Manuel Ruiz de Lopera ha muerto en Sevilla a los 79 años. Un presidente difícil de olvidar para el Real Betis, cuyo estadio llevó su nombre y bajo su mandato jugó dos finales de Copa del Rey, una ganada frente a Osasuna en 2005, otra perdida en 1997 frente al F.C. Barcelona, y una clasificación para Liga de Campeones, primera y última de su historia, en la temporada 2004/05.
En la víspera de Reyes, Manuel Ruiz de Lopera fue ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos de la clínica Santa Isabel de Sevilla. La causa: una diverticulitis grave, que no era la primera vez que padecía, y que tenía que ser tratada de inmediato. Este sábado falleció, según adelantó la Cadena Ser.
Con la ciudad volcada en la cabalgata, muchos béticos le mandaron fuerzas y recordaron cuando Don Manué encarnó al rey Baltasar en las navidades de 1993. «Le pido a Baltasar, a los otros dos Reyes Magos y al Señor de Sevilla, el Gran Poder, que el Betis esté la próxima temporada en Primera División». Su deseo fue concedido.
Para entonces, Lopera ya era un personaje fundamental en la cultura futbolística de la capital andaluza. Sin ser presidente del Real Betis, cargo que asumió en 1996, ya era el referente institucional del club verdiblanco.
«Reinaldo, mira: necesito aproximadamente… 800 millones de pesetas en 25 minutos. El Betis no puede morir porque sería una alegría para mucha gente. Y yo ese disgusto no se lo puedo dar a la afición del Betis que para mí es la más grande del mundo. ¡Ponme una transferencia a la mayor brevedad posible!», era su parte del guion en un teatrillo grabado en vídeo en el que él era el absoluto protagonista.
Fue un 30 de junio de 1992. Las sociedades anónimas deportivas hacían su aparición en el fútbol español y el Real Betis estaba en una situación comprometida. Lopera se grabó como un héroe, asumiendo con la empresa Farusa los casi cinco millones de euros actuales que le faltaban al club para lograr su conversión jurídica. Así eran sus formas. Populismo, beticismo y funambulismo legal.
Rey del barrio de El Fontanal, donde vivió hasta el día de su muerte, Manuel Ruiz de Lopera y Ávalos (Sevilla, 13 de agosto de 1944) fue parte de esa estirpe extinta de presidentes que en los noventa convulsionó, no siempre para bien, el fútbol español. El bético, junto a Augusto César Lendoiro, José María Caneda, Joan Gaspart o Jesús Gil, llenaron horas de televisión y de radio en torno a la actualidad futbolística, a veces opacando el desempeño sobre el césped de sus propios equipos.
Lopera hizo su fortuna vendiendo electrodomésticos a plazos. Si los clientes incumplían, él se quedaba con sus propiedades. Siempre vivió de las rentas de esos inmuebles. Locales comerciales, naves y viviendas. De su casa de la calle Jabugo saltó a las oficinas del Real Betis, que siempre fue el club de su corazón. Y lo hizo a lo grande.
Discursos encendidos, fichajes impensables para la época, como el de Denilson, y un paternalismo casi enfermizo con los futbolistas. Aún se recuerda en la ciudad la fiesta de Halloween que organizó Benjamín Zarandona en su chalé y al que fue toda la plantilla del Betis. Hasta allí fue Lopera de madrugada, acompañado por Juande Ramos, por entonces entrenador, para reñir a sus jugadores en mitad de un salón donde sobraba el alcohol.
Pese a los reveses judiciales y a salir por la puerta de atrás del Real Betis, en parte de la afición queda el regusto de un presidente pasional, excéntrico y divertido. Del bote de melocotones en almíbar en el que un bético llevaba al estadio las cenizas de su padre al exilio de Joaquín en el Albacete o aquel «estábamos en la UVI» que traspasó fronteras.
Lopera fue parte de un fútbol menos profesionalizado y controlado que el de ahora. Con demasiado espacio para el exceso, para el trapicheo y para el folclore. El club de las trece barras recuerda a un presidente único, que construyó tanto como destruyó, pero que siempre sintió los colores de una forma desaforada y ruidosa. Jesús del Gran Poder, Real Betis Balompié y el adiós a un hombre que muchos quisieron imitar, pero al que pocos le cogieron el tono.