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el ejemplo inglés, por Fernando R. Lafuente

by Marko Florentino
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Cuando se trata de contar su propia historia, el Reino Unido es imbatible. Bien cuente lo bueno, bien cuente lo malo, bien lo cuente en una amplia gama de tonos grises. Ni la historia contada en blanco, ni la historia contada en negro. Recordaba Benedetto Croce que «toda historia es historia contemporánea». Cierto, cada generación escribe, o reescribe, o interpreta, o analiza, o, sin más, cuenta, desde un tiempo y un lugar, la historia. Nada nuevo. La cuestión es cómo se cuenta. Los hechos son insoslayables, los documentos acreditan las acciones cometidas, los personajes no son ficción, los testimonios desvelan nuevos descubrimientos, las investigaciones se adentran en territorios hasta entonces inexplorados. Es lo que Peter Burke denominó la Historia total, aquella que abre su ámbito de trabajo a los más diversos aspectos de las sociedades, desde la política a la vida cotidiana. 

Claro que existen sesgos. El más inquietante es el ideológico. Las ideas, sin embargo, siempre estarán presentes. Las perspectivas desde las que enfrentarse a un determinado capítulo del pasado. Las ideas son esenciales, inevitables; las ideologías, irritantes. Claro que no hay objetividad pura y dura. Ya lo advirtió el sociólogo francés Jean Baudrillard: «Si quieres ser objetivo, conviértete en objeto». Pero no parece demasiado posible. Aunque con eso llamado inteligencia artificial, tal vez se alcance, entonces sí que habrá que preocuparse.

La Historia de España en el cine es una asignatura pendiente. Películas que tratan la historia española en el cine hay un montón, buenas, malas y regulares. Como siempre. Aun cuando la comparación sea, por lo general, peligrosa, como ocurre con la gastronomía. Si alguien solo ha probado un plato estará tan contento, pero como un día compare ese plato con otro de parecida elaboración y le resulte formidable, hay una jerarquía, en nuestro caso, se trata de creaciones artísticas. La clave es cómo convertir la historia propia en una industria cultural. Y es ahí donde el ejemplo inglés brilla con una luminosidad extraordinaria. 

Existen hoy pocas naciones que hayan construido una historia tan llena de acontecimientos como la española. Uno no habla de grandeza, ni de miseria, uno habla de acontecimientos sucedidos, después que cada uno lo cuente como bien pueda. Sin duda, Inglaterra forma parte de ese pequeño club; se le acerca Francia, al menos como antiguas naciones europeas. Comprender lo sucedido no es aceptarlo, es comprenderlo, explicarlo, contarlo, trabajar con el pretérito imperfecto. Un maestro, sin salir de Inglaterra, que marcaría este entronque con la Historia y la ficción fue sin duda Shakespeare.

«La transformación de la Historia en industria cultural es también la imagen de tal nación a los ojos de la comunidad internacional»

Para no extenderse en una mera relación filmográfica (y televisiva, honor a las series), viajemos al siglo XX del Reino Unido. A bote pronto, la memoria inmediata (si existe) a uno le recuerda Carros de fuego (1981), The Queen (2006), El discurso del Rey (2010), Dunkerque (2017). En el plano de la sociedad británica, además de algunas buenas películas de Kean Loach en el reflejo de las clases populares, ya metidos en el territorio de las series, Arriba y abajo (1971), Calderero, sastre, soldado, espía (1979), Retorno a Brideshead (1981), Los hombres de Smiley (1982, continuación de Calderero…), Downton Abbey (2010). Meros ejemplos que traslucen la complejidad de la vida contemporánea en la pantalla, sea grande o pequeña. La transformación de la Historia en industria cultural tiene otro elemento esencial: la imagen de tal nación a los ojos de la comunidad internacional. Una manera de incorporar en otras voces y otros ámbitos las características, anhelos, sueños y modelos de vida de la sociedad retratada. 

Valga una serie de éxito mundial que resume todo lo anterior y que aborda un asunto de elevadas dosis de complicación histórica, política, social y cultural a la hora de llevarla al territorio del cine o, en su caso, de la televisión: The Crown (2016). La sutileza, el detalle, el sentido, la sensibilidad, el atrevimiento, la caracterización de los personajes (reales, si vale, en los dos sentidos del término), los escenarios, el pacto de ficción, el contraste entre la imagen y la percepción, es decir cómo se mantiene una imagen pública impecable y se crea la percepción del público sobre la Monarquía, los vaivenes entre los conceptos de lealtad y familia y de identidad y autonomía y, por no seguir, el debate, tan maravillosamente contado, entre la tradición y la modernidad.

Fue el gran escritor y crítico Carlos Pujol quien, alguna vez, señaló que lo curioso del Reino Unido es que sabía mantener lo que se debía mantener y modernizar lo que era necesario modernizar y cómo en España se solía hacer lo contrario, se modernizaba lo que no había falta y lo que hacía falta modernizar se mantenía. Si esto lo llevamos a nuestro asunto, en fin. 



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