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Cómo el «electroshock» de Trump a Europa puede salvar la opa del BBVA

by Marko Florentino
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EL presidente francés, Emmanuel Macron, último exponente de talla de una generación de políticos resilientes a cualquier adversidad –nótese que he dicho de talla– ha visto en la jugada sobre Ucrania de su homólogo norteamericano, Donald Trump, un viento fuerte que puede llevarle finalmente a su sitio en la historia. No es Francia precisamente cuna de líderes blandengues ni Macron alguien que acepte fácilmente su propia leyenda negra pudiendo cuajar una dorada.

«Electroshock» ha sido la palabra elegida por Macron para referirse a la acción de Trump sobre Europa, que pasa por sus conversaciones con el presidente ruso, Vladimir Putin, y Ucrania como ayer eran los aranceles y anteayer la política migratoria. El presidente galo sabe que se están moviendo las fronteras de Europa, y no está dispuesto a que Italia ni mucho menos el Reino Unido se pongan a dibujarlas antes que él. En eso de la grandeza y el mirar de frente a la Historia, Francia sabe bastante, como tampoco olvida que si la Unión Europea es hoy el área de descanso global que es se debe en buena medida a la falta de ambición de potencias como la francesa.

La UE ha leído perfectamente el mensaje norteamericano de que el atlantismo toca a su fin y que en cuestiones de defensa lo que viene es un diplomático «que cada palo aguante su vela». Por eso la presidenta europea, Ursula von der Leyen, dice por la derecha que los poderes de Europa están en el Consejo, al tiempo que por la izquierda esparce la idea de que hay que congelar la ortodoxia fiscal para emprender cuanto antes las reformas e inversiones que hacen falta. Superar las reticencias de los halcones europeos, con los Países Bajos a la cabeza, no es moco de pavo, pero no le queda otra si no quiere ir llamando ya al artista realista que dibuja los cuadros para el ‘hall’ de los expresidentes de la Comisión Europea.

Trump ha encontrado en la política del amago y tentetieso la eficaz espuela para acabar con el trote cochinero europeo, donde todo se somete al juicio sumarísimo de la regulación antes de matar de aburrimiento cualquier iniciativa que se precie, por valiosa que sea. Europa, y aquí España es un fabuloso exponente, está sometida a la soberbia de los apaciguadores, una mezcla entre los «diplomáticos aficionados», a los que Hitler supo tomar el pelo para que dulcificaran su imagen, y «los diez mil de arriba», que terminaron con el nazismo devorándolo desde dentro a base de frivolidad e indolencia.

Cada uno tiene sus razones para apuntarse a la parte equivocada. Nadie ha sido capaz de frenar a Putin en su invasión de Ucrania y ahora Trump ha encontrado otro comodín para darle venta a las empresas americanas cuestionando impuestos como el IVA, que paga todo hijo de vecino.

Europa necesita gigantes corporativos y menos tratados pavonados de buenismo sobre el peligro de las concentraciones. En un mundo global solo hay peces grandes. Ahora empiezan a intuirlo las autoridades de Competencia y la propia Von der Leyen, que ha tenido que llamar a Enrico Letta y a Mario Dragui para que le digan lo que resulta obvio. Así no se puede seguir ni un minuto más.

Ese globalismo ha originado un efecto mariposa que puede terminar en viento de cola para los planes de Carlos Torres y el BBVA cuando más lo necesitan. A ver quién es el guapo del Gobierno que desmonta ahora la tesis de un banco más grande y musculoso para una Europa más vigorosa y competitiva. Sobre todo cuando está en juego soltar el helicóptero de deuda pública para seguir haciendo política hasta el infinito y más allá.

Este inesperado giro de los acontecimientos se produce cuando Josep Oliu y el Sabadell estaban construyendo la defensa del «bienestar social de la banca», para hacer pedagogía entre las autoridades y opinión pública de que las Comunidades autónomas son muy importantes y que las partes pueden pesar más que el todo en la geometría territorial. Un revés que difícilmente podrá reparar el Banco Central Europeo si la disyuntiva es banca doméstica o actores globales.

Qué decir de lo ocurrido en Talgo, donde los jeribeques del Gobierno para contentar a sus socios de legislatura puede terminar a la larga –o no tanto– con la internacionalización definitiva de una compañía estratégica como el fabricante de trenes español, vetada hoy para húngaros, polacos e indios, y entregada, de momento, a bajo precio a un conglomerado vasco en una partida con cartas marcadas. Porque si bien el precio pactado al final son los famosos cinco euros ofrecidos por los húngaros -por recomendación vía Óscar Puente-, la trampa está en la parte variable que Sidenor sube a 0,85 euros para redondear la cifra, eso sí, condicionada a lograr resultados –que ya tendrán a bien contarnos cuando deseen y quién deseen–. ¡Todo por la SEPI!… perdón, ¡… por la patria!

El tablero mundial está patas arriba y España tiene una oportunidad de oro para jugar la gran partida. Ahora hace falta que salgamos de debates estériles sobre politiqueo y salarios mínimos y se trabaje con rigor para que se hable de política de verdad y sueldos máximos en una carrera de competencia feroz y global.



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