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El Gobierno del caos, por Luis Antonio de Villena

by Marko Florentino
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Podemos ir al origen griego: «Caos» significa confusión, desorden. Y de ahí se extiende (cito a la RAE) a comportamiento errático e impredecible. Lo opuesto a «caos» es «cosmos», que en su origen es orden, armonía.  Hablo de la España política, del Gobierno actual y de sus ramificaciones. Como no me considero, si se me permite decirlo, de derechas ni de izquierdas, rótulos cada vez menos exactos, más imprecisos, me gustaría intentar un análisis de nuestro, en apariencia caótico ahora, intentando (no es fácil) prescindir de preconcebidas anteojeras. ¿Si uno crítica al Gobierno, quiere decir que aplaude, sin más, a la oposición? En absoluto. La oposición comete torpezas y errores, por dejadez o por incapacidad. Feijóo, por ejemplo, da a menudo la sensación de quedarse corto, de que no llega en la pegada. Abascal, por el contrario -como su admirado Trump- produce efectos en excesos toscos, como si todo debiese chocar con piedra berroqueña. No son, en absoluto, ejemplares.

Pero me voy a referir más al Gobierno de Pedro Sánchez y a quienes lo mantienen en el poder. Porque el Gobierno tiene más poder que la oposición (a la que Sánchez esquiva cuanto puede) y por consiguiente los dichos y hechos del Gobierno nos afectan a los ciudadanos mucho más que los hechos y dichos de la oposición. Me decía un señor: «¿No cree usted que parece que los ciudadanos estemos al servicio del Gobierno, según sus vientos soplen, y no como se debiera, el Gobierno al servicio de los ciudadanos?». Esa impresión es, de momento, una primera sensación de caos. 

Tratemos de empezar por partes, imposible la exhaustividad. Sánchez gobierna con el apoyo de la llamada izquierda (Podemos, Sumar) peor o mejor. Eso es lógico. Lo que es un disparate, y ahí no entra la ideología, es que se apoye en separatistas catalanes y vascos, que nada ocultan, salvo su insolidaridad, cuando esos partidos son por propia definición antiespañoles. Junqueras es de izquierda y Puigdemont de derechas. Lo mismo da. Les une el afán de dañar a España, es decir, cuanto peor les vaya a los españoles, mejor les irá a ellos. Que no son supremacistas -he tenido experiencias al respecto- sino que tienen un hondo complejo de inferioridad, surgido de la actitud victimista -ya vieja- que tienen que adoptar en todo. En lo demás pueden hacer el ridículo, cuando esos independentistas dicen ante el parlamento danés que ellos son como otra Dinamarca y que tienen más de daneses que de españoles y muestran sus fotos, los parlamentarios daneses ríen sin disimular… Sánchez se apoya en esos 7 votos, en un total de 350. Para muchos resulta vergonzoso sentirse gobernados por Puigdemont, vía Sánchez.

«Es todo bastante desastroso, y da igual quien mande. Pero preside Sánchez. Algo huele a podrido en esta España»

Luego están las acumuladas mentiras del presidente -la hemeroteca las evidencia y guarda- que no se hacen para el bien común, sino para el furibundo deseo de Sánchez de mantenerse en el poder a cualquier precio. Aquí no hay ideologías, sino crudo realismo. Por supuesto que Sánchez tiene partidarios, los del miedo a la ultraderecha o los que asumen «ser de izquierdas» (sin autocrítica) como un dogma de fe. Puigdemont amenaza con romper con Sánchez si este no hace más concesiones al independentismo -Illa no cuenta, porque es prisionero igual- pero, ¿alguien cree que Junts o el PNV o Sumar van a «romper» con Sánchez? No se puede creer, porque si Sánchez cae, ellos van detrás y pierden más aún. Que un español se sienta español es facha, pero que un vasco se sienta vasco, es el summum de la progresía. ¿No es algo necio? 

Estamos hablando de caos. Un Gobierno que depende de varias minorías (algunas directamente antiespañolas) por capricho de un presidente que lo es de un país -España- que parte de sus socios quiere destruir. ¿Tiene sentido, orden, razón? La egomanía de Sánchez es el inicio del caos, que últimamente se está agrandando hasta las puertas del tercermundismo. Un apagón total de más de diez horas -sin luz, sin internet- y un Gobierno que no da razones válidas que lo expliquen, sino vaguedades que quedan fuera de la senda de Europa y de lo que los expertos afirman. Caos. Apenas una semana después, los trenes de alta velocidad a Andalucía (en su tiempo un modelo) se paran de golpe, y el ministro Puente, que no parece brillar por sus luces -estilo Yolanda Díaz- habla de «sabotaje», aunque la policía no ve indicios. En realidad, robos de cable en varios puntos de la provincia de Toledo, leo. Más de 10.700 viajeros afectados, algunos en medio del campo, incluso sin agua. Falta de previsión del Gobierno. Caos. ¿Alguien dimite por honestidad ante fallos garrafales? Nadie, por supuesto. Toda dimisión (que no se estila) sería un baldón al jefe Sánchez. Nos quedamos cortos, pero cerremos con otra vergüenza más, en la que tampoco caben distingos ideológicos. La T4 del aeropuerto de Barajas -un modelo de modernidad- llena muchos de sus pasillos de gente sintecho, que duermen allí sin higiene, y crean una plaga de chinches y de pulgas. ¿No hay autoridad que retire y limpie esa indigencia? No. Hasta las limpiadoras se quejan, porque no es su culpa. Caos. No sigo. Es todo bastante desastroso, y da igual quien mande. Pero preside Sánchez. Algo huele a podrido en esta España.



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