No es un comentario aislado. En diciembre, Pastor volvió a insultarlo, con la misma mención a su madre, otra vez acudiendo directamente a él. En enero defendió que en la cabalgata de Reyes Magos en Sevilla se hubiera coreado ese insulto contra el jefe del Ejecutivo. “Pedro Sánchez, hijo de puta”, se reafirmaba.

El Ayuntamiento de Sevilla acaba de elegir a Pastor, que también ha insultado a otros políticos y periodistas, para dirigir la nueva “Oficina de Apoyo a la Maternidad”, una cesión del PP a Vox a cambio de los presupuestos que ha permitido al partido de Santiago Abascal presumir de haber puesto a una “compañera” al frente de un organismo antiabortista. EL PAÍS trasladó a Vox nacional y Vox Sevilla algunos antecedentes de Pastor y preguntó si la veían apropiada para un cargo público. No hubo respuesta. En cuanto a la nueva directora municipal, eliminó tuits ofensivos tras las preguntas de este periódico y restringió el acceso a su cuenta de X. Podría parecer la reacción propia de quien no quiere desentonar en una atmósfera de cortesía. Pero lo cierto es que, mirando la actividad de Vox, en realidad no debería tener motivos para esperar ninguna reprimenda de arriba. Porque en el tercer partido de España el insulto es moneda corriente.

Otras figuras de Vox con un perfil mucho más alto insultan con frecuencia y sin ningún disimulo posterior. Y no hay consecuencias. “Hay una banda de hijos de puta en el poder que echa a los españoles y se trae a musulmanes”, escribió en X el 2 de abril Hermann Tertsch para comentar una información crítica con el Gobierno. El europarlamentario ofrece con ello un ejemplo extremo de una creciente tendencia al insulto en las filas de Vox. Es una pauta que no se limita a llamar a Sánchez “traidor”, “corrupto”, “golpista”, “tirano”. Todo eso es ya rutinario, como la xenofobia o el desprecio a las víctimas del franquismo. Lo repasado en este artículo, solo con manifestaciones de abril —verbales o en redes—, indica que Vox se ha instalado un peldaño más arriba y recurre a un uso sistemático de la denigración, la ofensa malsonante, la grosería, la manipulación de nombres y adjetivos con efecto despreciativo, la presentación de los adversarios como enfermos o criminales.

“Psicópata descerebrado”, llama Vox al jefe del Gobierno en sus redes. “Psicópata” es un adjetivo habitual referido al presidente. Lo usa el líder de Vox, Santiago Abascal, que afirma que Sánchez es un “sátrapa” que “se ríe como un psicópata” mientras “disfruta de cada pandemia, de cada DANA, de cada guerra”. Al presidente andaluz, Juan Manuel Moreno, Abascal lo llama “Juanma Moruno” por destinar ayudas a extranjeros. “Moruno” es por “moro”, término despectivo para los musulmanes que la dirigente de Vox Rocío de Meer usa tal cual referido a un marroquí detenido en Almería.

El europarlamentario Juan Carlos Girauta compara a la ministra María Jesús Montero, por su forma de hablar, con Chiquito de la Calzada. A José Luis Rodríguez Zapatero lo llama “canalla”. Es otro insulto usual. Tertsch lo emplea contra Sánchez, el “canalla supremo”, al frente de sus “sicarios”. De haber estado en una “cárcel de Franco”, añade, Sánchez “habría engordado”, así de bien se estaba allí en comparación con las prisiones de Ho Chi Min, al que el presidente puso flores en Vietnam. Hay mensajes diarios en ese tono. Nunca se desautoriza ninguno.

Abascal y los suyos dan máxima credibilidad a las acusaciones contra el exministro José Luis Ábalos de haber pagado prostitutas con dinero público. Ante las críticas por su seguidismo a Donald Trump, el presidente de Vox afirma que el “verdadero arancel” es “gastarse el dinero público en putas como han hecho los partidos que están en el Gobierno”. Tertsch llama a la ministra y dirigente socialista Pilar Alegría, acusada sin pruebas de haber conocido una supuesta orgía con prostitutas en el parador de Teruel en 2020, la “Alegría del Parador”. También proclama que, si el PSOE expulsa a los puteros, el partido “se vacía”. “El mundo de las putas es socialismo puro”, afirma.

“Imbécil”, “rata”, “lelo”

Vox no es en absoluto la única razón por la que la política española no es un salón versallesco. Alvise Pérez llama “parásito” al ministro Óscar Puente y se permite preguntar a Alegría si su nombramiento como ministra se debe a su “vida sexual”. Varios grados por debajo, el alcalde de Badalona, Xavier García-Albiol, del PP, llamó en marzo “analfabeta” a María Jesús Montero. También en marzo, un compañero suyo, diputado del PP en las Cortes valencianas, José Ramón González de Zárate, comparó a varias líderes del PSOE con diferentes tipos de perra. Isabel Díaz Ayuso jamás retiró un “hijo de puta” a Pedro Sánchez leído en sus labios en la tribuna de invitados del Congreso en 2023. Al contrario, le dio alas con su famoso “me gusta la fruta”. El ministro Óscar Puente, del PSOE, fue acusado por el PP de “machismo” por referirse hace un año al novio de Ayuso como “testaferro con derecho a roce”.

Santiago Abascal, presidente de Vox, y Pepa Millán, portavoz parlamentaria del partido, en un pleno en el Congreso en marzo.

Pero por intensidad, continuidad y número de voces, Vox “juega en otra liga”, en palabras de José Luis Martí, profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Pompeu Fabra, que investiga el impacto de las nuevas tecnologías sobre la democracia. “No es que en los demás partidos todos sean duques, pero Vox y toda la extrema derecha europea, y diría que mundial, coinciden en un plan para empujar el debate público en esa dirección”, añade Martí, que recuerda que ya en 2017, cuando montó The Movement para coordinar a fuerzas de extrema derecha, el teórico trumpista Steve Bannon defendía una estrategia de máxima beligerancia en el lenguaje.

Dentro de Vox, Tertsch es el más desenfrenado. De Patxi López dice que es conocido como “el hijo lelo de Lalo”. A Pablo Iglesias lo llama “imbécil”. Como europarlamentario que es, Tertsch tiene vocación internacional. Al presidente francés, Emmanuel Macron, lo pone de “majadero”. Las faltas de respeto no se limitan a los rivales políticos, también se dirigen contra periodistas y medios. ¿Algunos ejemplos? Ha hecho fortuna llamar a Silvia Intxaurrondo, de TVE, “Silvia Intxahurraco”. Girauta dice que la agencia EFE se llama así por “felatrices”, afirma que la audiencia de un programa de Cuatro tiene un “alto índice de gilipollas” y escribe que La Vanguardia es “una mierda de medio parasitario”. Tertsch llama “rata” a uno de los periodistas del rotativo catalán. David Broncano es un “bufón”, dice el parlamentario andaluz Ricardo López de Olea. Para Tertsch, el cómico con programa en TVE es “gentuza”. Vox no ha respondido a las preguntas de este periódico.

Martí, de la Pompeu Fabra, cree que atiborrar el debate de insultos y tacos está lejos de ser anecdótico, o meramente relevante en el plano formal. Al “deteriorar la esfera pública”, esta conducta forma parte de la “tormenta perfecta” que atraviesan hoy las democracias, afirma. “Hay una parte de la población, sobre todo joven, que se informa por redes y acaba creyendo que la política es algo en lo que está permitida la falta de respeto y no cabe el debate veraz y argumentado”, afirma el investigador, que sostiene que ello redunda en una “futbolización” de las adhesiones partidistas. La solución, insiste, no es “prohibir”, respuesta que agudiza el “victimismo” de la extrema derecha, sino criticar con argumentos y dar alternativas.

A Pablo López-Rabadán, director del Grado de Periodismo de la Jaume I de Castellón, no le sorprende que Vox “encabece” la tendencia al insulto, pero señala que se trata de un fenómeno que afecta al conjunto de la política española. “La intensidad de la polarización aterriza en un discurso cada vez más duro, donde el insulto se ha normalizado. Y las redes sociales contribuyen a que haya excesos”, señala López-Rabadán, autor entre otros de una trabajo sobre el uso de Telegram por parte de Vox y que actualmente investiga las campañas en redes sociales en las últimas generales.



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