Yo no soy fan de Oasis, pero voy a ir a verlos. Creo que su reunión no aporta nada musicalmente y que han sucumbido a la comodidad marketiniana de los aniversarios redondos. Y me da que me van a decepcionar otra vez. Pero allí estaré. En el primer concierto de Cardiff, a poder ser. No para atiborrarme de nostalgia, ni para hacer karaoke, ni para vivir un espejismo de los 90. Tampoco para decir que yo estuve allí. Eso son ordinarieces. Voy a ir por una cuestión emocional. De familiaridad y gratitud. De códigos. Porque en el fondo los quiero a estos malditos Gallaghers. Porque hay un puñado de canciones de Oasis que me cambiaron la vida, o que me levantaron del suelo cuando estaba noqueado y enfermo. Que me dieron aliento. Y porque abjurar de lo que uno fue es tan inútil como deshonesto, como dice Ximo Bonet.
Liam y Noel saben que ya no les queda rastro de ese descaro insolente que los catapultó con el soberbio Definitely Maybe y los encumbró con (What’s the Story) Morning Glory?. También saben que lo más desafiante que van a ofrecer en su gira de regreso es la duda de si se volverán a pelear antes de terminarla o no. Y saben que sin canciones nuevas que den el nivel no hay futuro más allá de la mermelada de frambuesa de la morriña. Y yo también lo sé, lo que pasa es que entre ellos y yo hay algo personal. Su expiación es la mía. Su catarsis es mi catarsis. Y su reconciliación es nuestra reconciliación, la de todos, porque viene a demostrarnos que nada es imposible. Si Liam y Noel han vuelto, ¿cómo no vas a poder volver tú con el amor de tu vida?
Yo no soy fan de Oasis. No lo soy desde hace al menos 20 años, pero lo fui durante toda mi adolescencia. Y vaya si lo fui. Como pocos. Tuve hasta el último single que editaron en su época heroica, hasta el último concierto pirata que circulase alguna vez por los mercadillos y luego por Napster. Hasta la última revista o la última biografía no autorizada. Los libros de fotos. Los posters oficiales y los del NME, las portadas de Mojo, los especiales de Uncut o Q. Peregriné por ellos.
Su vuelta tiene algo de terapia colectiva. Ésta es la parábola de los hijos pródigos de la Gran Bretaña, mancunianos de sangre irlandesa y boca gigante, los tipos más ingeniosos y descacharrantes que hayan dado las islas desde Churchill. O desde Oscar Wilde. Cazurros y magnéticos a partes iguales, nadie ha brindado más titulares ni ha insultado mejor que estos dos working class heroes sin filtros y sin caretas. Hooligans y bombásticos, sí. Pasados de vueltas y de cocaína, también, pero con toda su verdad a cuestas. Siempre de frente. Un poco como Maradona, pero con más gracia aún, si cabe.
Yo fui fan de Oasis, pero luego el hechizo se me fue como me vino. Muchas cosas las regalé entonces, incluso camisetas de la época que ahora supongo que costarán tanto como una entrada para Wembley. Abrí los ojos y renegué, con razón, de todo lo que hicieron desde el 97. Se volvieron ramplones y fofos. Se les apagó de golpe la inspiración. Pasaron de invencibles a autoparódicos, de extáticos a estáticos. De dominar el mundo a cumplir la caricatura hiriente que los rebautizó como Oasis Quo.
Lo de 2025 no va a ser muy diferente, ya aviso. Desapasionadamente, no hay casi ninguna posibilidad de que sea algo memorable. Pero el desapasionamiento es cosa de contables, de fiscalistas y de fans de Arde Bogotá.
Me temo lo que me temo, pero con todo este hype y toda esta euforia del hermanamiento recobrado de los Gallaghers me he vuelto a acordar de por qué hubo un día en que ellos y yo nos creíamos por encima del bien y del mal. Y me he visto a mí mismo con 17 años quemando el The Masterplan en un discman gris con auriculares negros. Escuchando Fade Away camino de la quimioterapia. O de vuelta. Cuando sonaba esa canción me sentía invencible. Podía ir por la calle como abstraído, como en una burbuja de molonez, llevándome por delante a cualquiera que se pusiese en mi camino como Richard Ashcroft en el videoclip.
Ahora todo eso lo veo entrañable y bastante naif, claro, pero era de verdad. Noel y Liam eran de verdad. Yo no soy fan de Oasis, pero voy a ir a Cardiff. Creo que se lo debo. No es nostalgia, es justicia poética. Su desquite es mi desquite.