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El opio del pueblo, por Antonio Caño

by Marko Florentino
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He asistido en edad adulta al nombramiento de cinco papas y recuerdo que en todos los casos se habló de la tensiones entre los sectores reformistas y conservadores de la Iglesia y la influencia que eso pudiera tener en los acontecimientos políticos internacionales a escala global. De hecho, en el caso de Juan Pablo II el impacto fue enorme, tal vez decisivo, en el proceso que acabó con el comunismo en el Este de Europa y después en la Unión Soviética. Recuerdo también que esas oscilaciones en el catolicismo tenían entonces un reflejo considerable en los partidos de centroderecha, por supuesto en Italia, pero también en España porque, aunque nunca existió un partido demócrata cristiano propiamente dicho, la posición política del Vaticano era un asunto relevante en la orientación y las decisiones de la derecha. A lo que no encuentro precedentes es a la implicación afectiva y parece que política también con la que la izquierda española ha seguido ahora el relevo en el trono de San Pedro.

La izquierda había conectado otras veces con el fenómeno religioso, pero siempre había ocurrido en dirección opuesta, siendo la Iglesia la que se aproximaba a las tesis de la izquierda y no al revés. Muchos recordarán la época de los curas obreros, la Teología de la Liberación y otros fenómenos en los que un sector del catolicismo llegó a compartir o a confundirse con el marxismo. En ese tiempo, los partidos comunistas y socialistas aprovecharon la complicidad de algunos sacerdotes y organismos religiosos para difundir sus ideas y ganar adeptos. Lo que nunca había ocurrido, que yo sepa, es la identificación de dirigentes y partidos de izquierdas con la Iglesia institucional, con el sumo pontífice, nada menos.

Lo llevábamos viendo estos últimos años, en las sucesivas visitas de los más altos dirigentes de la izquierda española al Vaticano, en medio de gestos y declaraciones más que amistosas, casi reverenciales, favorecidas tal vez por la nacionalidad argentina del anterior Papa y la semejanza de algunas de sus prédicas con los postulados populistas que a esta izquierda moderna le gustan tanto. Ese vínculo afectivo debió llevar a la izquierda a conectar más de lo habitual con los procesos internos en la Santa Sede y, de repente, se vio envuelta en el proceso sucesorio de Francisco como si le fuera en ello su propio futuro. Cuando salió al balcón de la Basílica de San Pedro un cardenal que también hablaba español, que había sido misionero -no guerrillero, pero misionero- en el Perú y que había escrito un par de tuits contra Donald Trump, esa izquierda gritó «¡hemos ganado!» con la misma convicción y entusiasmo que aquel «somos más» de la noche de julio de 2023. Me temo que con la misma certeza.

«La izquierda ha descubierto de pronto que a la gente le gustan esas cosas del Vaticano, que el Papa es útil y que puede cumplir una función extraordinaria como ejemplo y punto de referencia»

La izquierda ha descubierto de pronto que a la gente le gustan esas cosas del Vaticano, que el Papa es útil y que puede cumplir una función extraordinaria como ejemplo y punto de referencia. También sirve para distraernos de los problemas terrenales, tan adversos estos días para el progresismo. El opio del pueblo, que dijo el autor de su propia biblia. A falta de identidad y ejemplaridad propias, perdidas hace ya muchos años, bien está el Papa para explicar a los militantes lo que realmente somos. «Somos como el papa Francisco«, le faltó decir en su momento a Yolanda Díaz. «El Papa León XIV comparte absolutamente nuestro programa», estuvo a punto de decir esta semana Félix Bolaños.   

La izquierda ha descubierto la utilidad del Papa en muchos frentes. Atento siempre a los fenómenos mediáticos, Pedro Sánchez entendió que la fecha de la muerte de Francisco era una ocasión idónea para anunciar su controvertido y multimillonario plan de rearme, así como todo el Gobierno ha aprovechado la oportunidad que le ofrecían los antecedentes de León XIV en defensa de los emigrantes para usarlo en su campaña contra la extrema derecha. ¡Qué gran oportunidad para perfilar a quienes llamamos fascistas: a los que critican la elección de Prevost!

Este nuevo Papa ha exigido algunos retoques en su biografía para que se ajustase al retrato robot que la izquierda buscaba. Dado que su país de nacimiento ensuciaba un poco el relato, era preciso remarcar su doble nacionalidad peruana, al tiempo que se ignoraban, como ya se hizo con Francisco, otras convicciones suyas muy alejadas de valores progresistas y acordes con la doctrina tradicional de la Iglesia, en esencia una institución muy conservadora.

Lo más asombroso, en todo caso, ha sido ver estos días a políticos y tertulianos que se dicen de izquierdas, que denigran con furor los símbolos religiosos y que actúan como azote del catolicismo en la política local o cuando esa fe se enfrenta a otras más alejadas de nuestra cultura, celebrar -insisto: quizá de forma precipitada- la victoria progresista, su victoria, en la Capilla Sixtina. Ahora solo les falta ir a Misa, el único espacio en el que tal vez no les insulten, a menos que se trate de un funeral en Valencia.  



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