Mientras sigue supurando la mierda de los presuntos puteros, chorros y sinvergüenzas con los que Pedro Sánchez se conjuró para llegar a la cúpula del PSOE y, posteriormente, al Gobierno de España, los socialistas empiezan a mover ficha para mover, a su vez, la silla a Sánchez. ¡Quién los ha visto y quién los ve!
El, hace apenas unas semanas, todopoderoso e incontestado Sánchez manejaba con destreza y simultáneamente varias pistas del circo mediático. ¡Bulo, fake news y fango! Sánchez cabalga… y era capaz el presidente del Gobierno de llevar la iniciativa de la agenda informativa y mediática del país. Se sacaba un conejo de la chistera por aquí y lanzaba un globo sonda por allá, pero decidía los temas sobre los que giraría la actualidad, ya fuesen favorables o no a su acción y opinión. En ocasiones, una buena polémica artificial ocultaba un conflicto entre Gobierno y socios, o una contradicción enorme entre lo dicho y lo hecho, que en eso Sánchez se ha demostrado un maestro.
Sin embargo, la santísima trinidad Koldo-Ábalos y el «espíritu Santos» han dado un vuelco a la situación: el PSOE está abatido, desconcertado. Han pillado por sorpresa a su «señor Lobo», Santos Cerdán, que resultó ser más bien un lobo con piel de cordero, y han dejado a Pedro Sánchez al borde del abismo, soñando con los ecos de los gritos de «¡dimisión, dimisión!» que le persiguen de día, en la calle, y de noche, en sus peores pesadillas (¡Mucho peores que cuando Pablo Iglesias le provocaba amnesia, dónde va a dar!).
Ya no es capaz Sánchez de manejar un circo con varias pistas, con fieros independentistas en una, un Poder Judicial decidido ya a ir al choque en otra, los casos de corrupción que acechan a familiares amigos y compañeros, en la de más allá, y un largo etcétera de situaciones y evidencias de lo más adversas. El director de escena Sánchez las llevó con pulso firme, mientras ataba en corto, también, las riendas del PSOE. Pero ahora su castillo de naipes se viene abajo. No es capaz de controlar el «circo chino de Pedro Chánchez» que le devora a diario. Y sus compañeros de partido son conscientes de ello.
El presidente pretende resistir, esperar a que la Justicia coloque corruptelas y delitos presuntamente cometidos en el pasado por el PP y su entorno en el banquillo de los acusados, en los inicios del próximo año, por ver si refrescando la memoria del electorado e invocando de nuevo el «que viene la derecha del brazo de la ultraderecha» vuelve a lograr un resultado digno y, ya puestos, provechoso, de cara al futuro. Está pensando en cambios, en nombres y en actuaciones.
«El problema de Sánchez es que ya solamente él parece estar convencido de que la debacle que se le viene encima se puede revertir»
Mira a sus socios, que le siguen sosteniendo, sí, pero sin convicción, más centrados en acometer una última transacción antes de que se les acabe este escenario favorable. Mira también a Salvador Illa, el primer secretario del PSC y presidente de la Generalitat de Cataluña, porque piensa que, además de apoyar su liderazgo, el PSC puede ser cantera de la renovación que tiene que acometer en el PSOE.
El problema de Sánchez, sin embargo, es que ya solamente él parece estar convencido de que la debacle que se le viene encima se puede revertir. Perdida la iniciativa del relato, el control de los acontecimientos y la agenda, el miedo y el culto al líder que se despachaba hasta hace poco entre la parroquia socialista se ha disipado en buena medida. A muchos de los que fueron sus más fieles esclavos, lacayos y siervos se les ve alargar el cuello, a modo de periscopio, por ver si encuentran una tabla de salvación a la que asirse… pero otros otean el horizonte buscando un sucesor a Sánchez.
Los más veteranos del felipismo ven en Emiliano García-Page el hombre que, previa travesía en el desierto del PSOE, podría reconducir el partido hacia sus esencias, pese a que el propio Felipe González airease que Eduardo Madina fue y sigue siendo su «candidato», con el consiguiente alboroto generado, puesto que Madina no está por la labor. Hay movimientos subterráneos de barones como el asturiano Barbón y de exbarones, como el madrileño Juan Lobato, pero nadie o casi nadie los toma en serio. Lo que sí parecen tener claro es que, sea cuestión de un mes o de un año, el circo chino de Chánchez no da mucho más de sí.