En 1891, encontrar vida extraterrestre era facilísimo. A la viuda multimillonaria Anne Émilie Clara Goguet se le ocurrió ofrecer a través de la Academia de Ciencias francesa una recompensa de 100.000 francos a quien se comunicara por primera vez con otro mundo… siempre que no fuera Marte, porque era demasiado fácil. También lo veía muy fácil el magnate del periodismo William R. Hearst, que envió un telegrama a un conocido astrónomo: «Telegrafíe inmediatamente 500 palabras sobre la posible existencia de vida en Marte». A lo que el astrónomo contestó: «Lo ignoramos»… repetido 250 veces.
En 1924, los científicos intentaron persuadir a todas las estaciones de radio de EEUU para que apagaran sus transmisiones durante el año de máximo acercamiento a Marte, para poder escuchar con claridad las conversaciones marcianas. Y está claro que algo esperábamos cuando la tripulación del Apolo 11 dejó en la Luna el mensaje: «Aquí, unos hombres procedentes del planeta Tierra pisaron por primera vez la Luna en julio de 1969. Vinimos en son de paz en nombre de toda la humanidad». Casi un siglo después, seguimos esperando noticias y, en la Tierra, no sólo no ha cundido el desánimo, sino que parece haber vuelto la extraterrestremanía, justo cuando la NASA acaba de anunciar que ha descubierto posibles rastros de vida –antigua, eso sí– en Marte.
Pixar ha elegido temática galáctica con Elio este 2025. Steven Spielberg saca otra de ovnis para 2026, y Ridley Scott vuelve con Alien en 2027. En Venecia, Emma Stone la lio con la presentación de Bugonia, en la que interpreta a una ejecutiva farmacéutica secuestrada por dos jóvenes que la acusan de ser una extraterrestre que intenta destruir la Tierra. «Lo reconozco y lo digo: creo en los extraterrestres. ¿Cómo sabéis que yo no soy una?», soltó Emma Stone a la prensa, y rescató una reflexión del astrónomo Carl Sagan: «La idea de que estemos solos en este vasto universo en expansión es bastante narcisista».
En su novela Contacto, Sagan expone el absurdo de tanto espacio vacío. «Pero, ¿en qué punto damos por hecho que al universo le apetece que haya más vida?», le responde Miguel Ángel Sabadell, licenciado en Astrofísica por la Universidad Complutense de Madrid, y doctor en Física Teórica por la Universidad de Zaragoza. «No tiene por qué ser su destino final. No tiene por qué ser un imperativo cósmico. ¿Porque estamos nosotros? Podemos ser un simple efecto colateral en unas condiciones extraordinarias de organización de la materia. El universo no es teleológico hacia la vida. No tiene obligación de que aparezca vida. Estamos dando por hecho que al universo le apetece que haya vida. El universo es como es, y no como a ti te gustaría que fuera, y no es narcisista pensarlo. Los que dicen que vivimos en un universo lleno de vida, lo que tienen es miedo a estar solos en el universo. Es una postura emocional, es un ‘No me gustaría que estuviéramos solos’, que no te apetece, o no lo consideras emocionalmente satisfactorio».
Aunque a medida que los terrícolas vamos siendo conscientes de nuestra pequeñez en el Universo, se van disparando los believers. El año pasado la revista Nature Astronomy entrevistó a 1.000 científicos, la mitad de ellos astrobiólogos, y el 58,2% veía probable la existencia de vida inteligente fuera de la Tierra. Otra encuesta entre los lectores de Muy Interesante realizada en 2006 elevaba la cifra hasta el 70%. Mientras que en una encuesta publicada en 2024 por la Fundación BBVA, el 30% de los españoles no sólo creía que los extraterrestres existen, sino que ya nos habían visitado.
Con En busca de vida fuera de la Tierra. Hipótesis científicas sobre la vida en el universo y el misterio de su ausencia (Pinolia), Sabadell expone que, al mismo tiempo que somos más conscientes de nuestra pequeñez, también somos más conscientes de nuestra rareza. «Vida simple puede haber, a nivel bacteriano, a nivel unicelular, porque sabemos que la vida a ese nivel es muy robusta. Encontramos bacterias viviendo en ácido sulfúrico, en los reactores nucleares. Otra cosa es que haya vida inteligente, porque las condiciones son mucho más estrictas, y me parece cada vez más complicado».
Un repaso rápido. Necesitamos agua, pero no un mar entero que impida que se construya tecnología; necesitamos una estrella cerca del centro de su galaxia, con unos niveles de radiación soportables. Quizá también un planeta cercano como Júpiter, con la masa justa y a la distancia correcta que nos barra los asteroides y evite extinciones masivas. Y un satélite grande como la Luna, que mantenga el eje del planeta estable, sin variaciones caóticas en el tiempo, y con una sucesión regular de estaciones durante millones de años. «Es que no somos conscientes de que el universo no es amigable al ser humano. Nosotros estamos aquí porque tenemos una capa que llamamos atmósfera, y que nos protege de los peligros que hay en el espacio exterior», explica Sabadell.
«Si suponemos que la vida surgió por azar no nos queda más remedio que aceptar que es un fenómeno muy, muy raro»
Pero unas buenas condiciones tampoco son suficientes. Luego está la teoría de la sopa primigenia, que sostiene que la vida se originó a partir de una serie de moléculas orgánicas producidas por la reacción química de elementos presentes en la atmósfera (amoniaco, metano e hidrógeno) al entrar en contacto con el agua del océano aún caliente, y bajo la acción de los rayos del sol. Otra idea es que parte de esos compuestos orgánicos llegaron a lomos de asteroides. «¿No resultaría irónico que seamos extranjeros en nuestro propio planeta?», se pregunta Sabadell. La idea de Panspermia, que significa semillas en todos lados o vida ubicua, ya fue formulada por Jöns Jakob Berzelius en 1834. «Si suponemos que la vida surgió por azar no nos queda más remedio que aceptar que es un fenómeno muy, muy raro; o bien, podemos pensar que algo se nos escapa, alguna propiedad de la materia que permite que la vida aparezca de manera rápida y sencilla».
Y luego está el problema de la evolución. «Los homínidos aparecieron por culpa de un movimiento tectónico en el que las selvas se convirtieron en sabanas y tuvieron que bajarse de los árboles. La desaparición de los dinosaurios permitió que los mamíferos dominaran. Si no llega a caer un meteorito quizá habría un dinosaurio inteligente respondiendo a estas preguntas».
Lo único que podemos sacar en claro de toda esta polémica es que no sabemos muy bien cómo buscar vida en entornos diferentes a la Tierra. Por una razón muy simple: «No sabemos lo que hay que buscar», resume. «Nuestra única referencia es la vida que hay a nuestro alrededor, pero quién nos asegura que la vida extraterrestre tenga que parecerse a la nuestra».
–¿Y si la vida es una IA y, como afirma el filósofo Nick Bostrom, los humanos somos la simulación de un superordenador creado por una inteligencia superior?
–Pero eso no te soluciona el problema del origen de la vida. Antes era Dios, ahora lo hemos cambiado por un superordenador. Y asumimos más lo del superordenador porque culturalmente es nuestro. Estamos viviendo nuestro propio mito cultural y tecnológico. En el siglo XIX los extraterrestres viajaban por el universo utilizando globos de aire caliente porque era la tecnología que tenían. O los que dicen que nos visitaron los extraterrestres en épocas pasadas porque una imagen parece un cosmonauta actual. Lo que estás haciendo es proyectar tu cultura sobre lo que estás viendo.
«Nuestra única referencia es la vida que hay a nuestro alrededor, pero quién nos asegura que la vida extraterrestre tenga que parecerse a la nuestra»
Sagan proponía que había millones de civilizaciones en nuestra galaxia, lo que dio lugar a la paradoja del físico Enrico Fermi, quien tras unos cuantos cálculos llegó a la conclusión de que, si los ET existieran, ya deberían habernos visitado hace tiempo y varias veces. Entonces, ¿por qué no los hemos visto? ¿Debemos concluir que no existen? Para Robert A. Freitas Jr., experto en nanorobots e investigador del Institute for Molecular Manufacturing de California, decir eso es un error. Y para ilustrarlo pone el ejemplo de los lemmings. Cada hembra tiene tres camadas al año de alrededor de ocho crías. Eso quiere decir que, en pocos años, su masa podría ser como la de toda la biosfera del planeta, es decir, la Tierra tendría que estar plagada pero, aquí en España, no los vemos, por lo que deberíamos concluir que no existen. Para Freitas, el error del razonamiento de la paradoja de Fermi descansa en dos premisas: la primera es que, si existen los alienígenas, deberían estar aquí. La segunda, que, si están aquí, deberíamos verlos.
Una posible explicación es que no hayan llegado porque el viaje espacial es inviable por tecnología o por su duración. Quizá toda la vida inteligente está condenada a vivir hasta su extinción en su microcárcel planetaria. Hemos pensado en la criogénesis, pero aún no sabemos cómo congelar a seres de sangre caliente y resucitarlos. Además, ¿quién ha dicho que los extraterrestres deban tenerla? Tampoco hay razón alguna para creer que la esperanza de vida de los alienígenas sea parecida a la nuestra. ¿Por qué no pueden vivir 3.000 años? En el universo, propone Sabadell, podrían existir seres como los señores del tiempo de la longeva serie de ciencia ficción británica Doctor Who, una raza que ve todo lo que es, lo que fue, lo que será y todo lo que podría ser en el tiempo y en el espacio. Por desgracia, contactar con ellos sería imposible: ni nosotros seríamos de su interés.
Pero ahí seguimos, buscando. Enviando sondas. Y rastreando el universo con radiotelescopios. «La probabilidad de tener éxito buscando extraterrestres es difícil de estimar, pero si nunca buscamos, las posibilidades de éxito son cero», resuelve Sabadell.
A Arthur C. Clarke, autor de 2001: una odisea en el espacio, que hubiera humanoides en otros planetas le parecía una idea ridícula: «En ningún lugar de la galaxia hay criaturas que confundiríamos con seres humanos, excepto en una noche muy oscura». Algo que el prestigioso antropólogo Loren Eiseley expresó de forma muy elocuente: «En ningún lugar del espacio, ni en un millar de mundos, habrá hombres con los que compartir nuestra soledad. Puede haber sabiduría, puede haber poder… pero en la naturaleza de la vida y en los principios de la evolución tenemos nuestra respuesta. Hombres, en algún lugar y más allá, no habrá ninguno jamás».
